"Para frenar el calentamiento hay que penalizar a la industria energética"
El primer científico que alertó del cambio climático, en 1981, y cuyas teoría fueron vetadas por la NASA, propone soluciones en la Conferencia TED de California
Hace seis años el exvicepresidente de Estados Unidos Al Gore se subió al escenario de la Conferencia TED 2006 y explicó de forma muy gráfica los efectos del cambio climático. Aquella charla fue el germen de lo que después se convertiría en el documental Una verdad incómoda, que tras obtener un premio Oscar consiguió al fin concienciar a las masas sobre un problema que seis años más tarde sigue sin resolverse, se agrava cada día ante la falta de iniciativas efectivas y del que alertó por primera vez el climatólogo James Hansen en 1981 en un legendario artículo publicado en la revista Science.
El pasado miércoles ese hombre de 70 años y gorro de explorador, que decidió abandonar su pasión por Venus para concentrarse en estudiar y alertar al mundo del calentamiento del planeta y de sus consecuencias, el hombre que llegó a ser censurado por ello por la NASA durante la era Bush, se subió al mismo escenario que Al Gore para volver a lanzar la voz de alarma y proponer soluciones.
Afirma que fue el nacimiento de sus nietos el que le llevó hace dos años a regresar a la arena pública de la que se retiró defraudado y a escribir un libro titulado Storms of my Grandchildren (Tormentas de mis nietos). ¿Su propuesta para evitar la catástrofe hacia la que nos dirigimos si no frenamos el calentamiento global? Imponer un impuesto a las empresas productoras de energías fósiles que aumente de forma progresiva cada año hasta que les resulte tan caro producir carbón o petróleo que opten por invertir en energías limpias. Al mismo tiempo los ciudadanos serán penalizados indirectamente en función de la cantidad de dióxido de carbono que conlleve la producción de sus bienes de consumo. La mano invisible de los mercados haría el resto. Así lo expresó en una entrevista con EL PAÍS tras su paso por el TED 2012 en Long Beach:
Pregunta. En su libro critica el protocolo de Kyoto por dejar las decisiones para frenar el cambio climático en manos de los gobiernos, y lo cierto es que desde que usted alertó de lo que ocurriría y vaticinó fenómenos como el deshielo de los casquetes polares, sequías e inundaciones extremas, la situación no ha hecho más que empeorar y el 2010 registró la emisión más alta de CO2 de la historia. ¿Cómo ve la situación?
Respuesta. Se trata de un problema demasiado importante para dejarlo en manos de los gobiernos, que por otro lado han demostrado perfectamente su sometimiento a los intereses del sector energético. En Washington, por cada congresista hay cinco personas haciendo lobby a favor de los combustibles fósiles, que son los principales responsables del calentamiento global. La industria energética tiene demasiado poder. Y lo más absurdo es que además reciben entre 400.000 y 500.000 millones de dólares al año en subsidios a escala mundial. Y ese dinero lo pagan los ciudadanos, que mueren a causa de los efectos de la contaminación de sus industrias. Ya es hora de que el sector energético comience a pagar el verdadero precio de lo que nos están haciendo.
P. Usted prevé que el nivel del mar se eleve en las zonas costeras hasta siete metros en un siglo, si el ritmo actual de emisión de CO2 continúa. ¿Qué propone para frenarlo?
R. Parte del impacto del cambio climático ya es inevitable, pero si reducimos las emisiones de CO2 rápidamente podríamos estabilizar el clima del planeta a finales de este siglo. Para que eso ocurra hay que devolverle a la Tierra el equilibrio energético. Ahora el desequilibrio es total, entra mucha más energía de la que sale a causa de los gases de efecto invernadero. Para explicarlo de forma gráfica: se ha acumulado ya tanto calor como si se hubieran lanzado 400.000 bombas nucleares como la de Hiroshima durante un año sobre la Tierra. Ese calor ya no consigue salir hacia el exterior y si continuamos a este ritmo llegará un punto que irradiaremos tanta energía como el Sol.
P. ¿Cómo convencer a la industria de abandonar los combustibles fósiles y abrazar energías limpias?
R. Penalizándolas. Tiene que ser un cambio gradual, porque si no la economía no lo soportaría, pero hay que empezar por crear un impuesto que penalice cada tonelada de emisión de dióxido de carbono desde su base -los proveedores de energía- y que, paulatinamente, eleve el precio hasta tal punto que producir combustibles fósiles ya no sea rentable. Al mismo tiempo, el dinero que se recaude, que según mis cálculos podrían ser unos 600.000 millones al año si comenzamos cobrando 10 dólares por tonelada de emisión de CO2, tendría que repartirse entre toda la población. Si lo que recibe un ciudadano es superior a lo que gasta en energía, será también un incentivo para que también trate de reducir su huella de carbono a escala personal. Además ese dinero estimularía la iniciativa empresarial para buscar alternativas energéticas limpias.
P. En países como España el gobierno ha impulsado el uso de energías renovables. Obama también ha tratado de hacerlo. ¿Por qué no le parece bien?
R. Los subsidios públicos no son una solución. Son los mercados los que tienen que hablar. Es la única forma de convencer a una empresa. Si penalizas los carbones fósiles y su precio sube cada año el mercado decidirá el papel de la eficiencia energética y de las fuentes de energía alternativa. Es un gran error pensar que los burócratas del gobierno pueden decidir cuál es la mejor fuente de energía.
P. Pero si hasta ahora esos lobbys de los que hablaba han sido tan efectivos, ¿cómo conseguir debilitarlos?
R. La gente tiene que reconocer el problema y enfadarse. Enfadarse como se ha enfadado el Tea Party. Necesitamos el cabreo del Tea Party y su disciplina. Hay que ponerle un precio justo al CO2 y que ese dinero se distribuya entre los ciudadanos. Ese tiene que ser el modelo. Occupy Wall Street también está enfadado, pero ellos no saben qué pedir. Ocurrió lo mismo con la película de Al Gore, que a pesar de ser fundamental para divulgar el problema, no ofrecía soluciones más allá de pequeños gestos como el de cambiar una bombilla. Pero eso hace tiempo que dejó de ser suficiente.
El frágil futuro de la Tierra
El climatólogo James Hansen habló en la Conferencia TED de Long Beach durante una sesión dedicada por completo a la Tierra y en la que se mezcló la capacidad de entretener del cine (utilizando fotogramas de los documentales de naturaleza de la cineasta Karen Bass de National Geographic) con la capacidad de asombrar de la fotógrafa Sharon Velas, que se dedica a fotografiar nidos de pájaros y restos de basuras, o con el mensaje-denuncia del antropólogo Wade Davis, embarcado en salvar a los indios Tahltan de British Columbia de la amenaza de una mina de carbón que, paradójicamente, financia Shell, uno de los esponsors de TED.
No faltó el humor, otra nota característica de estos encuentros, en este caso a cargo del grupo de teatro The Civilians, que basa todas sus obras en entrevistas reales y que traían hasta Long Beach un montaje musical sobre el cambio climático creado tras entrevistar a docenas de científicos.
Sorprendentemente, y quizás subrayando su vocación dialogante, al escenario también se subió T. Boone Pickens, un multimillonario con fuertes intereses en la industria del petróleo y que expuso su teoría sobre la necesidad de abandonar nuestra dependencia del oro negro para abrazar el gas natural. "He perdido 150 millones de dólares en proyectos fallidos de energía eólica y es cierto que tengo acciones en la industria del gas natural pero alguna energía vamos a tener que usar y dentro de las contaminantes, el gas es la menos mala. Además, es americana y yo defiendo la utilización de energías propias ya que le regalamos cada año 3 billones de dólares a la OPEC, y eso es la transferencia económica más gigantesca que se hace en el planeta, no tiene sentido", proclamó, provocando sonados aplausos y también rostros de perplejidad.
Sin embargo, en esta conferencia brilla por su ausencia cualquier debate entorno a los mercados financieros y nadie aborda de forma directa la actual crisis económica, aunque Chris Anderson, el director de TED, lo defiende así: “Hemos querido mirar hacia el largo plazo. Es mucho más importante para el futuro saber hacia donde nos lleva el cambio climático o la tecnología que momentos puntuales como el que vivimos”.
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