El infierno del tiburón
Una ONG de Hong Kong descubre que en el mayor matadero de escualos del mundo se comercia también con especies en peligro de extinción
Las imágenes de la cámara oculta muestran un lugar que pone los pelos de punta: lo que parece una lonja de pescado cualquiera encierra en realidad el mayor matadero de tiburones del mundo. El suelo está manchado de sangre y aparece cubierto de partes de estos animales. Una decena de trabajadores las clasifican y manipulan sin ningún tipo de medida higiénica. De este anodino edificio, situado en el pueblo de Puqi, en la provincia oriental china de Zhejiang, salen cada año unas 200 toneladas de aceite de tiburón, que se utilizan en la elaboración de diferentes productos medicinales, y, en el caso del aceite de hígado, en la producción de cremas cosméticas y de suplementos alimenticios con Omega-3.
Es fácil entender por qué se pueden llegar a pagar 200.000 yuanes (24.000 euros) por un solo escualo. Se aprovecha casi todo. Las aletas terminan en sopas de adinerados ciudadanos chinos de la provincia sureña de Guangdong, conocida por sus controvertidos gustos culinarios, y con la piel se trafica para que la industria peletera pueda ofrecer productos exóticos a precios exorbitantes. Más barata resulta la carne, que se seca y se exporta. Como hace un año Taiwán prohibió su comercialización, su destino ahora es Sri Lanka y restaurantes chinos de Francia e Italia.
Un solo escualo puede costar 200.000 yuanes (24.000 euros)
Pero lo peor no es nada de esto. De hecho, procesar carne de tiburón incluso es legal. El problema está en que los análisis de ADN realizados por la ONG de Hong Kong WildLifeRisk, que ha pasado cuatro años investigando el caso con cámaras ocultas, han demostrado que esta inusual pescadería comercia con especies como el tiburón ballena, el gran tiburón blanco, o el tiburón peregrino. Todas ellas están en peligro de extinción y, por ello, tanto la legislación internacional como la china los protege. El propietario del negocio, apellidado Li, reconoce en las grabaciones que su empresa los utiliza, aunque en cantidades menores a las del tiburón azul. Aun así, la ONG ecologista estima que al menos 600 especímenes de tiburones ballena acaban en la lonja de Puqi cada año.
Y la que han investigado es solo una de las muchas que operan en la costa este de China. La mayoría compra los tiburones a pescadores taiwaneses -según Li suponen el 80% de sus proveedores- que tienen a los tiburones en su punto de mira o que los encuentran por casualidad en sus redes mientras pescan otras especies y ven la oportunidad de hacer negocio. La mayoría de los escualos se captura en el Océano Pacífico, sobre todo en aguas cercanas a Filipinas, Indonesia y México, casi todos acaban en China. “La escala de estas instalaciones no es comparable a la de ninguna otra”, asegura el codirector de WildLifeRisk, Paul Hilton, en un comunicado de prensa remitido a EL PAÍS.
Sri Lanka y los restaurantes chinos de Francia e Italia son los principales destinos de la carne de tiburón
El equipo de Hilton se hizo pasar por un grupo internacional de importadores de pescado interesado en añadir productos exóticos a su catálogo, y así consiguió entrar en el matadero de Li en tres ocasiones. “En todas nos sorprendió la cantidad de animales que había. Una vez conté hasta 30 en el suelo. Y lo peor es que todo esto no tiene nada que ver con las necesidades básicas de la gente, sino con la producción de pintalabios, cremas, y sopa de aleta de tiburón”, denuncia. “Muchos de estos productos se exportan a países de la Unión Europea, Estados Unidos, y Canadá, violando la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies en Peligro (CITES), que es de obligatorio cumplimiento y que China ha firmado”.
Un funcionario del Buró de Pesca de China, cuya identidad se mantiene en el anonimato, aseguró ayer al diario de Hong Kong South China Morning Post que en China no existen barcos especialmente preparados para la pesca de tiburones y que la captura de las tres especies descubiertas por la ONG es ilegal y está penada con multas y cárcel. De hecho, añadió que es obligatorio informar a las Autoridades si se produce cualquier pesca accidental de estos animales. No obstante, reconoció que el negocio ilegal se lleva a cabo de noche. Con miles de kilómetros de costa, es difícil ponerle coto.
Un gran negocio en la sombra
Hace siglos, la sopa de aleta de tiburón estaba reservada exclusivamente al emperador de China. Hoy, muchos restaurantes la ofrecen por todo el país. Dicen que previene enfermedades y que es de ayuda para superar males comunes como el de la gripe. Su precio siempre es elevado, aunque las autoridades chinas aseguran que la mayoría no está elaborada con verdadera carne de tiburón sino con sucedáneos de pescado.
Pero en un país de 1.400 millones de habitantes en el que la clase más adinerada -y supersticiosa- crece sin parar, basta con que solo un pequeño porcentaje sea real para que el daño resulte irreversible. No en vano, según la ONG Wild Aid, 73 millones de tiburones mueren cada año para satisfacer la voracidad de la población china. Y eso que los científicos advierten del alto contenido en mercurio de su carne. El 99% muere lentamente en el mar después de que se le haya cortado la aleta y haya sido devuelto al agua.
Así, 50 de las 307 especies reconocidas de este escualo están en peligro de extinción. Y no son las únicas. La medicina tradicional china utiliza ingredientes de otros animales exóticos, como el hueso de tigre o el cuerno de rinoceronte, en sus pócimas. No obstante, la presión del Gobierno ha llevado a la modificación del vademécum para que se retiren, y diferentes organizaciones ven pasos positivos. El último, apuntan, ha sido la destrucción de seis toneladas de marfil en la ciudad de Dongguan. No obstante, la demanda todavía supera la oferta. “Si queremos salvar a especies como el tiburón ballena de la extinción, tenemos que castigar a los individuos que se saltan la legalidad internacional y exigir transparencia para que los consumidores puedan elegir los productos sabiendo qué compran”, sentencia Paul Hilton, de WildLifeRisk.
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