James Q. Wilson, el politólogo que transformó la acción policial
Sostuvo que era preciso concentrarse en combatir la pequeña delincuencia para erradicar las condiciones que propician el crimen grave
La puesta en práctica de la “teoría de las ventanas rotas” provocó un importante descenso de la criminalidad en ciudades como Los Ángeles, Boston o Nueva York a finales del siglo pasado. Su autor, James Q. Wilson, falleció el 2 de marzo a los 80 años.
Wilson transformó el funcionamiento de las fuerzas policiales de algunas ciudades del mundo en el que la actividad delictiva parecía fuera de control cuando, en 1982, publicó junto a George L. Kelling un artículo titulado Las ventanas rotas: la policía y la seguridad en los barrios. “Una ventana rota que no se repara es una señal de que a nadie le preocupa lo que pase, por lo que romper más no cuesta nada”, se decía en el texto. El artículo extrapolaba esta imagen a la violencia urbana. “El vagabundo, el borracho a los que no se saca de la calle son la primera ventana rota”, concluía. Inspirándose en estas teorías, muchos departamentos de policía de grandes urbes aplicaron una política de “tolerancia cero” con la idea de que, erradicando el caldo de cultivo del pequeño delito, el gamberrismo y el descuido, los criminales de mayor entidad se verían privados del ambiente que les amparaba y les permitía adueñarse de vecindarios enteros.
Nacido en Denver en 1931, pronto se trasladó a California, donde su padre vendía piezas de coche. En 1952 se graduó en Ciencias Políticas en la Universidad de Redlands. Tras servir tres años en la Marina, se doctoró en la misma rama en la Universidad de Chicago.
Profesor de Política Gubernamental en Harvard primero y después en California y Boston, en sus clases se abordaban todos los temas, desde la pobreza hasta el crimen, pasando por la burocracia administrativa, tema este último en el que publicó influyentes ensayos en los que analizaba hasta qué punto era grande la brecha entre quienes dictaban las políticas y los responsables directos de aplicarlas.
Su copiosa producción académica y ensayística incluye una docena de libros sobre criminalidad, justicia o la función del Gobierno. Muchos se referían a él como sociólogo, término del que renegaba. Prefería llamarse un “científico de la política” y basar sus ideas en datos y pruebas, no en compromisos ideológicos previos. El propio Wilson tenía dudas de que su enfoque de la inseguridad ciudadana fuera el responsable del decenso de las tasas de criminalidad; además, le interesaban no tanto las causas del crimen, y la forma de erradicarlo, como los motivos por los que la mayoría de la gente era honrada, que el veía en el carácter y el sentido moral, a los que dedicó dos de sus libros más célebres, On character (1991) [Sobre el carácter] y The moral sense (1993) [El sentido moral].
Si catalogarlo profesionalmente es complicado, definirlo políticamente también se hace difícil. Aunque él se consideraba a sí mismo un “escéptico político”, siempre se le contó entre los neoconservadores, un apelativo que trató de combatir apelando a sus orígenes liberales: votó a John F. Kennedy, hizo campaña por el aspirante demócrata Hubert Humphrey y fue propuesto para dirigir el comité de lucha contra el crimen durante el mandato de Lyndon B. Johnson.
Pero su biografía política y social reafirma su ideología conservadora. Fue firme defensor del capitalismo y de reducir el papel del Gobierno. El alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, le contrató como asesor en materia de seguridad ciudadana. En 2003, George W. Bush le otorgó la Medalla a la Libertad. En 2009, en uno de sus últimos artículos, criticaba que subir los impuestos a los ricos beneficiara a los más necesitados, ya que, en su opinión, su problema no era “la falta de recursos, sino su carencia de iniciativa y capacidad”.
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