El Aral, un mar al borde de la muerte
El que era el cuarto lago más grande del mundo ha perdido ya el 75% de su extensión a causa de la agricultura intensiva y las eternas disputas entre países
El mar de Aral, víctima de una de las más grandes catástrofes ecológicas del siglo pasado, ya no tiene salvación. El Aral, que era el cuarto lago más grande del mundo (unos 66.000 kilómetros cuadrados), en 2004 ya había perdido un 75% de su extensión, y sus aguas habían quintuplicado su salinidad. Las imágenes fantasmagóricas de barcos abandonados en medio de un desierto son testimonio de esta tragedia.
Para frenar al menos esta dinámica se necesita la cooperación de los países de Asia Central que antes formaban parte de la desaparecida Unión Soviética. De momento, sin embargo, eso parece una misión imposible. Kazajistán y Uzbekistán -naciones que se reparten lo que queda del Aral- están enfrentadas con Kirguizistán y Tayikistán, repúblicas por donde fluyen los ríos que alimentaban el otrora gran mar interior. El Amu Daria y el Sir Daria se forman en las montañas del Tian Shan y el Pamir. El primero corre desde Tayikistán por Turkmenistán y Uzbekistán, mientras que el segundo lo hace desde Kirguizistán por Tayikistán, Uzbekistán y Kazajistán.
Hay cientos de barcos abandonados en mitad de un desierto salino
Es decir, que los países ricos en petróleo y gas -Kazajistán, Turkmenistán y Uzbekistán- obtienen el agua de países pobres, como son Kirguizistán y Tayikistán. De hecho, los dos últimos no tienen recursos económicos para comprar los hidrocarburos a precios de mercado y ven en el desarrollo de la industria hidroeléctrica la única salida de la crisis. De ahí que quieran acelerar sus planes de construir las centrales de Rogún (Tayikistán) y las de Kambarat 1 y 2 (Kirguizistán). Pero a estos planes se oponen categóricamente los presidentes uzbeko, Islam Karímov, y el kazajo, Nursultán Nazarbáyev.
De hecho, la construcción de esas centrales será el acta de defunción del Aral. El último intento de llegar a un acuerdo se hizo esta primavera, en la cumbre celebrada por los países miembros de la Fundación Internacional para la Salvación del Aral, que concluyó sin compromisos.
Así las cosas, el Aral parece condenado a seguir secándose. Tarea más urgente que tratar de conseguir lo imposible -recuperar el lago- es salvar a la gente que vive alrededor del agonizante mar interior. Eso, al menos, es lo que piensan en Karakalpakistán, región autónoma de Uzbekistán. Para ello, la citada fundación ha comenzado este año un proyecto para crear una serie de embalses a lo largo de la costa del mar interior, en el delta del Amu Daria. El resultado será que para 2013 habrá ya más de 30.000 hectáreas con plantas que afirmarán el terreno en el lecho seco del lago y embalses con una superficie conjunta de 270.000 hectáreas. Al otro lado de la frontera uzbeka, en la parte kazaja del Aral, es donde más éxito se ha tenido en la lucha por preservar parcialmente este mar interior. Gracias a un dique artificial, que separa el Aral kazajo o Pequeño Aral de los dos lagos en que ha quedado dividido el antiguo mar interior en territorio uzbeko, no sólo se ha logrado detener el proceso de desecación, sino que incluso ha comenzado ya la resurrección: se ha recuperado más del 40% de su superficie en un año y medio.
Esa presa, construida en 2005 y con 12 kilómetros de largo, permitió elevar el nivel de las aguas cuatro metros. Ahora, gracias a un crédito pactado con el Banco Mundial, el proceso de recuperación debe continuar, lo que llevará al resurgimiento de la pesca.
Verdad es que para algunos científicos esta lucha por el Aral no tiene mayor sentido, ya que la tragedia no es consecuencia de la conducta irracional del régimen soviético, que aplicó una política nefasta con el objetivo de obtener grandes cantidades de algodón para producir explosivos. Para estos científicos, la sequía paulatina del Aral se explica por los procesos geológicos que se desarrollan en esa región.
Los especialistas partidarios de esta teoría sostienen que el fenómeno no es nuevo y que el Aral ha tenido épocas en que se ha ido secando y otras en que se ha recuperado y el nivel de las aguas ha subido. El estudio de los cambios sufridos por el Aral en 7.000 años de historia muestra que éste y el Caspio son componentes de un mismo sistema, lo que se puede ver, además, en las observaciones realizadas desde el espacio. Los mapas que han hecho del Aral en diferentes periodos históricos muestran, según ellos, la fluctuación de su tamaño. Por ejemplo, en el año 1500 antes de nuestra era, el Aral se habría reducido a lo que es hoy, más o menos. Cuando esto sucedía, las aguas del Caspio aumentaban.
El fenómeno opuesto se observó por última vez en los años treinta del siglo pasado, y esa caída del nivel de las aguas del Caspio -que alcanzó tres metros- continuó hasta fines de los setenta, con el consecuente retroceso del mar en cientos de metros. Los partidarios de esta teoría recuerdan que en aquellos años la gran mayoría de los especialistas estimaba que la disminución de las aguas del Caspio era causada por los cinco gigantescos embalses con sus respectivas centrales eléctricas construidos en el Volga, principal río que desemboca en ese mar. Ahora el Caspio ha recuperado el nivel que tenía en los años treinta, y la región se enfrenta a un problema diametralmente opuesto a la del Aral, pues el mar amenaza con inundar territorios donde viven unas 200.000 personas. Resumiendo: el Aral y el Caspio se comportarían, de acuerdo con esta hipótesis, como dos vasos comunicantes; cuando uno comienza a perder aguas, el otro empieza a recuperarlas.
Los karakalpakos, mientras tanto, reinciden en los errores pasados y vuelven al cultivo del algodón, ya que es una fuente importante de ingresos. Además, tienen esperanzas en que las exploraciones que se llevan a cabo en el lecho seco les permitan descubrir gas y petróleo.
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