La lepra aún habita en Culión
Apenas 20 leprosos quedan ya en la llamada 'isla de los muertos vivientes', que albergó la mayor colonia de estos enfermos a principios del siglo XX
Sólo veinte enfermos residen en la actualidad en la isla filipina de Culión, también llamada la isla de los muertos vivientes, que, a principios del siglo XX, albergó la mayor colonia de leprosos del mundo, una fortaleza prácticamente impenetrable en la que vivían como presos para aislarles del resto de la población. La isla quedó dividida en dos zonas, de enfermos y no enfermos, y para trasladarse de una a otra había que cruzar dos puestos de control vigilados por guardas armados hasta los dientes. El territorio tuvo hasta una moneda propia para evitar el contrabando y se separó a hombres y mujeres. Con el paso del tiempo y gracias a la eficacia de los nuevos tratamientos médicos, las autoridades relajaron algunas de las restricciones y se permitió el matrimonio entre pacientes.
Pese a que Culión fue declarada libre de lepra en 1988, algunos de los pacientes más ancianos no fueron reclamados por sus familias y por caridad se les permitió quedarse en una pequeña habitación del antiguo sanitario, ahora reconvertido en un moderno hospital, ha explicado su director, el doctor Valeriano López. Otros están alojados en domicilios particulares, al cuidado de familiares o vecinos. Dado que ya no se les considera una amenaza sanitaria, se les deja incluso salir a la calle, algo impensable cuando se estableció la colonia.
A mediados de los años 20, hasta 16.000 infectados, atendidos por sólo mil médicos, enfermeros y monjas, ocuparon las precarias e insalubres instalaciones, donde fueron sometidos a un sinfín de tratamientos experimentales para intentar hallar una cura a su mal. Situada en un antiguo fuerte militar en la parte más alta de la isla y rodeada por altas vallas electrificadas, la leprosería se convirtió en un símbolo del rechazo social a la enfermedad.
Castigo divino
Antes de que llegaran los colonizadores españoles, los indígenas filipinos ya conocían la lepra, que consideraban un castigo divino y combatían a través de remedios artesanales tan crueles como enterrar hasta el cuello a los leprosos en agujeros llenos de hojas secas o hacerlos permanecer en remojo en intestinos de vaca. En el siglo XVII, misioneros castellanos que querían poner fin a estas prácticas inhumanas abrieron las primeras leproserías en Manila y Cebú, de donde procedía la mayoría de los infectados. Desconcertadas por la ausencia de una cura, las autoridades coloniales ignoraron sistemáticamente el problema, hasta que en 1898 España perdió todos sus dominios en ultramar y Filipinas pasó a ser administrada por Estados Unidos.
Alarmados por el riesgo sanitario de unos 4.000 leprosos vagando por el archipiélago, los estadounidenses decidieron establecer al norte de la región de Palawan una colonia a imagen y semejanza de otra que ya funcionaba con éxito en la isla de Molokai, en Hawai. En 1906, comenzaron a aterrizar en Culión los primeros grupos de leprosos, y un año después se aprobó una ley que instaba a las fuerzas de seguridad a detener a cualquier persona sospechosa de padecer la lepra. Todos los diagnósticos positivos eran enviados a la colonia, cuya población empezó a crecer de forma vertiginosa, hasta llegar en 1925 a la cifra de 16.138 internos, la mayor de cualquier leprosería del planeta.
Los estragos de la Segunda Guerra Mundial
La II Guerra Mundial y la invasión japonesa marcaron el momento más duro para la leprosería, pues las fuerzas niponas cortaron el flujo de provisiones, y en 1944 más de 2.000 internos murieron por falta de alimento. Desde la liberación y durante las siguientes décadas, la colonia vivió un continuo éxodo de pacientes, hasta que a la caída del régimen de Ferdinand Marcos, se optó por crear una fundación para estudiar la enfermedad. En 1988, el Gobierno filipino declaró a Culión libre de lepra, lo que permitió a sus habitantes votar por primera vez en unas elecciones.
Esa fundación está financiada, entre otras instituciones, por la ONG española Anesvad, fundada en 1968 por el religioso jesuita vasco Javier Olazábal, quien trabajó durante más de dos décadas en el hospital.
Cerca de cien millones de personas padecen hoy la lepra en el mundo y dos millones sufren discapacidades asociadas a este mal, aunque cada año sólo se registran 300.000 nuevas infecciones en 17 países que no han logrado erradicar la enfermedad, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
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