“¿Nitrógeno? Si lo utilizase, mi cocina estallaría”
Presentó ‘Con las manos en la masa’, el programa de cocina pionero en España
“Yo soy lo que me pidan, pero sobre todo lo que me apetezca”. A sus 81 años, Elena Santonja (Madrid, 1932) desprende una energía extraordinaria. Sonríe, canta y se burla de sí misma con la misma naturalidad con la que disfruta de la vida. Una biografía, la suya, de lo más caleidoscópica, llena de matices. Artista, actriz, escritora. Lo ha hecho casi todo. “Me queda la espina de la exploración submarina. Me hubiera encantado ser del equipo de Cousteau, porque amo el fondo del mar. Ojalá hubiera podido ser Darwin, pero con escafandra”, puntualiza.
El gran público, sin embargo, la conoció entre fogones, al son de la melodía de Con las manos en la masa. Un programa gastronómico, pionero en la televisión española, por el que desfilaron, de 1984 a 1991, hasta 285 personalidades de la cultura, la política y las artes. “Antes ya había hecho otro: Entre nosotras”, matiza; “el problema es que era 1958, le di un toque feminista y, claro, no querían que dijera esas cosas por la tele y me echaron”.
Visita Pamplona, tierra de muy buen comer, para recibir un homenaje en Cocin-Arte por su defensa de la receta tradicional. “Creo que las personas que guisan en su casa todos los días también son profesionales”, dispara. Ella y su hermana Carmen —miembro del grupo Vainica Doble— se inspiraron viendo a su madre, tolosarra, al calor del horno y los pucheros. De ahí el carácter, y de ahí que le entusiasme una buena merluza con almejas o la sopa de ajo con huevo. También adora las ostras. Pero, sobre todo, casi todo aquello que tenga el sello casero. “Yo no entiendo de cocina moderna. Si utilizase el nitrógeno ese, mi cocina estallaría. No veo los programas de hoy día y a Arguiñano le tengo cierta manía. Ni siquiera he ido a El Bulli a comer. Nada de espumas ni experimentos. Para hacer ese tipo de cosas necesitas tener mucho tiempo y practicar meditación zen”, explica, a la vez que desgrana la carta.
No entiendo de cocina moderna y no veo los programas de hoy día. Ni siquiera he ido a comer nunca al Bulli"
¿Y cómo aterrizó en la televisión? “Mis amigos —gente como Jaime Chávarri, Pilar Miró o Manolo Marinero— venían a comer todos los sábados. Ramón Gómez Redondo vio cómo guisaba y mi biblioteca gastronómica. Me lo propuso y le dije: ‘perfecto’, pero se llamará así y tendré un guionista. Después nos lo saltábamos todo a la torera porque los que venían no eran invitados, sino grandes amigos. El primero, Luis Irízar, padre de la cocina vasca. Y, a partir de ahí, personajes diversos: Alaska, Fernando Fernán Gómez, Llongueras o Almodóvar, entre otros. "Me lo pasé bomba con el Wyoming. Vino con El Reverendo, se dio un golpe y terminó con una venda en la cabeza. Con Sabina también fue buenísimo: no sabía ni cortar una cebolla. Hizo callos y nadie notó nada”, agrega.
Multidisciplinar, antes de la tele hizo teatro y cine. Trabajos para Cuerda, Berlanga y Marsillach. Su raíz y esencia, sin embargo, están en la pintura. Biznieta de Eduardo Rosales, su abuela y su padre también eran artistas. “Ahora pinto al gouache y collages. Me mudé y no tengo tanto espacio para los caballetes”, remarca, antes de recordar a sus compañeros de Bellas Artes en la escuela de San Fernando. Un “grupo extravagante” entre el que estaban Antonio López, Gloria van Aerssen o Chus Lampreave.
Casada con el cineasta Jaime de Armiñán, amante de las ciencias y viajera empedernida, presume de una memoria fabulosa y desliza un pasaje de La vida es sueño antes de terminar: “Soy un volcán, un Etna hecho”. Así es ella.
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