“Si mezclas el humor y el rencor puede salir algo muy creativo”: la epifanía marrón de la peruana Rocío Quillahuaman
La ilustradora Rocío Quillahuaman (Lima, 28 años) es en Twitter @rocionoseque porque su apellido, quechua, genera en España espantos lingüísticos. Qué hartazgo debe tener la pobre. Un hartazgo que, quizás, la llevó a ridiculizar en vídeos humorísticos el (in)mundillo de los publicistas, los artistas, los modernos y la Barcelona creativa, única, fantástica, en fin, ya saben (y, sino, busquen el trabajo de Rocío, que es gracioso hasta la lágrima). Se hizo famosa, pero antes de serlo era una niña de un barrio pobre de Perú, del que su mamá quería escapar, y luego fue una niña inmigrante a la que la policía de inmigración apuñaló su peluche de Winnie the Pooh (luego supo que era buscando droga) y, después, fue una adolescente latina, hija de una cuidadora latina, en un cole de Barcelona que tenía fama de “problemático” o, lo que es lo mismo, donde hay muchos chiquillos extranjeros a los que ella tenía prohibido acercarse. Nunca supo quién era hasta que un día empezó a escribir esa tragicomedia llamada Marrón (Blackie Books), sus memorias de niña inmigrante, un manual de instrucciones y, también, un libro tierno en tiempos de ira.
¿Qué le diría a une chiquille que acaba de llegar?
Que toda esa confusión era normal. A veces tenía la sensación de que tenía que seguir para adelante pasara lo que pasara, pero había cosas que no acababa de entender y nadie me las explicaba. Hubiese sido bonito que me dijeran que un día iba a encontrar mi lugar.
¿Por qué sentía que no se podía quejar?
En mi familia lo más importante era que hubiera dinero para salir adelante, por eso tenía esa sensación de que si mi mamá trabajaba, mis hermanas trabajaban, lo que me pasara a mí era secundario: empezar un colegio nuevo, en un país nuevo, era una cosa que tenía que gestionar yo sola: mi trabajo.
¿Cómo le hubiese gustado que lo gestionaran?
Las cosas hubieran sido diferentes si hubiéramos compartido las experiencias. Estábamos juntas, pero cada una en su propio mundo. A mí no me sentaron a explicarme que nos íbamos, fue más bien “esto es así, tú te adaptas”. Recuerdo la sensación de que iba a dejar la casa en la que me había criado, a mi perrita, a mis amigas. Iba a tener otra vida, pero nadie me decía cómo iba a ser.
¿Qué haría si viese lo que le pasó a su Winnie the Pooh?
A mí me hubiese gustado que alguien se indignase no por lo que le hacían al peluche, sino a mí, a una niña. Yo estaba completamente desprotegida ante esa gente y tenía 11 años. Ojalá alguien me hubiera dicho que era por buscar droga y no por maldad. Imagínate el shock de ver esa imagen tan violenta sin saber por qué estaba pasando. Yo ahora me río, pero lo sigo recordando aterrada.
¿Cree que le hubieran hecho lo mismo a una niña blanca?
Claro que no. A mí me ha pasado muchas veces, el guardia del supermercado me sigue, siempre que viajábamos me abrían la maleta para revisarla. Una vez no quería comer y la azafata se pasó todo el vuelo preguntándome en forma muy ruda “¿no vas a comer?”. Mi hermana Cristina me explicó que las mulas, quienes llevan droga en el estómago, no comen ni beben. No se lo hacen a todos, se lo hacen a la gente que se ve como yo.
¿Cómo vio que la habían programado para odiar lo que es?
A mí me cambió el chip cuando tuve, como dijo la chica en la presentación, la “epifanía marrón”: me di cuenta de que esa vergüenza y esa culpa por ser quien era no había nacido de mí, sino que me venían de afuera; empecé a abrazar todo lo que soy, lo que me gusta de Barcelona, lo que me gusta de Perú. No tengo por qué ser de un sitio, no tengo por qué ser de una sola cultura. Ya no siento que tengo que ser la más peruana porque si no soy una vendida, sino abrazar el cariño que siento por el país, por los países.
El concepto de vendida del que habla es muy tóxico. Una vez le leí al escritor argentino Andrés Neuman, que vino también de pequeño, que hay que abrazar lo híbrido.
Yo podía haber enloquecido: tenía que hablar de vosotros con mis amigas del cole y de ustedes en mi casa. Tenía terror a equivocarme. Escuchaba en casa que otras personas se habían integrado “demasiado”. No sabía qué era “demasiado”, así que era una persona en el cole y otra en casa. Tampoco hablaba catalán en público, me daba vergüenza. Por eso fue muy importante cuando me llamaron para que hiciera unas animaciones para TV3, la televisión catalana, porque yo hago los dibujos, pero también las voces.
Su mamá es de Cuzco, ¿usted habla quechua?
Claro que no. Mi mamá es quechua, pero nunca nos lo quiso enseñar, sin embargo, se obsesionó con que yo tenía que ir a la mejor academia de inglés de Barcelona y me mandó al British Council que estaba lejos, en un barrio pijísimo, y ahí yo con pijos que estudiaban en liceos privados y que se habían ido a esquiar a Suiza o quién sabe qué y yo me iba al baño a jugar a las serpientes. Yo sabía que eso costaba un dinero que no teníamos, mi mamá es cuidadora, pero saber inglés estaba bien y saber quechua, mal. A mí me encantaría que ella, que habla quechua perfectamente, me lo enseñara porque ya no lo habla con nadie y es un idioma precioso.
Si tuviera un hije y la familia decidiera cambiarse de país, ¿cómo abordaría la conversación?
A mí me costaría mucho hacerle eso, pero si no me quedara otra, como en el caso de mi familia, lo básico sería explicarle todo. Sería un apoyo. Pienso que mis sobrinas, que nacieron en Perú, pero vinieron de bebés, van a tener los mismos problemas que he tenido yo porque son marrones y, aunque hablen catalán perfectamente, les va a pasar que van a ir al cole y van a estar en Barcelona y van a llegar a casa y van a estar en Perú. Para ellas es mi libro.
¿Qué ha hecho que llegara a ser Rocío Quillahuaman?
Hay un sentido del humor en mi familia que me gusta, agarrarse a la risa para afrontar las cosas. Es lo mejor que he heredado. Eso y el rencor que me viene de lo melodramático de Latinoamérica. Si mezclas el humor y el rencor puede salir algo muy creativo: cuando me siento más enfadada mejor me salen los guiones, los vídeos.
Sus iguales, por lógica, eran los chiquillos latinos del colegio, ¿por qué no se juntó con ellos?
Cuando vivíamos en Lima, mi mamá no quería que formáramos parte del barrio, nosotras no éramos eso, decía, pero sí éramos, así que los prejuicios vienen de atrás. Cuando llegué a Barcelona había la idea de que mi cole, como había muchos latinos, era “conflictivo”. Mi mamá adaptó sus prejuicios a España, que, en verdad, eran contra nosotras mismas. Yo lo asimilé. Y como tengo eso de robot obediente no quería dar problemas. Así se formó una espiral de odio y prejuicios.
¿Se ha sentido superior a otros?
Yo me sentía nada cuando era niña, pero sí que veía que mis hermanas usaban el término “naco”, refiriéndose a quienes eran como nosotras. Venía de mi madre, que siempre trabajó en el servicio doméstico con gente de clase alta, y transmitía la idea de que mejor que nos pareciéramos a ellos a que a nosotras mismas. Fue un absurdo: somos lo que somos.
¿En qué momento pasó de ser una chica que vivía una vida un poco impostada, de amigas catalanas y British Council, a ser parte del activismo antirracista?
En el momento que por fi n me veo a mí misma y por fi n puedo ver a los demás. Eran temas que yo no afrontaba. Esto empezó porque [la escritora argentina] Lucía Lijtmaer me encargó hacer un monólogo para el festival Princesas y Darth Vaders. Cuando me senté a escribir sobre mí misma salieron por primera vez esos temas. De ahí surgió la idea del libro, pero no quería hacer un libro ilustrado porque a mí me gustan las animaciones, así que lo que salió fue el libro que cuando yo llegué me hubiera gustado leer.
La epifanía marrón…
Sí, empecé a investigar, me encontré con textos de [la escritora peruana] Gabriela Wiener y me pareció interesante explicar mi experiencia en un libro, un viaje a mí misma y a lo que soy: una persona racializada. Ahora ya me gusta molestar, como con el vídeo de la quinua, ¡no quinoa!, para decir “tu comida de moderno es comida de pobre en Perú”. O el de las elecciones en España. Me han atacado, claro, pero ahora veo que es un gran medio para que me dejen de seguir los de Vox, fachas, gente horrible.
¿Se siente orgullosa de ser marrón?
Sí. Y me veo guapísima y poderosísima.
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