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DESAYUNO CON... Adrián Alejándrez

“La violencia en Michoacán es resultado de una culpa conjunta”

Este vicario lucha contra el narcotráfico en la ciudad mexicana de Apatzingán

Paula Chouza
Adrián Alejándrez Chávez en la parroquia de la Asunción en Apatzingán.
Adrián Alejándrez Chávez en la parroquia de la Asunción en Apatzingán.Saul Ruiz

El padre Adrián Alejándrez Chávez (Tepalcatepec, México, 1979) estaba en Roma, estudiando Derecho, cuando los abusos del crimen organizado hartaron a la población de Tierra Caliente, en el violento Estado de Michoacán, al sur de México. “Cuando yo me fui —en 2010— la lucha era entre los cárteles”. El 24 de febrero de 2013, vecinos de varios municipios de la zona decidieron levantarse en armas ante “la inacción de las autoridades”. El padre Adrián es vicario en la catedral de Apatzingán, una ciudad de 80.000 habitantes considerada núcleo económico de la región y bastión del cartel de Los Caballeros Templarios, una escisión de La Familia Michoacana nacido en 2011. “Cuando regresé hace unos meses, el ambiente había cambiado por completo”. Su familia está en Tepalcatepec, uno de los municipios donde la población decidió tomar la justicia por su mano. “La Iglesia, como lo hemos expresado en varias cartas públicas, está en contra de la violencia, venga del lado que venga”. Por este motivo, el sacerdote no apoya los movimientos de autodefensa (civiles armados).

En una charla en su oficina, después de degustar un uchepo (tamal de maíz con leche) en un puesto callejero frente a la catedral, el padre Adrián relata que durante una década, la población de Apatzingán ha sufrido la violencia del narcotráfico. “Lograron meterse en todas las instituciones, ellos eran los que resolvían los problemas, no el Gobierno. En todas partes tomaron literalmente el poder menos en la Iglesia, no nos dejamos”.

“Estamos sufriendo las consecuencias de una culpa conjunta”, reconoce Alejándrez Chávez. “No solo del Gobierno, también la Iglesia, la sociedad civil. Nos acostumbramos a callar, a solapar. Muchas de estas personas son bautizadas, estuvieron en el catecismo. Entonces, ¿qué pasó con ellas? Algunos dicen que la falta de trabajo, la corrupción. Son parte del problema, sí, pero no solo. En la comunidad, por ejemplo, esta gente ayudaba a hacer una cancha de baloncesto y ya callaba a los vecinos. Todo se nos hacía fácil. El mismo Gobierno empezó a pactar y eso provocó que fueran creciendo. Todos nos equivocamos”, reconoce.

Por alzar la voz contra la violencia, la diócesis de Apatzingán ha sido objeto de amenazas, tanto que alguno de los vicarios ha llegado a asegurar que desde hace meses, celebra siempre con chaleco antibalas. “No puedo seguir hablando de Dios, de la vida, cuando apesta a muerte”, afirmó en la prensa uno de ellos hace unos días. “Sí estamos en un ambiente de muerte”, reflexiona el sacerdote en la entrevista, “pero yo creo que debemos seguir hablando de Dios. Unas declaraciones así son fruto del hartazgo, de escuchar todos los días historias de violencia: familiares desaparecidos, violados, degollados o desmembrados. No lo justifico, pero lo entiendo”.

El patrón de historias de dolor se repite en todos los municipios de la región. El padre Adrián coordina la recién creada pastoral del consuelo, un grupo de 14 laicos que acompañan a los familiares de las víctimas. El sacerdote asegura que la situación de Michoacán ha hecho que la gente se refugie en la institución. “La Iglesia está abarrotada, ha aumentado la participación”.

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Sobre la firma

Paula Chouza
Periodista de Política en EL PAÍS. Participó en el lanzamiento de EL PAÍS América en México. Trabajó en el Ayuntamiento de A Coruña y fue becaria del Congreso de los Diputados, CRTVG o Cadena SER. Es licenciada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, Máster en Marketing Político y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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