“Una punción medular con Diana Krall es otra cosa”
Virginia Castelló convierte las habitaciones de los enfermos de cáncer en salas de conciertos
Le quedaban solo nueve meses para morirse. Marta, con casi la mitad de sus 35 años zapateando en los tablaos, le pidió al flautista flamenco Juan Parrilla y a sus músicos que se arrancaran por alegrías. Se quitó las pantuflas, puso en pie su cuerpo conectado a esa odiosa máquina de morfina y taloneó. Fue la última vez que bailó, lo hizo sin vestido de faralaes, en pijama, pero más flamenca que nunca. Fue el pasado 21 de mayo. Fue en esa sala en la que los familiares esperan las buenas, las malas y las peores noticias de los médicos, la que está frente al módulo de enfermería, en la planta de oncología del hospital Puerta de Hierro de Majadahonda. La misma que desde hace un año, una vez al mes, Virginia Castelló convierte en sala de conciertos para meterle a los pacientes con cáncer “música en vena”.
Música en Vena es el nombre de su asociación sin ánimo de lucro. En su web www.musicaenvena.com pueden verse, entre muchas otras, las fotos y el vídeo de aquel último braceo de Marta. La fundó hace un año, justo después de divorciarse del arquitecto madrileño Juan Alberto García de Cubas, convertido hoy en su socio principal. Y después de haber acompañado “durante cuatro años, de la mañana a la noche”, hasta la muerte, a su cuñada y mejor amiga, Marianela García de Cubas —“Una mujer impresionante, se la llevó un sarcoma muy joven y dejó dos niños”—, a quien ha dedicado este proyecto solidario que gana adeptos por días.
Esta mujer de 45 años, que no aliña la ensalada del primer plato del menú de Evaristo —el camarero del bar de enfrente de la nave que okupa en el 17 de la Calle Arquitectura, la misma en la que vive, trabaja y monta conciertos de jazz su querido exmarido—, es venezolana, fue modelo en Caracas y también en Japón en los ochenta, bailaora en la calle de Alfarería del barrio sevillano de Triana con Manolo Marín y Cristina Hoyos —previo paso como azafata por el pabellón Tierras de Jerez de la Expo de 1992—, diplomada en Magisterio Infantil en la Universidad Camilo José Cela de Madrid años más tarde, madre de gemelos y, por último, voluntaria... Esta mujer, que sin acabarse la ensalada desaliñada pincha una brocheta de solomillo, no tiene ningún empacho en decir que vive de su pensión de divorciada, se ríe al recordar que tiene la cuenta casi a cero porque su exmarido le resta de la paga las multas de aparcamiento y que se dedica a llevar la música a las plantas de enfermos de cáncer de hospitales madrileños “sin cobrar un euro”.
Jorge Pardo, Rosario Flores, el mago Rafael Benatar, la bailaora Daniela Tugues... Todos ellos han recalado de su mano en Puerta de Hierro, en el Hospital del Niño Jesús, en el Gregorio Marañón, en el centro privado para el tratamiento del cáncer Anderson... Y ya hay artistas comprometidos como Natalia Dicenta o el Cigala a los que Virginia ha abordado en los clubes de jazz alguna noche. Y también otros hospitales como La Paz que la reclaman. Y una exposición de Durero que hará viajar el jueves de la Biblioteca Nacional al hospital de Majadahonda... Y decenas de pacientes —niños, adolescentes, adultos— y familiares que la buscan —“¡Virgi!”—, como a un ángel de la guarda, para que les haga más llevadero eso de tener que mirar a la muerte de frente cada día: “Una punción medular con Diana Krall, aunque sea en mi iPhone, es otra cosa”.
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