¿Presencia o vínculo?
La representatividad, que es lo que justifica la institución parlamentaria, está en cuestión
Hace muchos años, mi maestro en tantas cosas, Jordi Solé Tura, nos hablaba de los culivotantes al referirse a esa masa de diputados de los grandes grupos que se dedican solo a votar cuando toca. Ha habido escenas curiosas como la del diputado malabarista que votó por él mismo y por dos compañeros ausentes. Los ranking de actividad parlamentaria ponen de relieve que hay diputados muy activos y otros que no lo son. Y ese balance no tiene nada que ver con estar sentado cuando toca. Los reglamentos internos de los grupos castigan las ausencias o desobediencias en las votaciones, no la presencia constante. En el Parlamento británico, el fair play lleva a que cada diputado tenga un colega en el grupo opositor, al que se le invita a no estar o no votar cuando el otro está ausente (granting a pair). Es fácil recolectar anécdotas que ahonden en el descrédito de los políticos, poniendo de relieve la mezcla de privilegio, coleguismo y malas prácticas. En general, es cierto que una foto de hemiciclo casi vacío no tiene por qué significar absentismo. Los problemas vienen de otro lado.
Los parlamentos encarnan una forma de hacer política y de ejercer representación e intermediación que está tornándose obsoleta a pasos agigantados. El cambio de época que impulsa Internet pone en entredicho cualquier institución cuyas labores de intermediación no añadan el valor suficiente que justifique su existencia y sus costes. Si lo que justifica la institución parlamentaria es la representatividad, y esa función está totalmente en cuestión, cualquier anécdota será aprovechada para su descrédito. Hay una línea a explorar que abrió la diputada valenciana que pudo votar desde casa, en pleno permiso de maternidad. Hace un año, el 15-M lanzó el grito de “No nos representan”, aludiendo tanto a la falta de consistencia entre los programas electorales y lo que se hacía, como al hecho de que sus aparentes privilegios les alejaban de los avatares que sacudían la vida diaria de sus representados. Injusto o no, es una opinión muy extendida. Harían bien los parlamentarios, ediles y demás representantes en cuidar las formas, pero, sobre todo, en cuidar los fondos. Reforzar vínculos, estar cerca de los que dicen representar, evitar privilegios injustificables, ser más transparentes. Ser lo que dicen ser.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.
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