“No hay forma de ‘desensacionalizar’ el crimen”
“Bretón cometió el doble crimen para no volverse loco”, dice el criminólogo
“Estaba cabreado ese tío”, dice, pensativo, con la mano en la frente, apretándosela, como intentando exprimir los recuerdos. Busca a uno de los miles de asesinos que se acumulan en su fichero mental. Poco a poco, le va viniendo a la cabeza Pere Puig, el pistolero de Olot (Girona), por el que se le acaba de preguntar. Una mañana de hace tres años, acudió al bar donde desayunaba su jefe y el hijo de este y los mató a tiros. Luego cogió su 4x4, condujo unos metros hasta su sede bancaria habitual y disparó a dos empleados. Al salir, se entregó a la policía. “Su comportamiento fue típico desde el punto de vista de la criminología, actuó contra personas definidas, que consideraba que le habían ofendido”, explica Vicente Garrido.
Este criminólogo, de 55 años, divorciado y con una hija de 20, encaja a asesinos con sus perfiles criminales casi sin tomar aire. En la penumbra de un local de Barcelona, se excusa por la inapetencia. Ha cogido el tren a las 6.40 desde Valencia y madrugar le quita el hambre. Por eso deja la elección en manos del otro comensal: unas olivas y tomate con ventresca, que Garrido picoteará.
El crimen llegó a su vida muy joven y por casualidad. Empezó Psicología y descubrió un terreno por investigar. A los 19 publicó su primer libro, y ya lleva más de 15. Es doctor en Psicología, graduado en criminología y profesor en la Universidad de Valencia.
“El crimen forma parte del mundo económico”, incide Garrido. Mientras habla, le suena el móvil y se excusa: “Perdón, pensaba que lo había silenciado”. “El crimen siempre ha sido sensacionalista. El crimen es sensacional, apela a las sensaciones más básicas del ser humano. No hay forma de desensacionalizarlo”, defiende, retomando el hilo de la conversación y analizando el efecto de lo que dice en el interlocutor. Admite que algunos casos se plantean de “forma vulgar”, pero niega que haya una moda amarilla mediática. El crimen salta a la primera página de los medios dependiendo de los casos, alega. Pone como ejemplo “la edad de oro de los asesinos en serie”, a finales de los noventa y principios de este siglo, con “el asesino de la Baraja, el del parking, Tony King...”.
En los últimos meses, el caso de José Bretón, acusado de quemar a sus dos hijos de seis y dos años, ha centrado los esfuerzos de Garrido. En su libro El secreto de Bretón (editorial Ariel) sostiene que comete el doble crimen “para no volverse loco”. Y habla sin parar de la psicología y las motivaciones de Bretón hasta que a la que toma notas se le cae un pegote de tomate en el bloc. Garrido interrumpe su discurso, acerca una servilleta y ayuda a limpiar la mancha.
Su trabajo le atrapa, pero con los años ha aprendido a separar cada esfera, continúa. “Mi entorno está siempre deseando que les cuente casos. A la gente les fascina. Pero en ocasiones eso resulta fatigoso”. En otras, ha “pasado un mal rato”: “Cuando ratificas un informe negativo sobre un asesino, sabes que esa persona querría matarte”. Cree que en algunos casos los criminales han llegado a un “punto de no retorno”, aunque la rehabilitación, en cuanto a asesinos en serie se refiere, sigue siendo una incógnita: “Las evidencias son anecdóticas: la mayoría o han sido ejecutados o cumplen cadena perpetua”.
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