Cómo me voy a relajar
Esta página se llama “Cómo me voy a relajar”. Propuse el nombre como guiño a un discurso que Rosa María Sardà dio en unos Premios Goya. Ese discurso, que tuvo lugar en 1999 y del que aún recuerdo el nervio y el talento, comenzaba con un “¿Cómo me voy a relajar con la de guerras que hay por terminar…?”. Y continuaba enumerando, con un piano de fondo, motivos para no relajarse. La mayoría de ellos siguen vigentes, como “las mujeres torturadas, ignoradas, aplastadas, explotadas”, otros no, como “el Windows 98”. Lo terminaba diciendo: “No, no, no me puedo relajar”. Y abandonaba el escenario entre aplausos.
Ese “Cómo me voy a relajar” podría ser mi bio en Twitter si no fuera “¿De verdad tengo que decir aquí todo lo que hago?”. Decidimos titular esta columna con rotundidad, sin interrogaciones, exclamaciones ni puntos suspensivos. Hoy quiero jugar a algo: voy a añadirle dos signos de interrogación y unos brazos en jarra: ¿Cómo me voy a relajar? Así me convierto en una admiradora, una sierva de la Sardà, en alguien que enumera los motivos casi existenciales que hacen inviable la calma. ¿Cómo me voy a relajar si es imposible relajarse? ¿Cómo me voy a relajar si me paso el día intentándolo? ¿Cómo me voy a relajar si no veo a nadie relajado, algún psicópata, quizá? ¿Cómo me voy a relajar si en cuanto me tumbo en una camilla a que me masajeen me paso la sesión temiendo que llegue la hora del fin? ¿Cómo me voy a relajar si para encajar un retiro de bienestar en mi agenda he tenido que reconfigurarla como si fuera una GEO detonando una bomba? ¿Cómo me voy a relajar si me empeño en seguir depilándome y tiñéndome las canas, si eso me convierte, sirva el chiste malo, en una feminista de medio pelo? ¿Cómo me voy a relajar si Shiv en Succession tiene el color pelirrojo que yo quiero y del que cada día me alejo más? ¿Cómo me voy a relajar si ayer llevaba cuatro labiales y ninguno era rojo y yo necesitaba pintarme los labios de rojo? Lo necesitaba. ¿Cómo me voy a relajar si ahora la OMS ha dicho que ya no hace falta caminar 10.000 pasos y tampoco camino todos los días los 8.000 que propone? Dejemos las interrogaciones, que estoy hiperventilando.
La Sardà lanzaba preguntas sin respuesta, o con respuestas demasiado enormes. Yo, más pequeña, me pregunto: “¿Cómo me voy a relajar?”. La réplica es sin intentarlo demasiado. La filósofa Emily Esfahani explica que “buscar la felicidad es lo que más nos aleja de ella”. Y yo la parafraseo escribiendo que buscar el relax es lo que nos aleja de él. No me interesa el relax obvio, el dormilón, sino aquel al que se llega por un rodeo. ¿Cómo me voy a relajar? Me voy a relajar caminando esos miles de pasos por Madrid, ocupando las calles. Soy una criatura municipal: me merezco esta ciudad porque la vivo con intensidad. Me relajo recorriendo museos con luz tenue, como el recién reabierto Museo del Traje. Me relajo en la peluquería. Me relajé el otro día en un lugar remoto de la Toscana llamado Villa Lena, cuando mientras estaba tumbada en savasana, la maestra de yoga me dio un pequeño masaje en la cabeza; tendré 90 años y recordaré ese minuto. Me relajo los domingos con una manicura imperfecta en casa, probando colores como el Jaune Imperial que ha lanzado Hermès. Me relajo con las meditaciones que me manda mi amiga Olga por WhatsApp. Me relajo en los aviones, donde a veces me da por llorar de pura descompresión. Me relajo cuando no me lo exijo con dureza, cuando no me lo pongo como deber. Cuando no lo intento, sí me puedo relajar. Y ahora hago mutis por el foro.
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