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‘IN MEMORIAM’

José Luis Pinillos, la institucionalización científica de la psicología

Desde la Escuela de Psicología y Psicotecnia supo hacer valer la utilidad social de su disciplina y lograr su implantación académica frente al entorno hostil del franquismo

Al evocar la figura de José Luis Pinillos, fallecido el pasado día 4, me saltan a la memoria numerosas imágenes de aquella Facultad de Filosofía de los años cincuenta del pasado siglo, donde los claustros universitarios más parecían los de un monasterio que los de una institución académica.

Se explicaba allí la psicología, dentro del imperante escolasticismo tomista, como una interpretación racional del alma humana; frente a esa psicología racional, fue José Luis Pinillos el primero que empezó a hablar de psicología experimental. Los estudios realizados en Alemania con Gruhle, y continuados después en Inglaterra con Eysenck, le llevaron a profundizar en los fundamentos de la psicología experimental puestos por Wilhelm Wundt a finales del siglo XIX. Eso suponía dar entrada a una concepción modernizadora de la disciplina, como una de las ciencias sociales que entonces empezaban a estar de moda, aunque en España, dentro del ambiente autoritario que entonces dominaba en nuestras clases rectoras, esas nuevas directrices se hacían sospechosas de los peores augurios.

En esas circunstancias era muy difícil abrir las puertas a la modernización, pero la ingeniosa inteligencia de José Luis Pinillos —en este caso, unida a la de otro psicólogo innovador como fue Mariano Yela— les llevó a elaborar una estrategia sumamente práctica, que fue el hacer ver de modo inequívoco la utilidad social de la psicología experimental.

Es así como se les ocurrió fundar una llamada Escuela de Psicología y Psicotecnia, que empezó a funcionar en 1953, y donde el que esto escribe estudió entre 1957 y 1960, siéndome de extraordinaria ayuda para culminar su tesis doctoral sobre Miguel de Unamuno a la luz de la Psicología (1963).

El diseño docente de ese proyecto educativo era sumamente inteligente. Se concentraba en los primeros años, en asignaturas que hiciesen ver los avances científicos de la psicología experimental con profesores de alta cualificación, entre los que recuerdo, aparte de Pinillos y Yela, a Miguel Siguán, Secadas, García Yagüe... Los alumnos, tras superar esos cursos, salían con conocimientos más que suficientes de psicología introspectiva, conductismo, psicoanálisis, psicología evolutiva y diferencial, etcétera. El último curso estaba dedicado a la especialización en una de las tres ramas posibles: clínica, psicología industrial o psicología escolar. Es evidente que cada una de ellas podía cumplir un papel diferencial en una sociedad avanzada. La psicología clínica constituía una aportación definitiva para la madurez de ciudadanos bien adaptados e integrados. La psicología escolar era sin duda fundamental para detectar anomalías en los alumnos que profesaban el bachillerato: problemas familiares o de desarrollo personal, orientación profesional, información sobre salidas… Por último, la psicología industrial resultaba de gran utilidad para la racionalización de las fábricas y el aprovechamiento del trabajo empresarial en una sociedad en proceso de crecimiento y desarrollo como era la española de la época. De esta forma, se destacaba el aspecto práctico de la psicología experimental, alejando de ella los augurios sospechosos que sobre ellas habían caído.

Así pudo abrirse camino, en la cerrada sociedad española de la época, la psicología experimental y obtuvo un éxito rotundo con la fundación en 1980 de una Facultad de Psicología, que tuvo campo propio en el complejo de Somosaguas, dentro de la Universidad Complutense.

He aquí como José Luis Pinillos —con otros profesionales generosos de su edad— logró la institucionalización científica de la psicología, y alejarse de los parámetros reaccionarios que marcaron sus primeros años de formación. Un ejemplo paradigmático de cómo se hace un gran hombre, aunque yo no sé si la actual juventud sabrá captar esa ejemplaridad forjada en el molde de un intelectual discreto y riguroso, practicante del silencio y de la meditación.

José Luis Abellán es filósofo.

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