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El imposible equilibrio entre el turismo masivo y la ecología

El Gobierno de China trata de impedir que el auge del turismo interno destroce paraísos naturales Pero el de Xiangshanwan demuestra que no es posible

En origen no había camellos en Xiangshanwan, pero la llegada de turistas ha hecho que se incluya en la propia entrada un pequeño paseo a lomos de estos animales.
En origen no había camellos en Xiangshanwan, pero la llegada de turistas ha hecho que se incluya en la propia entrada un pequeño paseo a lomos de estos animales.ZIGOR ALDAMA

Hace una década, el viajero podía creerse explorador en las impresionantes dunas de Xiangshanwan. Llegar hasta este remoto rincón de la provincia china de Mongolia Interior no era cosa fácil. Había que combinar varios medios de transporte y armarse de una gran dosis de paciencia. Pero la insólita postal bien merecía la pena. En medio de la estepa descolorida, completamente desubicado, aparecía un Sáhara en miniatura. Estas espectaculares montañas de arena, que pueden superar los 100 metros de altura y que cambian de forma y de ubicación, rompían la monotonía del paisaje y le conferían una textura incomparable. Sentarse en lo alto de una de ellas y admirar la puesta de sol con el susurro del aire como única banda sonora era una gran recompensa.

Hoy la situación ha cambiado de forma dramática. Las dunas continúan en el mismo lugar, pero todo a su alrededor ha cambiado. En diez años, el país se ha confirmado como la única superpotencia capaz de hacer sombra a la hegemonía de Estados Unidos, y cientos de millones de personas han accedido a las clases media y alta. Para ellas, viajar ya no es un lujo sino una necesidad muy bienvenida por la emergente industria turística, que el primer semestre de este año ha amasado 175.000 millones de euros -un 10,7% más que en el mismo período de 2012-. Sin embargo, un vistazo a lo que ha sucedido en Xiangshanwan basta para certificar que el turismo masivo que caracteriza a China tiene un impacto brutal en el entorno.

Los 30 euros de la entrada incluyen el uso de un telesilla sobre el río y el disfrute de espectáculos

Autobuses llenos de turistas ansiosos llegan por la magnífica nueva autopista al edificio de entrada, donde gastan entre 15 y 30 euros por una entrada que incluye el uso de un telesilla que sobrevuela un río, y el disfrute de los espectáculos diarios, que van desde acrobacias en moto hasta trapecistas, y de las numerosas instalaciones que salpican la arena. Hay columpios para niños, un pequeño circuito para hacer rodar triciclos que circulan por raíles, y una especie de barcas con ruedas que sirven para transportar a los visitantes a lo largo de un recorrido en el que hay desde grandes esculturas de arena hasta un poblado mongol de cartón piedra en el que los actores pretenden pasar por nómadas.

Los paseos a toda velocidad en ‘bugui’ playero, las caminatas a lomos de camello, el uso de las tirolinas y demás actividades se pagan extra, y las enormes colas dan fe de que el negocio triunfa. Además, cabe también la posibilidad de pernoctar por una abultada cantidad de dinero en el ultramoderno hotel que se ha instalado en el lugar, y que más bien parece una nave espacial llegada para conquistar la Tierra. En eso último sí que ha tenido éxito.

Lo curioso de todo esto no es que el lugar se haya convertido en un parque temático. Lo curioso es que el Gobierno asegura que el lugar está protegido y que forma parte de una red de "paraísos turísticos" en la que se promueve la ecología y se preserva el entorno. “Por eso hemos instalado váteres químicos, se han construido pasarelas de madera en diferentes lugares, y los responsables del lugar exigen que los visitantes sean limpios”, asegura Wang Liping, funcionario del ayuntamiento de Ordos, ciudad a la que pertenece Xiangshanwan.

Un recorrido en barcas con ruedas pasa por un poblado mongol de cartón piedra

Efectivamente, hay varios de estos aseos distribuidos en puntos neurálgicos del recorrido. Desafortunadamente, muchos no los utilizan. Los trabajadores del complejo se esmeran por conseguir que nadie tire basura al suelo, pero es evidente que se les hace poco caso. “Los chinos no respetan el entorno porque creen que el dinero que pagan les da derecho a destrozarlo”, se lamenta uno de ellos, que no quiere ser nombrado. “El paisaje es lo de menos, eso se ventila con una fotografía, aquí lo que se viene es a pasar el tiempo como en un parque de atracciones”.

No hay cifras oficiales sobre el número de visitantes a Xianshangwan, pero Wang reconoce que son muchos. Quizá demasiados. “Teóricamente debería limitarse su entrada, pero es cierto que actualmente no se está haciendo. China todavía se encuentra en una etapa de su desarrollo en la que tiene que educar a visitantes que, en muchos casos, jamás han salido de su pueblo. El Gobierno se esfuerza, pero no es sencillo compaginar el turismo de masas y la ecología”. Claro que, como visitante, se hace difícil cuidar del medio ambiente cuando de fondo hay una gran central térmica que lanza continuamente un denso humo negro.

En cualquier caso, es precisamente esa actitud a la que apunta Wang lo que ha dado mala reputación al turismo chino en todo el mundo. Los gobiernos se rifan a los viajeros del Gran Dragón porque el año pasado superaron a los alemanes como los que más gastan en sus viajes, y dejaron nada menos que 80.000 millones de euros en el extranjero. En tiempos de crisis, se trata de una suma muy jugosa. Y está previsto que en 2015 China se convierta en el principal emisor de turistas al mundo con más de cien millones. Pero diferentes encontronazos han dejado en evidencia que no van a pasar desapercibidos.

El Gobierno asegura que el lugar está protegido y que forma parte de una red que promueve la ecología

La mayoría de las críticas están relacionadas con la falta de higiene, los rudos modales y un respeto nulo por los lugares que visitan. Así, han circulado en Internet escatológicas imágenes de viajeros haciendo sus necesidades en salas de aeropuertos e incluso en el pasillo de un avión. Pero nada ha hecho más daño a la imagen del viajero chino que el garabato que Ding Jinghao, un adolescente de 14 años, hizo con un objeto punzante, y posiblemente con ayuda de sus padres, en el interior de uno de los templos de Luxor, en Egipto. “Ding Jinghao ha estado aquí”, escribió en chino. Lo descubrió un compatriota, hizo una fotografía, y el debate explotó.

Tal fue la bronca que incluso uno de los cuatro viceprimeros ministros del país, Wang Yang, aseguró que la actitud de los turistas chinos está dañando gravemente la imagen del gigante asiático. Y, sin duda, ese comportamiento fuera de sus fronteras es mucho mejor que dentro. Xiangshanwan es sólo un ejemplo de cómo el turismo está degradando lugares que no hace mucho eran casi vírgenes. Desde la mismísima Gran Muralla hasta las ciudades sagradas del budismo, pasando por las playas de arena blanca de Sanya.

“En parques naturales como Jiuzhaigou -en la provincia de Sichuan- se han introducido límites al número de visitantes. Muchos consideran que todavía son demasiados, pero es un comienzo”, asegura Li Zhuxiang, de la ONG ecologista local Xihan Action. “Lo que nos preocupa es que el daño sea irreparable, porque el propio Gobierno es quien alienta la construcción de infraestructuras turísticas que no sólo son visualmente chocantes, sino que pueden tener consecuencias en el ecosistema en el que se erigen”.

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