Por qué Linda Linda Ronstadt, la superstrella de los 70, no cobrará ni un dólar por su éxito viral en ‘The Last of us’
Doce años después de retirarse de los escenarios, la serie de HBO ha popularizado su tema ‘Long, Long Time’, una canción por la que no percibirá ningún ingreso porque hace unos años vendió su catálogo a Iconic Artists Group y el máster original a Capitol Records.
Ocurrió con Heaven Is a Place on Earth, de Belinda Carlisle, tras el estreno en 2016 de la tercera temporada de Black Mirror. En 2022 con Running Up That Hill (A Deal with God), de Kate Bush, cuando apareció en la última temporada de Stranger Things, y Goo Goo Muck, de The Cramps, en Miércoles. Y, en lo que llevamos de 2023, la serie The Last of Us, de HBO, lo ha vuelto a hacer por partida doble: en su primera entrega con Never Let Me Down Again, de Depeche Mode, y el pasado fin de semana con Long, Long Time, de Linda Ronstadt, cuyo título incluso dio nombre al tercer capítulo. En un claro ejercicio de nostalgia, las plataformas de streaming están devolviendo a la vida —y ya de paso, viralizando— canciones injustamente ignoradas por gran parte de los millennials y centennials.
En el caso concreto de Long, Long Time —que formaba parte de su segundo álbum, Silk Purse, editado en 1970, y alcanzó el número 25 en el Billboard Hot 100— Spotify tuiteó que, después de sonar en hasta tres ocasiones durante el episodio, solo en Estados Unidos las reproducciones se dispararon un 4.900% entre las 23:00 horas y la medianoche del 29 de enero. Aunque a diferencia de Kate Bush, que se embolsó 2,3 millones de dólares con el fenómeno Stranger Things, Ronstadt no verá ni un céntimo extra en su cuenta corriente: vendió todo su catálogo a Iconic Artists Group en 2011 y, además, nunca poseyó el máster original debido al contrato que firmó con Capitol Records, su primer sello. Pese a ello, como ella misma hizo saber hace unos días a Billboard: “Me sigue encantando la canción y estoy muy contenta de que Gary White —el compositor de la pieza— vaya a recibir una ganancia”.
Puede que pocos recuerden la figura de Linda Ronstadt en nuestro país. Ahora bien, en Estados Unidos, es una leyenda que atesora 11 premios Grammy y ha vendido más de 100 millones de copias de sus trabajos. Nacida en 1946 en Tucson (Arizona), a escasos 90 kilómetros de la frontera con México, a mediados de los sesenta fundó junto a Bobby Kimmel y Kenny Edwards en Los Ángeles el trío Stone Poneys, precursores del folk-rock y el country-rock en California. El grupo registró tres álbumes y obtuvo un único éxito versionando Different Drum, de Michael Nesmith. Pero aquello marcó algo que definiría su futuro: si bien a lo largo de su dilatada carrera únicamente compuso tres temas, tenía la capacidad de interpretar la música de otros y hacerla suya.
“Siempre elijo material con el que me pueda relacionar fácilmente y que la mayoría de la gente también pueda. No creo en las canciones alegres. Las canciones en las que te rompen el corazón siempre me afectan de un modo u otro. Es decir, si no es sobre una persona concreta de mi vida, es sobre una situación”, confesó en 1974 a la revista Crawdaddy. “Cuando me subo al escenario tengo que rodar una película para cada una y no puede tratar sobre algo que ocurrió hace seis años, porque para entonces ya he generado tal callo que ya no es accesible para mí. Así que tiene que ser sobre algo de ahora, y las canciones de amor puedes aplicarlas a cualquier cosa. Quiero decir, puedes aplicarlas al hecho de que acabas de ir a ver a tu contable y te ha dicho: ‘¡Estás jodida en el banco!’”.
En 1969, ya en solitario, grabó Hand Sown… Home Grown, considerado el primer largo de country alternativo grabado por una mujer. Y en los setenta, gracias a su capacidad para saltar de un género a otro sin despeinarse y los tres LP que colocó en lo más alto de la lista de ventas estadounidense –Heart Like a Wheel, en 1974; Simple Dreams, en 1977, y Living in the USA, al año siguiente– se convirtió en la cantante más popular y mejor pagada de esa década. Al contrario de otras coetáneas, conquistó estadios y pabellones, espacios solo reservados a artistas y bandas masculinas. Fue la Beyoncé de su época. Por algo la apodaron “La reina del rock” y “La primera dama del rock”.
Sorprendentemente, nunca estuvo segura de sí misma. En el documental de 2019 Linda Ronstadt: The Sound of My Voice, Peter Asher, su antiguo mánager, afirmó que cuando veía al público cuchichear en sus conciertos imaginaba que decían: “Es la peor cantante que he oído nunca”. En una entrevista que concedió aquel año a The New Yorker, Ronstadt comentó: “Simplemente, sentía que no podía cantar lo suficientemente bien. Lo mejor era cuando me olvidaba de todo y solo pensaba en la música, pero tardé mucho en conseguirlo. No quería ver a gente que conocía entre el público. De hecho, no me gustaba ver al público. No entendía por qué venían”. A la pregunta de cuáles fueron los mayores retos a los que tuvo que enfrentarse siendo una figura pública, contestó: “No tener la capacidad de observar a los demás, porque la gente te observa a ti. Tenía que agachar la cabeza todo el tiempo. Era insoportable. Todavía me siento así. No me gusta estar en el punto de mira. Además, las relaciones eran difíciles porque siempre estaba en el autobús de gira”.
Jamás se casó, aunque pretendientes no le faltaron. En los setenta mantuvo una mediática relación con Jerry Brown, entonces gobernador de California, y en los ochenta salió con Bill Murray, Jim Carrey, George Lucas y el cantante Aaron Neville. “Las relaciones son casi imposibles. Por un lado, tienes la posibilidad de tener otras nuevas cada tres segundos. Y, por el otro, no estás el tiempo suficiente. Asimismo, la gente con la que entras en contacto son otros músicos, y todo el mundo es muy competitivo”, aseveró en Crawdaddy en su mayor pico de popularidad.
Para sorpresa de sus fans, en 1980 renunció a los estadios y ejerció de soprano en una nueva producción en Broadway de la opereta Los piratas de Penzance. Aun quedándose a las puertas de ganar el Tony a la mejor actriz principal en un musical, demostró su innata capacidad para reinventarse. Pocas pueden presumir de una versatilidad vocal y una discografía tan ecléctica como la suya: en 1987 editó tanto un disco de rancheras –Canciones de mi padre: el álbum en español más vendido hasta la fecha en Estados Unidos- como uno de country -Trio, el cual tuvo una segunda entrega en 1999– en compañía de Emmylou Harris y Dolly Parton.
En los noventa compaginó el papel de madre –adoptó a dos niños: Mary Clementine, en 1990, y Carlos, en 1994– con giras en las que enseguida agotaba todas las localidades. Sin embargo, tras tiempo arrastrando en secreto serios problemas para entonar sus canciones, en 2011 anunció su retirada. Sus seguidores tuvieron que esperar hasta 2013 para conocer el verdadero motivo. “No puedo cantar. Tengo la enfermedad de Parkinson”, esclareció en una entrevista a AARP. “No puedo hacer absolutamente nada. Sufro una forma de parkinsonismo que no responde a la medicación estándar para el Parkinson, así que no hay tratamiento para lo que tengo. Se llama parálisis supranuclear progresiva. Tengo que quedarme mucho tiempo en casa”, detalló a las páginas de The New Yorker en 2019.
A sus 76 años, Ronstadt reside en San Francisco. Al parecer no ha visto el capítulo de The Last of Us que la ha devuelto a la actualidad musical, pero va a aprovechar la notoriedad de la serie para involucrarse en un nuevo proyecto: un biopic sobre su vida dirigido por el cineasta James Keach. Su voz, lejos de apagarse, sigue más viva que nunca.
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