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La polinización peligra por el declive de las abejas silvestres

La mala salud de las colmenas no es el problema: los polinizadores salvajes hacen el trabajo y las pasan aún peor

Javier Sampedro
Invertir en estudiar el despoblamiento de las colmenas puede no se rentable.
Invertir en estudiar el despoblamiento de las colmenas puede no se rentable.

El despoblamiento de las colmenas, una enfermedad que elimina a la mayor parte de una colonia de abejas, lleva una década angustiando a los apicultores de toda Europa y la mitad de Estados Unidos, y no han sido pocas las investigaciones sobre los parásitos, virus, bacterias y condiciones ambientales que lastiman a estos insectos domésticos. Los últimos datos, sin embargo, indican que esos trabajos han errado el tiro. No porque estén mal hechos, sino porque el problema realmente grave está en otro sitio: en los insectos polinizadores silvestres, que son los responsables de gestionar de la mayor parte de los cultivos esenciales para la alimentación mundial. Y que lo están pasando todavía peor que sus camaradas domesticadas.

Un consorcio internacional coordinado por Lucas Garibaldi, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas en San Carlos de Bariloche, Argentina, ha revelado en una investigación masiva sobre 41 de las principales plantas de cultivo en los cinco continentes que no son las abejas de colmena, sino los insectos silvestres –muchos de ellos también abejas— los que polinizan esos cultivos con mayor eficacia.

El trabajo de los polinizadores silvestres produce el doble de fruta (o frutos, más en general) que el de sus colegas asalariadas. Esta es la mejor forma de medir el rendimiento de estos insectos: el fruto es el resultado directo de la polinización de una flor; y las semillas son el indirecto.

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La principal conclusión del macroestudio es que, pese a que las colmenas de los apicultores pueden ayudar en la tarea de polinizar los cultivos, curarlas de sus enfermedades puede ser un empeño demasiado costoso. Aunque tuviera un éxito del 100% --y en la actualidad nos aproximamos más al otro extremo de la escala—, la apicultura no podrá nunca cubrir la baja de los polinizadores de campo abierto, si esta llegara a producirse. Y lo peor es que ya da signos.

“La supervivencia humana depende de muchos procesos naturales, o servicios de los ecosistemas, que no suelen contabilizarse en los estudios de mercado”, escriben Garibaldi y sus colegas en Science. “La degradación global de esos ‘servicios’ empobrece la capacidad de la agricultura para satisfacer la demanda de una población humana cada vez más numerosa y con más recursos”. La polinización por los insectos silvestres es un paradigma entre esos servicios ecosistémicos, y uno de los más vulnerables, según los científicos del consorcio. No solo la abundancia, sino también la diversidad de estos trabajadores ‘espontáneos’, está declinando en todos tipo de campos de cultivo.

Otra investigación de Laura Burkle y sus colegas de las universidades de Washington, Montana e Illinois, también presentado hoy en Science, muestra un buen ejemplo de los procesos implicados en ese empobrecimiento general. Los investigadores han aprovechado los registros históricos sobre interacciones planta-polinizador particularmente detallados del estado de Illinois, que se remontan a finales del siglo XIX. Y muestran que el ‘servicio’ de polinización silvestre no ha hecho más que declinar desde entonces, tanto en cantidad como en calidad.

La principal razón de esta pérdida, concluyen los autores, es la desaparición, o erradicación, de la mitad de las especies de abejas silvestres que campaban por la zona en el siglo XIX, y tal vez desde hace 10.000 años. Otro factor es el cambio climático, que ha desfasado la temporada de floración con las fechas de máxima actividad de las abejas. Pero este es justo uno de los inconvenientes que podrían evitarse si las especies de abejas fueran más diversas. La variedad garantiza que haya al menos una especie para cada temporada. O para cada nuevo imprevisto causado por la inventiva humana.

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