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Tribuna
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No escarmentaron

Cuando Juan Pablo II llamó a los cardenales de EE UU en 2002 quedó claro que la jerarquía no iba a escarmentar

De aquellos polvos vienen estos lodos. Cuando Juan Pablo II llamó a los cardenales de EE UU, en abril de 2002, para afrontar juntos en el Vaticano la avalancha de denuncias de pederastia, quedó claro que la jerarquía católica no iba a escarmentar. “Somos pastores, no policías”, se justificó el prelado de Boston. Peor fue lo dicho por el primado de Toledo, el cardenal Cañizares. “No es comparable lo que haya podido pasar en unos cuantos colegios con los millones de vidas destruidas por el aborto”, escribió quien ahora es ministro de Francisco. Ratzinger, futuro Benedicto XVI, de visita aquellos días en la Universidad Católica de Murcia, reaccionó con esta parrafada: “Estoy convencido de que la presencia mediática constante de los pecados de los sacerdotes es una campaña planeada. El porcentaje de esos escándalos no es más alto que en otras categorías profesionales, e incluso es menor. Hay un deseo expreso de desacreditar a la Iglesia”.

No faltaron voces que achacaron la campaña a una venganza del presidente de EE UU George W. Bush contra Juan Pablo II por haber condenado la guerra de Irak. La verdad ha sido tozuda: algunas diócesis se han declarado en bancarrota por las indemnizaciones que han pagado a las víctimas a cambio de desistir de procesos penales contra los abusadores.

Conviene recordar la miseria de aquellas reacciones para ver que el Vaticano no ha variado de estrategia. Se vio a mediados de enero pasado en Ginebra, con el detestable “y tú más” de su portavoz ante el Comité de la ONU de los Derechos del Niño. Francisco perdió allí la oportunidad de imponer un mensaje de intransigencia severa. Él mismo se ha relajado. Ha creado una comisión. Lo suelen hacer los malos políticos cuando faltan ganas de llegar a la raíz de los problemas. Cómo explicar, si no, que los Legionarios de Cristo, la fundación del notorio pederasta Maciel, esté celebrando en Roma capítulo general en olor de aplausos y durante semanas (el verbo celebrar no es casual), cuando lo normal habría sido su suspensión, por delitos cometidos durante décadas y para asegurar una depuración y, por qué no, un escarmiento.

Si la memoria libera al hombre de la brutalidad, no vendría mal al clero de toda confesión una lectura de A. M. D. G. La vida en los colegios de jesuitas, la novela autobiográfica de Pérez de Ayala, que tanto escándalo causó en su tiempo y más tarde. Acaba de cumplirse su centenario. Ad maiorem Dei gloriam (AMDG) quiere decir “a la mayor gloria de Dios”. Era la divisa de los colegios de jesuitas. Se suponía que los terribles abusos que Pérez de Ayala sufrió como estudiante en Gijón no podían repetirse. La ONU no está tan segura.

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