Querido Profesor
Cuatro rostros conocidos rinden homenaje a la figura del maestro. Un encuentro con aquellos que cambiaron sus vidas gracias a sus enseñanzas en Secundaria.
El expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero siempre tuvo a mano un esquema sinóptico durante sus años en La Moncloa. Ha utilizado este tipo de resúmenes a lo largo de toda su carrera política, subiendo en incontables ocasiones a estrados en mítines y tribunas de actos públicos sin papeles, pero teniendo siempre a la vista uno de esos cuadros sinópticos que Alfonso García, su profesor de lengua y literatura en el colegio Leonés, le enseñó a esbozar en sus años de Bachillerato. Durante aquella época, “el alumno José Luis fue un chico tremendamente participativo que llamaba la atención y en el que ya se vislumbraban inquietudes políticas en el difícil momento de la Transición”, en palabras de don Alfonso. De él aprendió el expresidente a elaborar esos cuadros sinópticos que le han seguido acompañando hasta hoy. También guarda de su profesor “el recuerdo y las mejores huellas del ejercicio de la autoridad democrática”.
Zapatero recibe a El País Semanal en su despacho de la Fundación Ideas, a las afueras de Madrid, donde preside el Consejo Progreso Global. Asegura no sentir síndrome del jarrón chino tras su desalojo de La Moncloa el año pasado, después de dos legislaturas como jefe del Ejecutivo socialista. Desde entonces, ha pasado a formar parte del Consejo de Estado y apenas se ha prodigado públicamente. Su rostro parece haber vuelto a encajarse después de los tormentosos días de debacle económica española en los que estuvo al mando de la nave. La misma mañana de nuestro encuentro ha corrido a primera hora cuatro kilómetros. Parece en forma y mantiene su sempiterna delgadez, pero los pliegues de su rostro quebrados al calor de los disparos de la prima de riesgo se han matizado. Actualmente ha recuperado tiempo para leer y escribir. En cuanto acabemos la entrevista, partirá a compartir un cocido con miembros sindicales. Realmente da la sensación de haberse quitado una losa de encima tras abandonar el Gobierno.
El rostro de Zapatero parece haber vuelto a encajarse tras su desalojo de La Moncloa el año pasado tras dos legislaturas
Unos cuantos años antes de ejercer como presidente, Zapatero estudió Bachillerato en el colegio Leonés. Desde entonces ha seguido manteniendo un estrecho vínculo con este centro privado laico, donde impartió clase su esposa y también estudiaron sus hijas. Ahora ha vuelto a reencontrarse para este reportaje con el docente que cambió su vida en ese centro durante la enseñanza Secundaria. Don Alfonso tiene hoy 66 años, está jubilado y ha enseñado lengua y literatura durante cuatro decenios, tarea que combinó con la dirección del suplemento cultural del Diario de León. Profesor y exalumno toman asiento en unos sofás del actual despacho de Zapatero.
“El Bachillerato lo estudié durante la explosión de la Transición democrática”, recuerda el expresidente. “Yo tenía 15 años cuando murió Franco. La libertad entraba por todos los poros y, por supuesto, por la educación. De Alfonso recuerdo la exigencia y el respeto al mismo tiempo, algo muy difícil con esas edades y en aquel tiempo que viví en las aulas. Nadie sabía cómo gobernar la libertad, ni a los profesores les habían enseñado a eso. Pero ellos nos lo enseñaron a nosotros y es lo que más aprendí de Alfonso. También aprendí a manejar los cuadros sinópticos, que me acompañaron toda mi vida hasta llegar a La Moncloa. Y nos inculcó el amor por la palabra y por la literatura. Vivimos con él la explosión del boom hispanoamericano. También se daba la suerte de que teníamos en León una pléyade de incipientes magníficos escritores, con un Cervantes como poeta: Antonio Gamoneda”.
A sus 52 años, Zapatero parece un hombre muy distinto del que el 12 de mayo de 2010 se presentó con rictus de funeral para anunciar el entonces mayor recorte presupuestario de la democracia española. Mientras conversamos con él y su maestro, se votaba en el Congreso el nuevo ajuste presupuestario del Gobierno de su sucesor, Mariano Rajoy, que ha dejado aquel tijeretazo en pañales. De los 15.000 millones de euros que cercenó Zapatero hace dos años hemos pasado a los 65.000 del recortazo de Rajoy, que ahondará la enorme brecha de sucesivos ajustes que la enseñanza pública viene afrontando desde hace más de un año.
El curso pasado se contabilizaron 2.800 profesores menos para atender a 116.000 alumnos más en la educación pública, pilar básico del Estado de bienestar, tan en el punto de mira de las reducciones presupuestarias como la sanidad pública. Con la apertura del nuevo curso se espera que siga bajando el número de profesores y continúe aumentando el de alumnos, además de una subida del IVA para materiales de uso escolar, que pasarán a tributar del 4% al 21%. Ese mismo porcentaje, 21%, es el que ha reducido el Gobierno del Partido Popular el gasto en educación para 2012. Mientras el sector ha clamado en las calles ante lo que consideran un menoscabo de la calidad de la enseñanza, el ministro del ramo, José Ignacio Wert, no ha tardado en anunciar la enésima reforma educativa, que en esta ocasión pretende recuperar las reválidas al final de cada etapa: Primaria, ESO y Bachillerato. Y a pesar de los vaivenes, del descontento entre profesores, padres y alumnos, el expresidente Zapatero considera que la enseñanza en España “es mucho mejor de lo que a veces se dice”. Y argumenta al respecto: “Es verdad que, como nación joven, nos cuesta querernos a nosotros mismos. Pero en los últimos 30 años, nuestro sistema educativo ha dado un salto enorme. A veces nos queremos comparar con Finlandia, ¿pero cómo eran las tasas de educación hace 30 años en Finlandia? Cuando salen los informes PISA, yo siempre decía, con matices, que había que leerlos con un poco más de profundidad y no siempre con esa imagen de derrota que parece que queremos adjudicar a nuestra educación. Quienes de verdad tienen autoridad a la hora de leer el informe PISA ponen de manifiesto que estamos en la media de los países desarrollados. Reivindico en este sentido al profesor Julio Carabaña, quizá la mayor autoridad en sociología de la educación de este país: él ha intentado explicar muchas veces las diferencias sesudas que hay en decimales, y esto ha caído como una losa en el sector educativo, cuando alguna de las cosas más importantes que la educación genera es la autoestima. En cada profesor y cada alumno. Autoestima de nuestro sistema, de cómo hemos podido hacer convivir una educación pública, garantía de equidad, con el respeto a una educación privada concertada”.
El curso pasado había 2..800 profesores menos para atender a 116.000 alumnos más en la educación pública
El problema es que la autoestima en la enseñanza pública, a base de ajustes y reajustes, está cayendo en picado. Zapatero asiente ante la observación. Más si cabe cuando precisamente el actual ministro de Educación ha esgrimido ese informe PISA para justificar una nueva reforma. Don Alfonso, el profesor del expresidente, pide la palabra: “En esa nueva ley nos jugamos el futuro del país, pero hay algo que a mí me preocupa esencialmente y que no tiene quizá que ver con los conocimientos: que se enseñe el respeto. El respeto por las ideas, por las personas, por las instituciones, y que no se olviden las humanidades. No podemos hacer especialistas desde los 12 o los 13 años, que puede ser el error en el que caiga la nueva ley. Si en tercero o cuarto de la ESO realmente se bifurca el camino hacia una u otra parte, puede haber un problema. Lo que sí debemos hacer todos, a pesar de los recortes, es que la educación sea un pilar que realmente otorgue fuerza y futuro. Especialmente en Bachillerato, no es tanto conocimiento como anclaje de futuros conocimientos. Eso es algo que quizá no se haya despreciado, pero tampoco le hemos dado demasiado importancia. Al profesor yo no sé si se le consulta mucho o poco, si bien uno de los mayores problemas que padecen es que, por el hecho de que hoy lleguen unos y mañana otros, vamos quitando lo que de alguna manera identifica planteamientos, y la educación pasa a un segundo plano”.
Pero ahí es donde se juega el futuro de un país. En el caso de España, con una tasa de paro juvenil del 53,28%, se lleva tiempo advirtiendo sobre el riesgo de una generación perdida. La figura del profesor parece desdibujada entre recortes y reformas sucesivas, sometida a un descrédito sin precedentes. En el pistoletazo de salida al nuevo curso, estas páginas han querido rendir homenaje a los docentes proponiendo a cuatro personajes muy conocidos volver a encontrarse con aquellos que cambiaron sus vidas durante su etapa de la Enseñanza Secundaria Obligatoria, donde se lleva a cabo ese “anclaje de futuros conocimientos” del que habla el profesor del expresidente Zapatero.
La cineasta Gracia Querejeta (Madrid, 1962) pasó de los 7 a los 17 años en las aulas del colegio Base. Allí recibió las lecciones del director del centro, hoy jubilado. Con 74 años, licenciado en filosofía y letras por la Complutense, Ángel de Santiago acabó en la enseñanza “porque de la poesía no se podía vivir”. Fundó el madrileño colegio Base, que hoy dirige su hijo. “El adolescente suele ser muy razonador, pero no muy razonable”, reflexiona en el salón de su casa sobre su experiencia como docente de lengua y literatura y director de un centro educativo. “Pero Gracia quizá representaba una buena excepción a esa regla. La recuerdo con una gran personalidad, razonadora y a la vez razonable”.
La aludida, por su parte, no ha podido olvidar cómo influyeron en su adolescencia las aulas poéticas que organizaba don Ángel y aquella tarea por la que les obligaba a escribir un poema a la semana que después tenían que leer en clase en voz alta. “Pero sobre todo me enseñaste a discutir en el sentido noble de la palabra”, revela Gracia a su profesor antes de posar con él para la foto. Don Ángel también quiere confesar la repetida asistencia al estreno de todas las películas de su “brillante alumna”, que ahora ultima el montaje de su próximo filme, 15 años y un día, una historia que transcurre bajo el telón de fondo de la siempre compleja adolescencia. “Su cine es muy intelectual, y ella siempre ha sido muy perfeccionista… Oye, con sus defectos también, ¿eh?”, ríe el profesor intentando no ponerse demasiado sentimental. Precisamente en el asunto de los estados de ánimo, don Ángel quiere dejar un mensaje ante las dificultades que afrontan los docentes de hoy. “Han de luchar por sus derechos, pero, por favor, que no manifiesten ese desánimo en clase. Pase lo que pase, a la hora de ponerse delante de sus alumnos, un profesor nunca puede estar con el ánimo bajo”.
Otra vez el peliagudo asunto de la autoestima. “Mi instituto era un depósito de esperanza”, sintetiza sobre su experiencia en las aulas el escritor Manuel Rivas (A Coruña, 1957). Aquel instituto era el Monelos. Y allí recibió Rivas en su adolescencia las enseñanzas de lengua y literatura que impartía Luz Pozo. Poeta, académica de la Lengua Galega y profesora jubilada, Luz pasea para la ocasión con su exalumno por el jardín romántico de San Carlos después de conversar en la sede de la Real Academia Galega, de la que ambos forman parte, en la ciudad vieja de A Coruña. Escuchar su diálogo es simplemente un privilegio. “Todos estábamos enamorados de Luz”, recuerda Rivas. Y no resulta difícil creer que era cierto. El rostro de Luz, su sabio verbo y su caminar garboso hacen imposible creer que hoy tenga 90 años. Sus palabras nos transportan atrás en el tiempo al Monelos, cobijo de chicos y chicas que, como Manuel Rivas, experimentaban por primera vez las delicias y la sana convivencia e intercambio de conocimientos de un instituto mixto en la zona. Allí resulta fácil vislumbrar a su profesora de lengua y literatura seduciendo a la concurrencia como seducía el maestro don Gregorio a Pardal, el protagonista del memorable relato La lengua de las mariposas, donde Manuel Rivas dejó escrito un bello canto de amor a la figura del maestro a través del alumno: “Pronto me di cuenta de que el silencio del maestro era el peor castigo imaginable. Porque todo lo que él tocaba era un cuento fascinante”. También lo era todo lo que tocaba Luz. “Ella no necesitaba emplear la autoridad. Ni hacer números de circo. La suya era una seducción serena”, recuerda hoy Rivas. Seducido por Luz, viajando “a través de hilos invisibles” desde el Siglo de Oro hasta los versos de García Lorca y Miguel Hernández, o navegando entre Shakespeare y Valle Inclán, el futuro escritor comprendió por primera vez siendo adolescente que “la literatura, de repente, era algo que tenía que ver con nosotros”.
Al fin y al cabo, un profesor, cuando ejerce con verdadera pasión su oficio, tiene en sus manos el poder de abrir los ojos al mundo de cualquier chaval. Manuel Rivas descubrió con Luz Pozo la fuerza y la independencia de la literatura. Y ella, leyendo los textos publicados de quien fue su alumno, también ha disfrutado y aprendido de su “originalidad en el pensamiento, en la expresión y en lo que transmite de manera tan hermosa, aparentemente sencillo y con una gran carga de profundidad en todo, convirtiéndole en un autor totalmente diferente, un fuera de serie”. Mucho tuvo que ver en la forja de ese carácter el paso de Rivas por aquel “depósito de esperanza” del instituto Monelos de A Coruña. La incertidumbre ante los bandazos presupuestarios que afrontan tantos centros educativos españoles como este supone para el escritor “el reflejo de la desesperanza de que sabemos quién está en el Gobierno, pero no sabemos quién manda realmente”. La profesora y también escritora Luz Pozo no puede evitar analizar lo que para ella constituye “la expresión clave” del tiempo que vivimos: “Que se jodan”. El exabrupto que soltó Andrea Fabra, diputada del Partido Popular en el Congreso de los Diputados, mientras se anunciaba el mayor recorte presupuestario de la democracia es para doña Luz “un pensamiento que conforma un aforismo bruto, pero cuando una persona dice eso es por algo: se trata de la conclusión de un proceso cultural”.
Y para los profesores, claro. “La figura del maestro está directamente maltratada”, reflexiona el torero José María Manzanares (Alicante, 1982). Estrella contemporánea de los ruedos y celebridad internacional, hijo de una de las últimas leyendas de la lidia del siglo XX, ha tenido que suspender la presente temporada por una lesión en una de sus manos. Se reencuentra en un café de Madrid con Mariano Ros, su tutor y profesor de filosofía durante el Bachillerato, que cursó en el colegio Aitana de Elche. Aparte de filosofía, Manzanares aprendió de este docente de 59 años en activo claves para desenvolverse en la plaza y en la vida: “El valor de la lealtad, de no defraudar, de la exigencia a la hora de luchar”.
Don Mariano también quiere confesar durante su encuentro con Manzanares que su alumno era “un niño un poquito filósofo que sacó un 10 en el examen final de la asignatura en COU; en la posterior prueba de selectividad tampoco me dejó mal: sacó un 9”. Para motivar la atención de su concurrencia, don Mariano asegura haber manejado dos conceptos clave que según él han de ir de la mano durante el viaje de la enseñanza: “Cariño y exigencia”. El torero asiente. Y añade: “Con él siempre supimos en clase el respeto que debíamos guardarle, y nuestra obligación de ser justos y nobles”. La confianza que siempre ha sabido inculcar en sus alumnos hizo que, mucho antes de que Manzanares lo dijera en casa, revelara a su tutor del colegio el deseo de seguir los pasos de su padre en la arena. En don Mariano encontró la comprensión necesaria y la complicidad para afrontar su incierto destino con valentía. Antes de ser matador, cursó estudios universitarios de veterinaria. Pero el traje de luces pesó más. Ahora que sucesivas lesiones en ambas manos le mantienen alejados de los ruedos, Manzanares recuerda el espíritu de sacrificio que le inculcó su tutor, “basado en intentar superar los problemas de la mejor manera posible”.
En estas historias aparecen una y otra vez conceptos como autoestima y anclaje de futuros conocimientos. Un pequeño detalle: los cuatro personajes han coincidido al elegir como profesor que cambió sus vidas durante la adolescencia a un docente de la rama de humanidades. ¿Casualidad o causalidad? ¿Tiene razón don Alfonso y estamos dejando de lado las humanidades, obviando la importancia que pueden tener en la forja de un carácter? Y lo más importante, como también decía don Alfonso: ¿no será que entre las causas de los muchos males que aquejan a la enseñanza pueda estar que hemos dejado de escuchar a los profesores? A la vista está que todavía, incluso tras abandonar las aulas, estamos en deuda con ellos.
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