“Spanjol søker jobb” = español busca trabajo
Un jubilado noruego enseña su idioma a parados en la Costa del Sol Tiene una veintena de alumnos y otros 500 están en lista de espera Tres ya están en Noruega; en marzo empiezan a trabajar conduciendo una hormigonera
Todo empezó con lo que parecía una pregunta tonta. Sergio Sánchez, un conductor de camiones de 33 años, acababa de conocer a Lasse Mejlænder, un jubilado noruego que vive desde hace años en San Pedro de Alcántara (Marbella). Sergio, un tipo alegre y extrovertido, le contó que llevaba siete meses en paro, la cosa pintaba negra. Entonces el noruego le hizo la pregunta: “¿Tú quieres trabajar en mi país?”.
Y así fue como un jubilado de 70 años “aburrido” empezó a enseñar noruego a parados de varios pueblos de Málaga y Cádiz. Conductores de autobús, transportistas o albañiles de entre 18 y 57 años, todos varones y agobiados por meses de inactividad; algunos también con mujer, hijos e hipoteca. Entre los alumnos también hay un parado con título universitario: Miguel Ángel Jiménez, 28 años, un maestro de Educación Primaria de San Pedro que “por desgracia” no ha podido ejercer: “He trabajado en supermercados y en una sala de bingo”. Asiste a las clases —que el noruego imparte en su casa de 11.00 a 13.00—, estudia por su cuenta con Internet (“es trabajosillo, para qué engañarnos”) y ejerce de asistente de Lasse, ayudando al resto con la pronunciación y las dificultades de lo que para todos es una gesta: aprender un idioma tras años sin pisar las aulas.
Lasse tardó cerca de cuatro meses en elaborar su propio cuaderno de estudio, al que le ha estampado en la portada un vikingo. “Estoy triste por lo que pasa en España, tanta buena gente sin trabajo...”, dice despacio, con fuerte acento. “Mi país es muy rico. Está lleno de petróleo, de gas y de bastantes salmones. Necesita buenos trabajadores. Pero tienen que saber noruego”. Lasse afirma que lleva tiempo vaticinando esta crisis y aporta como prueba un texto que escribió en 2008 donde asegura que la recesión va para largo.
En octubre empezó a dar clases a un primer grupo formado por Sergio —que es de Vejer (Cádiz)—, Miguel Ángel, Juan González —44 años, de Coín (Málaga)—, José Antonio Ventosinos —57 años, de San Sebastián y residente en Estepona (Málaga)— así como a un quinto parado de 46 años que a los pocos meses lo dejó. “El pobre no pudo seguir el ritmo”, explica Sergio. Todos los alumnos coinciden en que Lasse aplica una disciplina férrea. Se lo llevan los demonios si alguien llega tarde. “Es muy cabezón”, dice Miguel Ángel. “Le falta el bigote de Hitler”, bromea Sergio.
Hace una semana, Sergio, Juan y José Antonio volaron a Oslo. Lasse, que les llama “los chicos”, les ha encontrado trabajo a base de tirar de sus viejos contactos como empresario del sector del automóvil (también fue muy activo en la lucha contra el cáncer y una ristra de cosas más). Empiezan a trabajar en marzo “llevando máquinas hormigoneras para construir un túnel”, explica Sergio. El sueldo, siempre según este, es de 4.000 euros brutos (unos 1.000 se irán en impuestos), además les dan coche y alojamiento. A los dos días de aterrizar fueron a visitar el pueblecito donde van a trabajar. “Es perfecto”, dice al teléfono Sergio. “Muy bonito, puro bosque. Lo que sí hemos visto es que el idioma se nos va a hacer duro. Ellos cortan las palabras a la mitad y nos está costando un poquito. Vamos a dar un curso de refuerzo en Cáritas. Pero estamos locos por empezar a trabajar. Después de tanto tiempo, te quedas como tonto”.
En el aeropuerto de Oslo les recibió Hylde Kiel Paulsen, una jubilada de 55 años amiga de Lasse, que les ha acogido hasta que empiecen a trabajar y les ayuda con todo. Hylde conoce bien España y explica así su implicación: “Lo hago porque me da la gana. Son muy simpáticos y son amigos de Lasse. La corrupción casi ha arruinado a España, es horrible. Los empresarios pagan a los políticos por hacer negocios, fíjate en Marbella. ¿Y quién pierde ahora? Los pobres. El que tiene un Mercedes no te va a dar un duro”.
Tras la marcha de “los chicos”, Lasse ha empezado a dar clase a dos nuevos grupos, uno con 10 adultos y un segundo con cuatro jóvenes de entre 18 y 20 años sin experiencia laboral a los que ha pedido que hagan un curso de máquinas elevadoras. “Quizá de aquí a un mes tengan trabajo”, dice el noruego, que tiene a 500 parados en lista de espera.
Pero su mujer, ecuatoriana, se está cansando de que su casa se haya convertido en una improvisada academia de idiomas. “Tiene el temperamento de un pitbull”, guasea Lasse, que está enfadado porque el Ayuntamiento de San Pedro le ha negado un local para sus clases. Además, le preocupan los gastos que tiene su hazaña. Ha pedido a sus alumnos 60 euros por mes de clase (fotocopiar cada cuaderno cuesta 46 euros, explica), pero casi ninguno le ha pagado. También está dándole vueltas a cómo sufragar los gastos que la llegada de los españoles —a los que tiene claro que hay que asistir y enviar en grupo para que se den “calor humano”— le causa a sus amigos noruegos. Se ha planteado pedirles un porcentaje del primer sueldo. “No sé, pero si voy a seguir, necesito ayuda”.
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