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Columna
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La misma vergüenza, el mismo engaño

En Afganistán, los casos de rapto y violación de mujeres cometidos por la policía son numerosos y quedan impunes

Soledad Gallego-Díaz
Un grupo de mujeres afganas recibe atención médica tras inhalar un gas venenoso en la provincia de Tajar, en el noreste de Afganistán.
Un grupo de mujeres afganas recibe atención médica tras inhalar un gas venenoso en la provincia de Tajar, en el noreste de Afganistán. Naqeeb Ahmed (EFE)

Cerca de 120 niñas y profesoras fueron envenenadas, y algunas de ellas murieron, a finales del pasado mes de mayo en la provincia de Takhar, en Afganistán, posiblemente por grupos talibanes que quieren impedir que las niñas acudan a las escuelas y que reciban algún tipo de educación. No es la primera vez que algo así ocurre: unas semanas antes, otras 150 niñas habían corrido la misma suerte y hay casos registrados desde 2010.

Un portavoz de Seguridad Nacional explicó hace días que “la ofensiva de primavera-verano de los talibanes este año consiste en obligar a cerrar escuelas. Están creando miedo para que las familias no intenten que sus hijas reciban instrucción”.

El ministro de Educación, por su parte, reconoció que 550 escuelas en 11 provincias han sido cerradas por presión de los talibanes. Entre ellas, algunas en la provincia de Badghis, donde se encuentran desplegados unos 1.500 soldados españoles.

Las organizaciones afganas de defensa de las mujeres están desesperadas. Se quejan sobre todo de la actuación de las unidades de Policía Local (ALP, en sus siglas inglesas), a las que el Gobierno de Karzai, con el acuerdo con sus aliados, está entregando la seguridad rural.

Poco antes de la cumbre de la OTAN en Chicago, el pasado 21 de mayo, la Afghan Women Network (AWN) hizo público un comunicado en el que expresaba el pánico de las afganas ante la ALP. “Las mujeres creen que la existencia de la Policía Local ha aumentado la restricción de movimientos de las mujeres y niñas impuesta por sus familias porque saben que no están a salvo con esos hombres armados a los que se confía la seguridad de sus comunidades”.

Tienen miedo con toda razón: los casos de rapto y violación cometidos por esos agentes locales son numerosos y quedan impunes. El último suceso es el de una muchacha de 18 años secuestrada por el líder de la policía local en Kunduz, que la violó durante días, en venganza, según The Guardian, por una ofensa cometida por un primo lejano de la joven.

La cumbre de la OTAN reiteró en su comunicado final su “compromiso” con las mujeres afganas... y no hizo absolutamente nada, que se sepa, en relación con la Policía Local, a la que le siguen llegando fondos internacionales, como si no pasara nada o como si a nadie le importara lo más mínimo lo que está ocurriendo.

La AWN ha pedido, por activa y por pasiva, que el dinero internacional se destine a la Policía Nacional, que recibe mejor formación, que se purguen las filas de la ALP para expulsar de ellas a conocidos violadores y maltratadores y que se obligue a todos sus miembros a pasar por cursos sobre respeto de los derechos humanos. Y, por encima de todo, que sus delitos no sean dejados en manos de consejos tribales o vecinales, donde los más viejos de cada comunidad toman las decisiones.

Las organizaciones de mujeres saben exactamente lo que necesitan: que el 30% de los fondos internacionales destinados a financiar las Fuerzas de Seguridad Afganas se emplee en la contratación, y retención, de mujeres policía, armadas y formadas. Que se haga responsable al Gobierno afgano de la defensa de los derechos de las mujeres y del cumplimiento del Plan Nacional para las Mujeres, la Paz y la Seguridad, que se viola continuamente bajo las narices de los más de 130.000 soldados aliados.

Las tropas internacionales tienen planeado retirarse totalmente en 2014. De los 1.500 soldados españoles, más de la mitad habrá salido en 2013. Queda poco tiempo para actuar, pero no deberíamos consentir que todo esto se tape, se ignore y se nos cuenten cuentos sobre nuestra contribución a la paz.

¿Qué paz? Lo que las mujeres afganas reclaman es nuestra atención: no permitamos que nadie nos hable de Afganistán sin preguntar una y otra vez por qué no se purga a los asesinos que forman parte de la Policía Local y que cobran de nuestros impuestos. No crean que es algo tan lejano; no crean que tenemos derecho a desentendernos, absorbidos por problemas próximos y agobiantes. En el fondo, todo trata de la misma vergüenza, el mismo descrédito, del mismo engaño.

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