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¿Por qué las mujeres mienten menos?

Un estudio afirma que son menos propensas a engañar y que cuando lo hacen suele ser para proteger a otra persona y no a sí mismas, lo que tiene sus desventajas.

En 'Match Point' el personaje de Jonathan Rhys Meyers es el gran mentiroso.
En 'Match Point' el personaje de Jonathan Rhys Meyers es el gran mentiroso.Cordon Press

Todos mentimos en alguna ocasión. A veces son mentiras tan tontas que ni siquiera nos da tiempo a meditarlas. Otras veces se trata de ideas muy repensadas. Hay que reconocer que, por mucho que digamos a los niños que mentir está mal, hay situaciones de las que se sale más fácilmente con una mentira.

Aunque por lo visto, no todo el mundo miente por los mismos motivos, ni con la misma facilidad. Y esta es una distinción que los científicos creen que también se percibe entre hombres y mujeres. De hecho, un estudio reciente concluye que las mujeres mienten algo menos que los hombres, y que además lo suelen hacer más para “salvar” a otras personas, que para salvarse el pellejo a sí mismas.

Se trata de un texto publicado por la psicóloga Maryam Kouchaki en Harvard Business Review en el que relata los resultados de cuatro estudios, cuyo objetivo era conocer si las personas tenían más probabilidades de mentir cuando negociaban en nombre de otros, que por sí mismas. Para los mismos se contó con más de 1.300 participantes y se encontró que la principal diferencia estaba comparando el comportamiento de hombres y mujeres. Ellos eran más propensos a mentir en términos generales, pero aún más si estaban negociando para sí mismos, mientras que ellas decían más mentiras si buscaban un beneficio para una tercera persona.

Indagando por qué ocurría esto, tras una encuesta en la que se preguntaba por sus motivos, las mujeres explicaban que mentían porque tenían más miedo a decepcionar a la persona por la que lo hacían.

La complejidad de la mentira

Como explica la psicóloga Tamara de la Rosa “mentir constantemente puede ser contraproducente, pero engañar a los demás por no hacer sentir mal a otro o para proyectar una mejor imagen sobre ti mismo, es una parte natural de la vida”. Si bien la experta insiste en que no se puede generalizar, porque en la mentira influyen factores tan diversos como “personalidad, educación, experiencias, circunstancias, etcétera”,  lo cierto es que, si hubiera que hacer una distinción por sexos, “según diferentes estudios, el hombre miente más para sentirse bien con ellos mismos (reputación, integridad, una imagen ensalzada de sí mismo) y las mujeres para que otros se puedan sentir mejor”. En cuanto a los posibles motivos de esta diferenciación, de la Rosa apunta a que “puede deberse a la presión social que siempre ha existido respecto al papel del hombre y la mujer. El papel de hombre como ese ser fuerte de cara a la sociedad mientras la mujer, siempre dedicada a los demás”.

Pese a todo ello, insiste en que el mundo de la mentira no es una cuestión de “blanco o negro”. Así, “unos mienten para esconder sus debilidades en determinados momentos, por su baja autoestima o por cumplir con las expectativas de los demás, otros lo hacen porque no siempre es necesario decir la verdad y así evitar daños a terceros, otros por evitar consecuencias negativas de sus acciones (no asumir sus errores) y, sin embargo, otros lo hacen por un trastorno de comportamiento como por ejemplo es la mitomanía, donde hablamos de una adicción a mentir buscando siempre la aceptación y admiración inmediata por parte de otros”. Todo un mundo de posibilidades, más allá de la diferenciación entre el ego y el altruismo.

A este respecto, el neuropsicólogo Alvaro Bilbao, autor del libro Cuida tu cerebro y mejora tu vida añade que “la mentira es una función muy compleja que requiere de muchos sistemas neurológicos”. Como ejemplo explica que “todos tenemos la tentación de mentir de vez en cuando, pero si tenemos buen autocontrol elegimos decir la verdad, mientras que si somos impulsivos podemos caer con más facilidad en la tentación de engañar”. Quizás ese sea otro factor que pueda influir en esta diferencia entre sexos.

Cambiamos nuestra forma de mentir

Otra idea que cabe preguntarse es si mentimos por los mismos motivos a lo largo de toda la vida. Como recuerda Bilbao, “en el cerebro humano la biología y la psicología están muy entrelazadas”. Así, por ejemplo, en el caso de las mujeres, un ejemplo claro sobre cómo cambia nuestra forma de pensar y actuar es el embarazo, cuando “los estrógenos y la oxitocina  cambian literalmente la forma de pensar y de sentir haciendo qué puede hacer prácticamente cualquier cosa por proteger a su bebé”. Un ejemplo de por qué la mujer se expone más a ese altruismo en la mentira.

De hecho, en los comienzos de la vida se miente por diferentes motivos. “Sabemos  que cuando los niños son muy pequeños (2 o 3 años)  mienten porque confunden su imaginación con la realidad y en realidad no se pueden considerar mentiras. Con  4 años pueden mentir para protegerse o evitar una regañina. Y a partir de los 6 años pueden mentir para conseguir sus metas o fines”.  En este sentido, al igual que existen esas claras diferencias en cuanto a la edad, cabe pensar que también puede haber ciertos matices en cuanto a la forma de mentir según el género. Aludiendo a la conclusión de los estudios, Álvaro Bilbao reflexiona que “sabemos que las mujeres tienen una mayor interconectividad cerebral lo que les permite ser más empáticas”. El experto añade que otra cuestión a tener en cuenta es que “en general las mujeres  están más en contacto con sus emociones y las emociones de los demás y eso hace que tengan más habilidades sociales,  por lo que son capaces de resolver muchas situaciones sin utilizar la mentira”.

El exceso de ética no siempre es bueno

Si bien parece que mentir menos podría ser algo a favor, o al menos, hacerlo más de una forma altruista, la evidencia demuestra que en realidad esto no es considerado un factor positivo desde el punto de vista social. Porque al fin y al cabo, mentir ayuda a medrar socialmente, y ser sincero puede tener consecuencias, no solo en el entorno personal, sino también en el laboral.

Como ejemplo, en el mundo de la ciencia, un grupo de físicos de Estados Unidos y Reino Unido analizaron cómo, aunque las mujeres parecían tener una moral y ética mayores que sus compañeros masculinos, esta característica suponía un freno en su carrera profesional. De esta forma, exponían que “estos diferentes enfoques de la ética científica conducen a los diferentes niveles de competitividad de los científicos masculinos y femeninos en la física académica”, sobre todo centrándose en que las mujeres eran más cuidadosas con los datos, y eso suponía una menor productividad. Pese a ello concluían que “si el objetivo es tener una comunidad científica más equitativa/ética, entonces los hombres probablemente podrían beneficiarse de la adopción del llamado enfoque femenino (lento, cuidadoso, auto cuestionable)”.

No es el único ejemplo, según este mismo estudio, existen otros trabajos en torno a la ética laboral y el éxito profesional, sobre todo en el entorno empresarial y de negocios de Estados Unidos. Los mismos desprenden que en ocupaciones como finanzas, contabilidad y negocios, “los hombres tienen más de dos veces más probabilidades que las mujeres de participar en acciones consideradas como poco éticas” como comprar acciones con información privilegiada o reclamar un gasto de viaje adicional. Es decir, acciones cuestionables, pero aceptables.

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