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Antonio Domínguez Olano, leyenda del reporterismo de los sesenta

Periodista de ‘Pueblo’ y la cadena Ser, escribió casi un centenar de libros y fue jefe de prensa del Atlético

El periodista Antonio D. Olano, en 2011.
El periodista Antonio D. Olano, en 2011.M. H. DE LEÓN (EFE)

Durante más de 50 años ha encarnado la leyenda del reporterismo de los años sesenta, más fecundo y espabilado de lo que cabría esperar en aquel tiempo de carencia tecnológica y ocultismo. En la redacción del diario Pueblo de Narváez, 70, Antonio D. Olano tecleaba en tres máquinas de escribir simultáneamente, pues siempre tenía tres o más reportajes iniciados, mientras, febril, acopiaba por teléfono más datos y olfateaba incidencias nuevas. En tiempos del ordenador multifuncional, con varios programas abiertos, aquello, quizás, no sorprende tanto, pero entonces resultaba insólito. Como ahora desconcierta el ambiente casi cuartelero de aquella redacción, una leonera destartalada donde se cortaba el humo, había cafés, bocatas y copas traídos de Casa Rafa sobre las mesas y muebles-bar bien surtidos en los archivadores.

El reporterismo insaciable de Olano y sus compañeros en pugna (Tico, Yale, Camarero, Amestoy, Amilibia, Carmen Debén…) perseguían la exclusiva desde la intuición y la confidencia, con informadores en cualquier lugar: camareros, limpiabotas, dependientes, taquilleras, conserjes, estanqueras o taxistas; y también famosos con ganas de airear sus conflictos propicios al escándalo. Fue un reporterismo pedestre y precoz, astuto y algo suicida. Olano un día compartió los andamios de los limpiacristales del edificio España, el primer rascacielos que hubo en Madrid, para escribir un reportaje titulado De aquí a la eternidad. Otra vez Alberto Oliveras —a quien secundaba en el programa de la SER Ustedes son formidables—, le encomendó lanzarse en paracaídas en Congo para entregar una paella a un misionero español como presente navideño.

Había permanecido en Sierra Maestra durante el asedio a La Habana en 1958, con Fidel Castro y el Che Guevara, a quien años después llevo a los toros en Madrid, en una jornada plena de anécdotas que la hemeroteca guarda.

Antonio Domínguez Olano, su nombre completo, con una inicial atascada en laberintos anímicos familiares que el tiempo rehabilitó, se divirtió ocultando su edad real. Aunque un día me la aclaró con subterfugios: “Fraga tenía 8 años cuando estuvo en mi bautizo”. Ambos habían nacido en Villalba (Lugo) y puesto que el exministro de Franco y de Suárez había nacido en 1922, Olano contaba con 82 años, cuando ayer falleció, vencido por el cáncer, aunque activo hasta hace una semana (entre otros, seguía apareciendo en las ondas en Hoy por Hoy Madrid).

Había comenzado en El Correo Gallego y en Madrid participó del esplendor reporteril de los vespertinos de los años cincuenta, sesenta y setenta. Durante 40 años (espléndidos años con pluriempleo en los medios) colaboró en la cadena SER y la mayoría de las revistas ilustradas del país. Ejerció la crónica taurina, fue pionero en la gastronómica y como atlético visceral, fue jefe de prensa del equipo colchonero con Gil. Al comienzo de la Transición, su libro Guía secreta de Madrid fue una revelación de lugares y actividades que testifican toda una época. Como autor teatral estrenó hasta 30 comedias, repletas de guiños a la actualidad, entre las que Madrid pecado mortal alcanzó más de un millar de representaciones. El espacio luctuoso de urgencia es incapaz de recoger la dimensión de su producción en libros (casi un centenar) y, sobre todo, la entraña y el temperamento de su compromiso con lo efímero y lo definitivo; su curiosidad y su cosecha en primicias periodísticas.

Nos acaba de dejar, recién publicado, El niño que bombardeó París (se presentó en noviembre en el teatro Muñoz Seca con el patio de butacas repleto), un libro inclasificable por el que transitan la documentación y el delirio, la biografía y las referencias a su proximidad con mitos como Picasso, Dalí, Luis Miguel Dominguín, Buñuel o Dionisio Ridruejo, casi la obra concluyente de un personaje que habitó el reporterismo como pocos y cuya ausencia transmite la emotividad del colofón de un género.

Luis Cepeda es periodista.

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