Margen para la felicidad
Reducir la velocidad del tráfico urbano es una buena idea para hacer las ciudades más habitables
Es verdad que no todas las encuestas coinciden, pero son ya varias las que en los últimos meses indican que la mayoría de los españoles se sienten felices a pesar de la crisis y que España es una de las naciones en las que sus ciudadanos dicen estar más satisfechos. Es un sentimiento generalizado que cuesta comprender cuando tantos millones de personas han perdido su trabajo, una circunstancia que es tan traumática, según los expertos, como una ruptura conyugal.
Puede que el secreto esté en que, a pesar de todo, nuestra estructura social y el nivel de desarrollo que hemos alcanzado sean elementos suficientes para superar esta larga y profunda recesión. El economista Jeffrey D. Sachs ha analizado, por ejemplo, el proyecto económico sostenible del reino de Bután, un país empeñado en medir la felicidad nacional bruta. Según Sachs, este nuevo índice tiene que ver, lógicamente, con satisfacer las necesidades básicas: mejor atención médica, menor mortalidad materno-infantil, mayores logros educativos y mejor infraestructura en suministro de electricidad, agua y servicios sanitarios (Negocios, 5 de septiembre de 2010). Son necesidades básicas que, en términos generales, España ha resuelto hace mucho tiempo, lo que unido a una estructura familiar de corte mediterráneo que funciona como gran colchón solidario frente a la crisis amortigua los golpes.
Convendría indicar que, a pesar de la mala coyuntura, hay margen para aumentar el bienestar ciudadano sin necesidad de gastar mucho. Uno de esos proyectos que deberían sopesar las autoridades es el que proponen varias organizaciones europeas en favor de reducir a 30 kilómetros por hora el límite de velocidad en las ciudades. En España, las entidades implicadas son Ecologistas en Acción, Stop Accidentes, Andando y Conbici. Quieren recoger firmas sobre esta propuesta que ya vio la luz verde en el Parlamento Europeo hace año y medio. Para los que defienden este límite todo son ventajas: se reduciría el ruido, la contaminación, los atascos y, por supuesto, el número de accidentes, entre los que destacan los atropellos. De paso, las organizaciones defienden la extensión de carriles bici para promover este tipo de transporte no contaminante que no solo es bueno para el corazón. A mediados de diciembre, el periódico británico The Guardian daba cuenta de un estudio científico que viene a demostrar que los efectos del pedaleo sobre la química del cerebro se convierten en buenas vibraciones anímicas para los que practican este deporte. Hacer las ciudades más habitables pasaría también por construir aparcamientos disuasorios, un remedio sencillo pero que unos políticos detrás de otros dejan siempre en el cajón.
Frente a las malas noticias económicas y las peores perspectivas, hay otras muchas que invitan a la esperanza. Con medidas que no han costado mucho más dinero al erario público se ha conseguido reducir en este país el número de accidentes y muertos en carretera drásticamente. Pero, además, conducir hoy en España —con mejores infraestructuras— es una actividad menos arriesgada y más relajada. Los españoles somos más educados y prudentes al volante, pero también cuando viajamos en el transporte público. La calidad de nuestra convivencia ha mejorado de manera que tenemos menos que envidiar a los europeos del norte. Y la crisis ha multiplicado las iniciativas solidarias como nunca.
Inesperadamente, el año 2013, al que habíamos recibido temblorosos ante la anunciada traca final de la crisis, ha llegado con buen pie. Aunque los datos del desempleo siguen siendo dramáticos, diciembre ha dado un mínimo respiro y la prima de riesgo ha descendido al tiempo que subían las bolsas tras frenar Estados Unidos el abismo fiscal. España ha reducido su deuda exterior a un ritmo acelerado y, como contaba este domingo el suplemento Negocios, hay un buen puñado de empresas que a base de ingenio, talento e innovación triunfan a pesar del entorno hostil en el que se mueven. Son noticias que tienen el poder de ofrecer algo de aliento colectivo. Quizá todos —especialmente los políticos— debiéramos aprender de esas empresas exitosas y del ejemplo de Bután. Al menos ahora contamos con una esperanzadora perspectiva: este puede ser el último año de la crisis. Igual hasta podemos adelantar el feliz advenimiento.
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