Holanda abre el primer Museo mundial de la Prostitución
Situado en un antiguo burdel, recrea las habitaciones del famoso Barrio Rojo de Ámsterdam El apartado educativo lo cubre un programa sobre el tráfico de personas y el proxenetismo
Al pie de un canal, en pleno Barrio Rojo de Ámsterdam, abre sus puertas este jueves el primer Museo mundial de la Prostitución. Ubicado en un antiguo burdel, ofrece la posibilidad de acceder al universo íntimo de las 900 mujeres que ofrecen sus servicios desde más de 290 ventanas de cortinas encarnadas que han hecho famoso el lugar. La nueva atracción turística, que también lo es, aprovecha la curiosidad generada por el oficio para desmitificarlo. El método utilizado es bien sencillo: deja que el visitante se siente mirando a la calle en sillas como las usadas por las prostitutas cuando esperan clientes. La sensación de “estar al otro lado” es inmediata, y puede contribuir a cambiar la imagen de un colectivo que desea fundar un sindicato.
Holanda legalizó la prostitución en el año 2000, y desde entonces, hay que registrarse en la seguridad social y pagar impuestos. Luego subió la edad para ejercerla de 18 a 21 años. Pensadas para evitar abusos, las medidas no han dado el resultado esperado. Los burdeles esquivan sus obligaciones con Hacienda, los bancos se resisten a conceder préstamos y las aseguradoras regatean sus pólizas ante los riesgos sanitarios. El Gobierno, por su parte, admite que el tráfico de personas, en especial mujeres de los Balcanes, está en manos de redes muy violentas y es difícil de contener. Es un problema internacional, es cierto, como el de los proxenetas. Pero Ilonka Stakelborough, que ha ejercido el oficio 25 años, cree que parte de la solución radica en “fortalecer a las prostitutas para que pierdan el miedo y no se dejen manipular”. El ansiado sindicato contribuiría a lograrlo, y ella las apoya a través de la Fundación Geisha.
La legalización no ha dado el resultado esperado
Ejerciendo por unas horas de guía improvisada, asegura que el papel más difícil es el de dominadora en una sesión sadomasoquista. El museo presenta una sala con todos los atributos, desde esposas, cadenas, látigos y bozales metálicos, a una celda insonorizada donde se encierra al sujeto atado. “Esta modalidad es como un juego psicológico y precisa de la confianza total del cliente. Suele ser gente estresada que necesita soltar lastre. Dejar de controlar lo que les ocurre durante una o dos horas les relaja”, dice.
Las otras habitaciones del lugar son una copia fiel de las que hay tras los ventanales del Barrio Rojo. La más sencilla presenta una cama pequeña forrada de azulejos con un enorme espejo en la pared. Una lámpara de neón, un lavabo y todos los productos necesarios están a la vista. “Es incómodo y la luz no es muy favorecedora”, lamenta Ilonka. “Se nota que los dueños de estos inmuebles piensan solo en la renta, porque aquí puedes estar once horas diarias, seis días a la semana”. Un cuarto así cuesta 150 euros diarios; un encuentro de 10 minutos, 50 euros. En los clubes más elegantes, la mayoría fuera de la zona, el alquiler puede ascender a 350 euros al día. También se ha preparado una de esas alcobas, más espaciosa, con bañera y televisión, además de un gran lecho.
Un dispositivo de alarma sirve para alertar a los arrendadores, que deben llegar en cinco minutos. La policía es requerida en casos urgentes, “pero el Barrio Rojo es hoy el más seguro de Ámsterdam”. También el más antiguo, en especial la zona denominada De Wallen (algo así como Las Paredes), construida hacia 1385. Como toda ciudad portuaria, la presencia constante de marineros fue llenando el lugar de meretrices. Entre el siglo XVI y el XIX, pasaron de ser toleradas a la prohibición. Las ventanas empezaron a utilizarse como reclamo en el siglo XX.
Un documental sobre los vecinos actuales contribuye al intento de demostrar que este trabajo puede ser tan respetado como otros. Ahí está la lavandería que limpia las sábanas de las profesionales. La cafetería que les lleva el desayuno. La peluquería, la pastelería, y en una escena fugaz, el recuerdo de que también hay colegios. La hija de una mujer de mediana edad visita a su madre y luego se marcha a hacer los deberes. “La prostitución no suele ejercerse durante mucho tiempo. La media es de cinco años y ellas tienen entre 21 y 55. Alrededor del 70% están casadas y con familias tradicionales. Con la crisis, hay más estudiantes que terminan de pagar así sus estudios y madres solteras que no llegan a fin de mes”, añade Ilonka Stakelborough.
Uno de los impulsores del museo, Melcher de Wind, aclara que cuentan “con el apoyo moral del ayuntamiento y fondos privados”. Ahora construimos un local educativo en la planta baja para que los jóvenes conozcan esta realidad, y sus peligros. Yo monto exposiciones, pero es importante llamar la atención en este campo”, afirma, frente al confesionario instalado a la salida. Sirve para que el visitante desvele, sin firma, “sus pecados sexuales”. Ya hay una pared llena.
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