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“Roma nos acusa de trabajar demasiado con los pobres”

El Vaticano reprendió a la asociación de religiosas de EE UU a la que pertenece

La religiosa estadounidense Simone Campbell.
La religiosa estadounidense Simone Campbell.C. F. PEREDA

Cuando el nombre de la organización que lidera apareció recientemente en un informe de la Congregación para la Doctrina de la Fe —la antigua Inquisición— donde el Vaticano acusaba a la mayor agrupación de superioras de EE UU de graves faltas de heterodoxia —entre ellas, la defensa subrepticia de un “feminismo radical”—, un amigo le escribió una misiva a la monja Simone Campbell (Santa Mónica, 1945), en la que la comparaba con la santa Juana de Arco y le decía: “Cuando veas que las cerillas se encienden, mantente en marcha”.

Esta hermana de sonrisa afable defiende un variado ideario de justicia social mientras toma un descafeinado a escasas manzanas del Capitolio. No parece una hereje, algo que ha implicado veladamente la curia recientemente. El 18 de abril, un informe del Vaticano reprendió formalmente la Conferencia de Liderazgo de Mujeres Religiosas, unión de un 80% de las 57.000 monjas de EE UU, a la que Campbell está asociada. Además, esta sor es directora ejecutiva de Network, un lobby político al que ese mismo informe acusa de minar la doctrina oficial.

“Los obispos de EE UU están claramente alineados con un ideario derechista”, explica Campbell. “Hay una lucha entre una cultura de absolutismo monárquico, donde es el hombre quien lo decide todo, y otra cultura democrática, la nuestra. Creemos que es bueno tener en cuenta todas las voces mientras en Roma, en línea con una antigua tradición, se piensa que el monarca absoluto es la única voz”.

Hay algo que a Campbell, miembro de las Hermanas del Servicio Social, le enerva del informe del Vaticano: “Se dice, básicamente, que trabajamos demasiado con los pobres. ¿Y con quién vamos a trabajar si no? ¿Qué es lo que dijo Jesucristo?”. Como directora ejecutiva de Network, ha departido en numerosas ocasiones con el presidente Barack Obama, y le ha apoyado en sus esfuerzos por aprobar una ley de reforma de la sanidad. “Eso me lleva a pensar que el problema es político, no doctrinal”, explica.

Aunque ha hecho los votos de pobreza, castidad y obediencia, Campbell no luce hábito. Solo un detalle revela su afiliación: un pequeño broche en el que se lee el lema de su congregación: “Espíritu Santo, ven”. ¿Es difícil ser una monja en uno de los frenéticos epicentros del poder? Campbell ríe. “Me ayuda levantarme cada mañana a las cinco para meditar. Me hace estar abierta al Espíritu Santo, a quien se encomienda mi agrupación”.

Hay algo que la monja le pide a los obispos y a la curia vaticana: que vengan a EE UU y pasen tiempo con los desfavorecidos. “Que vean cómo nuestros miembros representan a Cristo en las calles, que dejen que sus corazones queden rotos por aquellos que sufren, los pobres. Entonces, de verdad, cambiarían su opinión”, explica. Hay algo desafiante en la hermana Campbell, que transmite un aire de serenidad, segura de que se halla del lado de los justos.

¿El siguiente punto en su agenda? No duda ni un instante: “¡La reforma migratoria! Desde EE UU exportamos televisión y creamos esperanzas. Y si combinas hambre y esperanza, la gente busca emigrar. ¡Tenemos tantos acuerdos para el movimiento libre de capital, pero no hay ninguno para el libre movimiento de personas!”. En año de elecciones presidenciales, suena a gran batalla. Y esta Juana de Arco moderna está dispuesta a librarla.

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