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ENCUENTRO CON NEIL ARMSTRONG

“Un día, alguien va a volver a la Luna y recogerá la cámara que dejé”

El exastronauta recordaba, el pasado mes de mayo, el angustioso descenso al mar de la Tranquilidad aquel 20 de julio de 1969

No era el escenario en el que Neil Armstrong se imaginaría dando su última entrevista a principios de este año. Pero tal vez fuera apropiado, teniendo en cuenta sus logros. En mayo, la asociación de auditores de cuentas de Australia se aseguró casi una hora del tiempo del ex astronauta para hablar de su expedición a la luna en 1969. El artífice de la exclusiva fue el consejero delegado Alex Malley, que apeló al historial familiar de Armstrong, cuyo padre había trabajado como auditor para el gobierno estatal de Ohio. Armstrong, que solo concedía entrevistas en raras ocasiones, obsequió a su público con la noticia de que él pensaba que el Apolo 11, que les llevó a él, Buzz Aldrin y Michael Collins a la luna, solo tenía un “50% de probabilidades” de aterrizar de manera segura en la superficie y un 90% de probabilidades de regresar a casa. Declaró que era “una lástima” que las actuales ambiciones del Gobierno estadounidense para la NASA, el organismo espacial estadounidense, fueran tan reducidas en comparación con las hazañas que consiguió en la década de los sesenta.

Neil Armstrong en Valencia, en 2005.
Neil Armstrong en Valencia, en 2005.JOSÉ JORDÁN (AFP) (EL PAÍS)

“La NASA ha sido una de las inversiones públicas que más éxito ha tenido a la hora de motivar a los estudiantes para esforzarse y conseguir todo lo que pueden conseguir”, añadía Armstrong . “Es una pena que estemos llevando el programa por un camino que reducirá la cantidad de motivación y estímulo que proporciona a los jóvenes”. Afirmó que el carácter cortoplacista del proceso de toma de decisiones estaba haciendo un flaco favor al organismo, y remachaba: “Estoy bastante preocupado por las orientaciones políticas del organismo espacial. En Estados Unidos se da la situación de que la Casa Blanca y el Congreso están enfrentados respecto a cuál debería ser el rumbo futuro. Es como si estuvieran jugando a un juego y la NASA fuera la pelota que se lanzan unos a otros”.

Armstrong habló abiertamente de sus padres, de la fascinación que sentía de niño por la idea de volar y de sus experiencias como piloto de aviones de combate en la guerra de Corea. También expresó su particular visión del destino en su trabajo como piloto de pruebas y astronauta, y confesó que se negaba a preocuparse sobre misiones futuras porque pensaba que algo saldría mal antes y estaría más ocupado activando el asiento eyectable o afanándose en arreglar la válvula.

"No estábamos ahí para meditar. Estábamos ahí para hacer cosas"

A medida que se acercaba el día del lanzamiento, contaba el exastronauta, los preparativos transcurrían según el calendario previsto. “Un mes antes del lanzamiento del Apolo 11, decidimos que nos sentíamos confiados como para probar e intentar… descender hasta la superficie”. Armstrong recordaba el momento en que recibió la llamada para preguntarle si el resto de la tripulación del Apolo 11 estaba preparado para aterrizar en la luna. “Los jefes me preguntaron si creía que yo y mis chicos estábamos preparados. Les dije que estaría bien tener otro mes, pero era una carrera y teníamos que aprovechar la oportunidad cuando se nos presentaba. Tuve que decir que estábamos preparados, que estábamos listos”. Describió el angustioso descenso de 12 minutos a la luna, cuando se dio cuenta de que el piloto automático del módulo lunar Eagle estaba preparándose para posar a la tripulación en la pendiente de un inmenso cráter lunar. “El ordenador nos mostraba dónde pretendía aterrizar, y era un sitio muy malo, en un lado de un gran cráter de entre 100 y 150 metros de diámetro con pendientes muy pronunciadas cubiertas de pedruscos enormes; un sitio nada bueno para aterrizar”, puntualizaba. Armstrong asumió el control manual de la nave y se las ingenió para que aterrizara como un helicóptero en una zona menos accidentada un poco más al oeste cuando solamente les quedaban 20 segundos de combustible.

En cuanto a lo de “este es un pequeño paso para [un] hombre, un salto gigante para la humanidad”, Armstrong explicaba que no pensó en esas palabras hasta después de que aterrizaran sanos y salvos.

Sobre el tiempo que pasó en la superficie de la luna, decía: “Fue especial y memorable, pero solo duró un instante, porque había trabajo que hacer. No estábamos ahí para meditar. Estábamos ahí para hacer cosas. Así que nos pusimos manos a la obra”.

Armstrong tuvo tiempo también para responder a la pregunta favorita de los teóricos de la conspiración: ¿fue un montaje el aterrizaje en la luna? “A la gente le encantan las teorías de la conspiración”, replicó. “Me refiero a que son muy atrayentes. Pero nunca me han preocupado porque sé que, un día, alguien va a volver allí arriba y recogerá la cámara que dejé”.

The Guardian

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