Demasiados guetos
En torno a un cuarto de la población francesa, el 26,6%, es inmigrante o desciende de al menos un inmigrante, una cifra que sitúa a Francia como uno de los países europeos más plurales y mestizos. Con cerca de seis millones de musulmanes —el grupo religioso más amplio tras los católicos— y al menos 12 millones de descendientes directos de ciudadanos extranjeros, hay un 34% de inmigrantes europeos, un 30% de magrebíes, un 14% de asiáticos y un 11% de subsaharianos. Francia cuenta ya con tres generaciones de inmigrantes, y sigue recibiendo en torno a 180.000 por año.
Pese a la experiencia en el asunto, la rotundidad de las cifras y la pasión nacional por el cuscús, el debate sobre la integración continúa abierto de par en par, y la inmigración sigue siendo un asunto político y electoral de primer orden. Las tesis xenófobas y racistas del Frente Nacional no dejan de sumar adeptos, y algunos sondeos sitúan hoy a Marine Le Pen por encima del presidente François Hollande. El populista líder de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), Jean-François Copé, suele agitar la islamofobia como lo hacía Nicolas Sarkozy, y los socialistas tratan de poner cordura y prometen igualdad, aunque su discurso hace aguas cuando se trata de la comunidad gitana del Este de Europa, que sigue siendo perseguida y expulsada sin contemplaciones.
Aunque la educación laica, gratuita y republicana, garantiza en teoría la igualdad de oportunidades, Francia tiene todavía un largo camino por recorrer. Las élites políticas y económicas están muy lejos de reflejar la variedad racial de la población, según los expertos porque los guetos de las periferias urbanas, donde estalló la violencia en 2005, juegan contra la movilidad social y la integración. Casos como el de Rachida Dati, exministra de Justicia con Sarkozy; la actual titular de ese departamento, Christine Taubira, que nació en la Guyana francesa, o la portavoz del Gobierno de Hollande, la joven franco-marroquí Najat Vallaud-Belkacem, son las excepciones: salvo en el deporte, los inmigrantes siguen alejados del corazón urbano, económico y metafórico de Francia.
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