La crisis asfixia a los saharauis
La caída de ayudas a los campamentos de Tinduf dificulta aún más la sanidad y la educación 90.000 personas están en situación crítica
Lamina, Nayat, Hela, Salam y Duha tienen once años y son compañeras de un pupitre para tres en la escuela de secundaria Simón Bolivar de Smara, uno de los cuatro campamentos de refugiados saharauis que existen en Tindúf (Argelia). El destino las ha jugado dos malas pasadas. Una, que a sus sonrisas infantiles les hayan salido unas manchas amarillas imborrables por culpa de la malnutrición. Aunque ese es el de menos. El otro, es que las cinco quieren ser médicas o profesoras, pero dicen saber que “nunca” conseguirán eso. “Porque en el Sáhara no hay nada ni se puede llegar a casi nada”, suelta una con frialdad adulta. Un lamento que pueden verter en cuatro idiomas distintos.
No es fácil cumplir expectativas en los campamentos. Las cerca de 200.000 personas que los habitan dependen por completo de la ayuda internacional para poder sobrevivir en este territorio del desierto argelino en el que permanecen forzosamente exiliados desde 1976, después de que la colonia española donde habitaban pasase a manos de la administración marroquí y marcase el comienzo de un conflicto bélico aún hoy abierto. 90.000 de ellas soportan una situación crítica, según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR).
Su falta total de recursos dibuja un contexto límite que apenas permite desarrollar avances sociales más allá de la mera subsistencia. En especial, en materia educativa y sanitaria. En esta tierra de casas de adobe y jaimas, que aún confían en que sea de paso, no hay universidades, apenas existen profesores de secundaria y solamente disponen de ocho médicos para encargarse del casi cuarto de millón de habitantes. Circunstancias que, según la organización Médicos del Mundo, conllevan la “difícil resolución” de patologías de “fácil curación” en una sociedad donde los problemas relacionados con la mala nutrición infantil se elevan por encima del 60%, según datos de la ONG, y donde adquirir formación superior es una cuestión a merced de las becas que decidan proveer solidariamente terceros países.
Esta realidad se ha agravado en los dos últimos años a causa de la crisis económica que afecta a la mayoría de los países donantes. El goteo de ayudas que reciben los campamentos por parte ACNUR, de algunos gobiernos y organizaciones no gubernamentales –muchas sin previsión ni fecha fija-, se ha reducido en un 30% anual, según Salek Baba, Ministro de Cooperación de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), algo que entierra las mínimas esperanzas de desarrollo de estos refugiados.
“No hay más posibilidades”, afirma el Ministro, “el 50% de la asistencia internacional que se recibe se gasta en alimentar a la población, y aunque sanidad y educación son dos temas prioritarios y trabajamos duro en ellos, no disponemos de recursos ni de profesionales para mejorarlos mucho más”. Baba cifra la necesidad económica anual para “mantener las necesidades más básicas” en unos “126 millones de euros”, una cifra que según indica, ya quedaba abismalmente alejada de lo recibido antes del comienzo de la crisis.
El reflejo más directo de estas carencias a nivel social es la falta de personal cualificado para desempeñar actividades profesionales que requieran de una formación universitaria, como médicos o educadores. A pesar del esfuerzo del gobierno saharaui, ACNUR y las organizaciones extranjeras, institucionales o independientes, que colaboran en la zona (se ha logrado que la alfabetización infantil pase de un 28% a un 100% en los últimos 10 años gracias a la creación de escuelas primarias y dos centros de secundaria; que exista al menos un centro sanitario –atendidos exclusivamente por enfermeros- por wilaya (nombre por el que se conoce a cada uno de los campamentos) y dos hospitales generales para todo el territorio), no se ha logrado ascender el escalón que permita al Sáhara Occidental alcanzar una autosuficiencia sanitaria y educativa.
La ayuda que proveen los agentes extranjeros permite en cierto modo taponar algunas de las carencias más flagrantes a través de voluntarios temporales o proyectos de atención y formación básica, como los que llevan a cabo Médicos del Mundo o el conjunto de universidades madrileñas, entre otras organizaciones. Pero lejos de esos cataplasmas, las oportunidades formativas para los saharauis se han reducido drásticamente tras la disminución de las becas que proporcionaban países amigos como Cuba, Argelia, Libia o Venezuela, quienes han recortado el número de plazas que les ofertaban a causa de sus propias dificultades económicas o sus conflictos armados, como en el caso de Libia.
Además, muchos de los estudiantes que se formaban en estos terceros países acababan desempeñando su oficio en el extranjero atraídos por un sueldo digno, ya que la remuneración en los campamentos no supera los 30 euros mensuales para un maestro o los 90 que puede percibir un médico.
El descenso en ayudas ha llegado incluso a movimientos como Vacaciones en Paz que promovía la acogida de miles de menores saharauis por familias extranjeras durante el verano. “Sus vacantes se han reducido en 2000 niños”, según Baba.
Las circunstancias se agudizan poco a poco y los refugiados hacen malabares con sus escasos recursos. “Se hace cuanto se puede”, afirma Sidahmed Tayeb, Ministro de Salud del RASD, “pero ni siquiera disponemos de un presupuesto prefijado para los ministerios. En materia de sanidad, por ejemplo, siempre hay alguna carencia, como este mes, que no disponíamos de botes de leche para los bebés. La ausencia de medios y de médicos nos obliga a recurrir a un sistema de salud basado en la prevención. Procurar que la gente no enferme y sensibilizarles contra los factores de riesgo, ante la imposibilidad de prestar una atención posterior”, añade.
La puntilla definitiva a la falta de liquidez del RASD la pone el gasto extra que se ha visto obligado a hacer para mejorar la seguridad en los campamentos tras el primer y único secuestro en territorio custodiado por el Frente Polisario, que se produjo el pasado mes de octubre con el saldo de dos cooperantes españoles y una italiana aún rehenes de un grupo armado de fuera del territorio. “Solo la primera fase del plan que estamos llevando a cabo para mejorar la seguridad cuesta tres millones de euros”, afirma Baba, “aún falta cuantificar el resto”.
Lamina, Nayat, Hela, Salam y Duha pensaban que un periodista español al menos hablaría tantos idiomas como ellas. “Entonces ¿yo podría ser periodista en España?”, concluye una de las niñas. “¿Cómo vas a trabajar en España?, tendrías que tener papeles”, le responde su propia amiga. “La verdad es que prefiero en Sáhara, cerca de mi familia”, acaba confesando la curiosa. “Pero ¿dónde se estudia eso aquí?”
Parches en el desierto
El gobierno del RASD y la totalidad de las organizaciones que trabajan en el desarrollo del nivel de vida de los campamentos coinciden en apuntar que la situación de los saharauis avanzaría a un ritmo incomparable si contasen con el reconocimiento de su independencia por parte de las Naciones Unidas y con los recursos naturales que existían en las tierras cercanas a la costa atlántica que habitaban antes del 76, (actualmente bajo soberanía marroquí), en lugar del desierto yermo en que sobreviven desde entonces. “No obstante, no se puede limitar la acción solo a las reivindicaciones, hay que dar pasos hacia adelante aquí mismo. Empezar trabajando en la formación de este pueblo refugiado. Para que logren avanzar por si solos”, dice Rosalía Aranda, decana en la Universidad Autónoma de Madrid y responsable del proyecto Educa Sáhara, impulsado por el conjunto de universidades públicas madrileñas.
A tal fin, algunas organizaciones institucionales como la universitaria, u otras independientes, como Médicos del Mundo, llevan a cabo planes de formación en materia educativa y sanitaria que de algún modo parchean el déficit de personal titulado en los campamentos.
Julio Ancochea, jefe de Neumología del hospital de la Princesa y responsable de la rama sanitaria del proyecto universitario madrileño, Sáhara Salud, afirma que “hacer que las profesoras de primaria puedan impartir clases de secundaria, o que los enfermeros o matronas reciban cursos que les permitan realizar diagnósticos médicos básicos, no es darles una carrera, pero sí contribuir a dar vida a la vida de un pueblo sin apenas posibilidades".
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