Recrear y triunfar en Instagram
Una nueva generación de artistas se ha dado a conocer en las redes sociales utilizando campañas de moda y logos de lujo para interpretarlos en su obra. Además, la industria los corteja y los contrata.
«El logo de una marca de lujo tiene el poder de manipular a un nivel subconsciente. Es como el glutamato de sodio en la comida. Está delicioso pero sabes que hay algún tipo de truco ahí detrás». Siguiendo esta analogía del estilista y artista Yuki James, poner unas gotas de moda en su obra tiene el mismo efecto que ese ingrediente en los fideos chinos: todo se vuelve más sabroso, pero también más polémico. James forma parte de un grupo de creadores que reinterpretan las campañas de las marcas de moda, utilizando en ocasiones el collage. A esa tendencia pertenecen también Doug Abraham, que da a sus trabajos un aire entre macabro y bondage, y Kalen Hollomon, experto en sacar de contexto el lujo para mezclarlo con imágenes cotidianas.
Otros optan por infiltrarse en la publicidad. Es el caso de la estilista francesa Nathalie Croquet, cuyo trabajo de imitación suele hacerse viral; la octogenaria Baddie Winkle, un fenómeno en Internet que se viste de Kate Moss, y el español Pachi Santiago, que recrea las imágenes más conocidas de su idolatrada Claudia Schiffer. Además de una relación de amor-odio con la moda, todos ellos comparten la habilidad para usar las redes sociales, sobre todo de Instagram. Manuel Sánchez Oms, historiador de arte y autor del libro El collage. Historia de un desafío (Ediciones Erasmus), cree que no es casual que se viva un auge de la técnica del corta-y-pega. «Los collagistas intentan dar un sentido a ese amasijo cuántico de diversidades, ya sea para sí mismos o para la sociedad que vive bajo su fetichismo», apunta. Parten de un elemento, la publicidad, que es «la ideología de nuestra época».
Admirador de las marcas que remezcla, el estilista Yuko James suele poner humor en sus ‘collages’.
Yuki James
Una forma de desencadenar deseo
Para casi todos estos artistas emergentes, la fascinación viene de lejos. James, estilista que ha trabajado para marcas como Prabal Gurung y en cabeceras como Harper’s Bazaar, recuerda: «Me ha atraído la imaginería de la moda desde que tengo memoria, pero mi apreciación por las campañas de publicidad no empezó hasta que me puse a trabajar en el sector. Algunos anuncios son obras geniales que te paran en seco; otras son para la manada». Cuando él coloca la doble C de Chanel o la elegante tipografía del logo de Comme des Garçons sobres sus teatrales retratos, lo que pretende, dice, es utilizar estos «del mismo modo que usaría el porno para el sexo, para desencadenar deseo y evitar que mi trabajo se sobreanalice». El trabajo de Hollomon resulta quizá más perturbador. Algunos de sus collages son algo así como Photoshop analógico y casero: se pasea por Nueva York con un recorte de un anuncio de moda, lo sobrepone a una escena cotidiana del metro o la lavandería y lo fotografía con su móvil, con su pulgar bien visible asomando por la esquina izquierda. Cosa que también hace con fotos de Cara Delevingne y Anna Wintour. A esta última debió hacerle gracia la broma porque le ha encargado varios collages para Vogue. ¿Tuvo que moderar su humor corrosivo al cruzar al otro lado? «Siempre es más difícil mantenerse en el límite de lo aceptable cuando trabajas para una gran empresa», admite. El artista, que vende sus originales por unos 250 dólares, cree que la publicidad de moda es por lo general «bastante plana» y admite que solo reinterpreta la de marcas que le atraen, como Céline, Chanel y Givenchy.
Baddie Winkle, caracterizada como Kate Moss para Supreme.
Instagram (@baddiewinkle)
Compartir en las redes
Aunque todos trabajan en el resbaladizo terreno de la propiedad intelectual, al utilizar logos reales y recontextualizarlos, la mayor parte de estos artistas se está encontrando con más contratos y aplausos por parte de la industria que requerimientos judiciales. Riccardo Tisci suele colgar en su Instagram privado los trabajos que hace Doug Abraham a partir de los anuncios de Givenchy. Daria Werbowy y Mert Alas, de Mert & Marcus, también son fans del trabajo de este joyero irreverente que vende sus creaciones de la marca Bess en la tienda neoyorquina que perteneció a Keith Haring. «No llegué a conocerle –a pesar de que lleva décadas moviéndose entre el under y el overground neoyorquino– pero creo que lo que hacía al vender sus obras en una tienda era interactuar con su público sin la mediación del establishment del arte y eso también me atrae a mí», comenta. Abraham apoya igualmente lo que hace Richard Prince en Instagram, vender (por casi 100.000 euros) como obra propia fotos que encuentra en la Red. «Las imágenes son un material más para el artista, como el lienzo, y a él le corresponde monetizarlas. Si crees que tus fotos son tan especiales, no las cuelgues en Internet».
Nathalie Croquet recrea campañas en ‘Spoof’.
Alistair Taylor Young para Eric Bompard / Nathalie Croquet
El fotógrafo Joachim Baldauf también compartió en las redes sociales el homenaje que Pachi Santiago hizo a su retrato de Claudia Schiffer dentro de su serie Copying Claudia, que pudo verse el año pasado en Photoespaña. Su objetivo al replicar esas imágenes de la modelo es «generar un nuevo discurso al reutilizar el trabajo de otro autor, pervertir ese lenguaje original desde el respeto». Tanto Santiago, que es fotógrafo de moda, como Nathalie Croquet parten desde el punto de vista del insider cuando ironizan sobre la moda. La estilista francesa, con más de 30 años en el sector, ha replicado al milímetro en su proyecto Spoof campañas de marcas tan dispares como Acne, Lancôme, Zadig & Voltaire, Lanvin o Isabel Marant. Muchos medios fueron quizá demasiado lejos en su lectura y creyeron que Croquet reivindicaba la diversidad corporal o ironizaba sobre el estándar de belleza. Ella admite que pretendía «desacralizar los anuncios y generar cierta confusión», pero la serie fue ante todo un divertimento compartido con su amigo, el fotógrafo Daniel Schweizer. «En un momento dado tenía cuatro pares de manos masculinas sobre mí buscando el ángulo de apertura perfecta para una falda», se ríe. La producción no fue fácil. No solo tenían que coincidir con el maquillador y el peluquero, también conseguir las prendas reales prestadas por las marcas. Si bien muchos hablan de la senda buscadamente arty que tomó la publicidad de moda ya en los noventa –el nombre de Juergen Teller sale a menudo–, Croquet tiene una visión más pragmática sobre el papel de las campañas. «Claro que son convencionales y eso no va a cambiar. ¿A quién no le excita un chico o una chica joven por la calle? Es igual con la publicidad; eso es lo que te va a hacer comprar».
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