“Me niego a cerrar los ojos frente a lo que pasa en Rusia”
El activista fue detenido en 2009, acusado de dos robos por el testimonio de otro preso. Quedó libre en 2011 gracias a la presión de varias ONG
En Rusia, para que uno vaya a la cárcel basta la acusación verbal de un preso, que en ocasiones se obtiene bajo torturas. No hay registro de las detenciones, a veces no se aclara el porqué y en otras, el acusado simplemente desaparece. Hablamos de un país que ocupa un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU donde, merece la pena recordar, ha detenido sistemáticamente cualquier tipo de sanción en contra del régimen de Bachar El Asad. Hablamos del país del activista Aleksei Sokolov (Ekaterimburgo, 1973) quien recita la retahíla de abusos como quien la ha repetido bastantes veces, pero no las suficientes como para cansarse. “Me niego a cerrar los ojos frente a lo que ocurre. Es mi país”.
Quizá un restaurante con bufé todo incluido —en un domingo, además— no es la mejor opción para mantener una tranquila charla sobre la defensa de los derechos humanos. Pero Sokolov habla con tal seguridad de su trabajo como activista (es fundador de la organización Pravovaia Osnova, Base Legal, en ruso) que la aventura de sortear, bandeja en mano, a numerosos grupos de niños es peccata minuta. “Tengo dos, un niño y una niña”, recuerda con una sonrisa. Precisamente, estaba con su hija el día que lo detuvieron, el 13 de mayo de 2009. La policía le acusó de dos robos, supuestamente cometidos en 2001 y 2004. La única evidencia era el testimonio de otro preso. Nada más. No hay que ser clarividente para intuir que el motivo tenía más que ver con un documental que Sokolov grabó en 2006, en el que recolectaba testimonios sobre abusos y torturas en centros de detención. Gracias a la presión de varias ONG (entre ellas Amnistía Internacional), quedó libre sin cargos en 2011.
Pero el acoso no ha terminado ahí. Al activista le han acusado de agente extranjero, de mentiroso, de agitador. Y tiene razones para tener miedo. Los asesinatos de periodistas y activistas se acumulan en Rusia. Zaremá Saduláyeva, Malik Ajmedílov, Natalia Estemirova, Anna Politkóvskaya... Una dolorosa lista para los derechos humanos. Sokolov, aun así, dice no tener miedo. “No puedo permitírmelo”, explica.
Sokolov ha denunciado abusos en las centros de detención rusos
Lo más descorazonador, asegura, es que las amenazas devienen en silencio. “Nadie ve nada. Nadie hace nada. Los órganos oficiales silencian las estadísticas. Los medios tienen cuidado en no publicar material que pudiera resultar ofensivo al poder”. ¿La situación es mejor o peor que en la antigua URSS? Se encoge de hombros. “Poco ha cambiado. Putin era el director de la KGB”, dice, como si la mención a los oscuros y eficaces servicios secretos soviéticos bastara como explicación.
Asegura que las multitudinarias manifestaciones de hace un año, en protesta por las irregularidades en el proceso electoral en el que resultó ganador Putin, animan. Pero no son, ni de lejos, suficientes. “Las leyes se han endurecido. Por ejemplo, las protestas son ilegales si asiste un enmascarado a la manifestación. Y en muchas ocasiones, los enmascarados son agentes del Gobierno que asisten para reventar la protesta”. Un método eficaz, o por decirlo en inglés, una win-win situation. No hay manera de perder, zanja.
Para él sería un pequeño consuelo si, al menos, el sistema de rehabilitación social de los presos mejorara. “Hicimos un experimento en Sverdlovsk [a las afueras de Ekaterimburgo], donde rehabilitamos un invernadero viejo gracias al trabajo de exconvictos”. ¿Y qué le motiva para seguir adelante? “Rusia es mi país y el de mis hijos. No tenemos otro”.
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