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“Para ser buen abogado, hay que ser malvado”

Letrada y profesora en Harvard, lucha por un sueldo digno para las artesanas

Naiara Galarraga Gortázar
Jacqueline Bhabha, abogada experta en derechos humanos.
Jacqueline Bhabha, abogada experta en derechos humanos.SAMUEL SÁNCHEZ

Jacqueline Bhabha saluda en español y continúa medio almuerzo en esa lengua. Cuenta que lo empezó a estudiar cuando se interesó por la búsqueda de los niños robados por el Ejército en El Salvador en los ochenta. Esta abogada experta en derechos humanos que enseña en Harvard y siempre lleva agujas de punto y madeja en el bolso recalca: “Soy activista más que profesora, nunca elegí ser profesora”. Asegura que se esfuerza por salir de su “ivory tower, ¿cómo se dice?”, pregunta. Torre de marfil.

Al final jamás viajó al país centroamericano, pero su profesora de español, “Ana, de Pamplona”, a la que fichó en el instituto de su hijo, se convirtió en una de sus mejores amigas. Juntas fundaron el colectivo Alba, que pretende ayudar a mujeres artesanas a “ganarse la vida de manera digna”. Para conseguirlo han sazonado con diseño y marketing “los excelentes bordados de estas mujeres”. El resultado se denomina fashion human rights. Intentan que “las artesanas ganen más dinero para dar una mejor educación a sus hijas y que estas puedan elegir”. Si quieren ser costureras u otra cosa. Recalca que no basta con darles educación. “Te tienes que asegurar de que es lo suficientemente buena para lograr un buen trabajo”. Cuenta con ilusión que venden sus prendas en el MoMA de Nueva York. “Luego te enseño mi pañuelo, finísimo, con dos tipos de puntadas”. Quedó en el ropero, con el abrigo.

Bhabha tarda en mirar la carta. Por si quedaba alguna duda, explica: “Soy la menos gastronómica de mi familia”. Se pide el pescado del día —“no como carne”— y una copa de tinto. Y alaba el restaurante, “es un espacio dramático”.

La biografía de Bhabha, que ha venido a España de la mano de la Embajada de EE UU, te hace pensar en que necesitas al menos tres encuentros con ella. Nació en India, país que acogió a sus padres, judíos alemanes, en su huida de los nazis y patria de su marido, vivió la adolescencia en Italia —“me siento italiana”—, estudió en Oxford y fue durante 15 años abogada en Londres y en el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. De entonces recuerda “lo dura que es la vida de la gente” y que “para ser un buen abogado tienes que ser bastante malvado, no puedes ser dulce, tienes que preparar a tus clientes para que no les destrocen”.

Madre de un asistente jurídico del Tribunal Supremo de EE UU (y de un actor), subraya que “solo la ley no puede cambiar las cosas” y que la “ley es un instrumento vivo”. Para bien y para mal. Lo explica con un par de ejemplos. “El 11-S reabrió un debate que creíamos cerrado, el de la tortura. Me preocupa mucho porque la tortura es ilegal, sin condicionantes. Pero asumo esto que funciona en ambas direcciones. También se pensaba que la homosexualidad no era argumento para pedir asilo y hoy lo es”, explica antes de recordar a un estudiante iraní que no había salido del armario y pedía asilo político. Un juez británico le respondió: “Cuando vuelvas [a Irán], compórtate”. Eran mediados de los ochenta.

Al terminar, me enseña el pañuelo de seda bordado. Sorpresa, me lo regala. Y sí, ahí está, en la web de la tienda del MoMA, como prometió la activista.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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