_
_
_
_

Vestir como en París por Inès de la Fressange

Propone lo imposible: afanarse para conseguir un chic sin esfuerzo.

Charlotte Gainsbourg

Las francesas han encontrado un pequeño nicho editorial con un sencillo truco: hacer sentir mal a las mujeres del resto del mundo, y más específicamente a las anglosajonas, que sienten por ellas una fascinación y un desdén similar al que siente cualquiera por la mala/guapa de la clase.

Primero fueron las dietas. El libro Las francesas no engordan, de Mireille Giuliano (Ediciones B) fue best-seller en Reino Unido y Estados Unidos y un éxito considerable en España. Su contenido era una reformulación algo repelente de la famosa paradoja francesa: cómo es posible comer pan con mantequilla, adornar con salsas espesas y beber hectólitros de vino tinto y no engordar. Entre otras cosas, porque no pican entre horas, porque, según el libro, “usan platos de verdad y servilletas de tela” y porque “saben escuchar a su cuerpo” que les dice cuándo parar de comer (ah, la sabiduría del país de Voltaire aplicada al contaje de calorías).

Después llegó la crianza de los hijos. Como señalaba Elvira Lindo en un artículo reciente, el libro Bringing up bébé ha levantado revuelo al comparar cómo se educa a los niños en Francia y cómo se hace, en este caso, en Estados Unidos. La autora, una norteamericana que vivió en París, asegura que al darles menos preponderancia en la familia y trasladarles menos estrés, los niños salen más sueltos y, en definitiva, más franceses. El diario The Guardian, por cierto, publicó una divertida parodia del libro en sección Digested Read, que cada semana reduce un libro (da igual si es de Wayne Rooney o de Martin Amis) a pura pulpa humorística. 

“Los padres franceses no sienten la necesidad de mimar a sus hijos. Cuando mi hija tiene pesadillas, yo le conforto, pero una verdadera maman francesa diría: “la vida es una merde y después te mueres” y de esta manera los niños franceses están familiarizados con el ennui existencial. Los padres americanos tienden a jalear a sus hijos por cada pequeño logro. Los franceses, en cambio, se ríen de los dibujos de sus niños: ¿qué es esto, un maldito Picasso?”, decía la versión de The Guardian.

Seydoux, la imagen de Prada, con un ‘look’ que aprobaría De la Fressange: blazer, ‘foulard’, vaqueros, escote y pelo revuelto.

Getty

Establecido que las francesas comen como limas pero están delgadas y crían niños sin despeinarse, ¿qué quedaba? El estilo, claro. El campo que les corresponde casi por imperativo histórico. No sabemos si todas las veces que Nicolas Sarkozy ha dicho en la campaña de las presidenciales que “ningún francés quiere acabar como un español (o un griego)” se refería a la querencia de las españolas por el Mango total look, el exceso de bronceado y las mechas poco sutiles. En cualquier caso, las francesas también tienen consejos en este campo. Grijalbo acaba de publicar La parisina, un libro-guía que firma la ex modelo y musa de Chanel Ines de la Fressange. El libro en sí es de lo más chic, con un encuadernado color pintalabios que imita a las famosas libretas Moleskine. Ahora, su objetivo no deja de ser la cuadratura del círculo: conseguir, con un poquito de esfuerzo, eso que se llama la “elegancia sin esfuerzo”. Para empezar, De la Fressange, que ahora trabaja para la firma de zapatos Roger Vivier, ofrece los trazos básicos de la parisina: -Huye de los conjuntos. -Es antidestellos. (nada de bling bling) -Juega a ser una cazatalentos (“¡Es posible encontrar cosas fantásticas en el Monoprix”, asegura Ines). -Se siente a gusto con sus zapatillas deportivas (y no sólo con las muy celebradas de Isabel Marant, también con Converse) -Hace caso omiso de sus ídolos (pero puede adorar en secreto a Jane Birkin y Charlotte Gainsbourg) Y -Desconfía del buen gusto (según la ex modelo, hasta Yves Saint Laurent nadie había mezclado negro con azul marino).

Vanessa Paradis, con pintalabios rojo y abrigo Chanel de bouclé.

Getty

Además, hay consejos bastante más concretos sobre cómo descontextualizar a la francesa: tejanos con sandalias de pedrería, falda tubo con bailarinas, diamantes con denim, collar de perlas con una camiseta rockera, esmoquin con zapatillas y vestido de noche con cesta de mimbre, a lo Jane Birkin. Se remarcan reglas de oro como “ajustado por arriba/ancho por abajo y viceversa” y se dan consejos atemporales sobre como doblarse las mangas de la camisa sobre las del jersei, combinar prendas militares con joyas, llevar pañuelos de hombre con todo, comprar en la sección masculina de H&M y teñirlo todo de azul marino, menos lo que ya es azul marino. Al parecer, para ser parisina comme il faut no hace falta tener cientos de pares de zapatos sino solo seis: unas bailarinas Porselli, unas sandalias minimalistas, unos zapatos de tacón negro, mocasines y botas de jinete. Claro que otros de los mandamientos de etilo de De la Fressange resultan algo redundantes incluso al Sur de los Pirineos. O peor, son un poco de madre: no llevar calcetines con sandalias (¿seguro? Marni, Burberry, Madewell , Dior y Gaultier, por no hablar de Mark Zuckerberg, están a favor), no llevar piercing, nunca chanclas piscinera y jamás leggings.

El libro de Inès de la Fressange nos enseña a vestir como una parisina.

Grijalbo

En cualquier caso, el estilo al que alude De la Fressange vive uno de sus mejores momentos, con fenómenos como la marantmanía, esa afección que consiste en obsesionarse con todo lo que hace Isabel Marant, ya sean zapatillas deportivas de lujo o botines con tachuelas. Además, el súbito arraigo en España de marcas como Sandro, Maje y Les Petites facilita las cosas. Faltan otras como The Kooples, que rockeriza el decálogo de La Parisina.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_