Ray Loriga, juego de ficción
No tiene problema en promocionar su último libro caracterizado de Vincent Gallo en Buffalo ’66. El escritor amplía su público y se convierte en un retratista de las nuevas generaciones.
De riguroso negro y el pelo ligeramente largo, con el aspecto tímido de quien sospecha su atractivo pero elige no tomar conciencia de él, Ray Loriga atiende a la entrevistadora con amabilidad paciente. Se presentó ante el mundo como escritor en 1992, y desde entonces no ha dejado de trabajar en el ámbito de la ficción. Ha escrito nueve novelas y dirigido dos largometrajes, además de publicar libros de relatos y escribir varios guiones de cine (es el coautor de Carne trémula de Pedro Almodóvar).
¿Qué le hace decidirse por el medio escrito o por el audiovisual?
El medio normalmente lo deciden el tono y el espíritu de las historias. Hay unas con imágenes y desarrollos visuales claros que me llevan al cine; otras me conducen a la literatura, normalmente por contagio de otras literaturas que me interesan. No suelo tener muchas dudas.
Su nueva novela, El bebedor de lágrimas (Alfaguara), que inicia una saga («Tendrá tres libros, aunque esto es un poco imprevisible porque los personajes se van dando vida»), es un giro audaz en su trayectoria. Se trata de literatura juvenil, con fantasmas medio vivos que se mantienen eternamente guapos y jóvenes, son adictos a la moda, se drogan, practican sexo y están enganchados a todo tipo de gadgets.
Esta novela busca un público juvenil acostumbrado a hermosos vampiros en los que, desde luego, no logramos ver qué desventaja tiene su condena… Quitando su sufrimiento, claro, porque ellos sufren. Siempre he pensado que el Infierno debe ser un lugar divertido y el demonio, el malo perfecto, casi un casero, un especulador de almas que juega con los desastres. He encontrado un territorio estimulante dentro de un marco en el que me obligo a respetar las reglas de los géneros populares y a la vez me permito tirar para mi terreno. Lo que más me gustó de escribir esta obra fue el juego que supuso coger un género y utilizarlo como Caballo de Troya para esconder dentro lo que me interesaba contar.
Es su segunda obra de literatura juvenil tras Los indios no hacen ruido. ¿Le ha movido el hecho de ser padre de preadolescentes? ¿Qué rastro dejaron en usted sus lecturas de juventud?
Aunque no lo tuve en mente cuando empecé a escribir El bebedor de lágrimas, enseguida pensé que sería bonito acercar mis libros a mis hijos, que no tuvieran que hacerse adultos para leer las novelas. Pero no fue la primera intención. Con respecto a la literatura juvenil, de niño no leí mucha, quitando a Verne y a Salgari, que son gran literatura y que es lo que leíamos los chicos y nos creaba un hábito de lectura. De todos modos, aunque este libro sea literatura juvenil no está escrito con un nivel de exigencia menor.
Quien ha leído a Loriga lleva grabadas en su memoria frases memorables, su obra está llena de pensamientos en los que forma y contenido se fusionan con naturalidad magistral. El bebedor de lágrimas no es una excepción, si bien aquí predominan la acción y los diálogos llenos de espontaneidad: «¡Eres un adicto! Y no al amor, nada de eso, no te engañes amigo mío. ¡A la sangre!».
¿Cuánto hay de Crepúsculo, la saga de Stephanie Meyer, en esta novela?
Hay más de obras como Entrevista con el vampiro de Anne Rice. Puede que en mi novela haya menos de Crepúsculo que de Twin Peaks (salvando la distancia de talento que hay entre David Lynch y yo). Lo que quiero en esta novela es meter al lector en caminos que no lo van a llevar adonde espera.
Su aparente tranquilidad no logra ocultar lo incómodo que se siente ante las preguntas sobre su obra y sobre él mismo, y cada una de sus respuestas, pausada, pensada, escueta y directa, parece decir entre líneas: «¿Para qué hablar? Lo que quería expresar ya está contado».
Él: pantalón y camiseta de Chevignon, cinturón Dolce & Gabbana. Ella: falda González Gran Canaria Moda Cálida y jersey American Vintage. Teléfono, cenicero y alfombra de L.A. Studio. Zapatos blancos de Miu Miu, cazadora de cuero Diesel Black Gold.
Andrea Varani
«Se pasan el día con esas noveluchas de vampiros. / –Pues a mi madre le encantan… / –Pues no lo entiendo, tu madre siempre me ha parecido una mujer muy sensata» (Pág. 165). ¿Las sagas de vampiros son para usted como las novelas de caballerías eran para Cervantes?
Sí, tienen un paralelismo: son literatura popular, que es la que enloquece a la gente. Esas dosis de ironía (que no cinismo) con respecto a la conciencia de estar escribiendo una novela de género se mantienen en todo el libro.
En él mezcla lo cotidiano y la moda, que es omnipresente: la representación sustituye a la realidad, las marcas a las cosas. ¿Hasta qué punto hay una crítica social?
En la novela se retrata la vida de un campus universitario. No pretende ser una crítica social, es un reflejo del grupo del que hablo, de sus comportamientos adecuados a su tiempo, para bien y para mal; y esas actitudes convierten a las personas en un quiosco de ellas mismas hacia fuera. La exsociedad de consumo en la que vivimos se basa en la sustitución de la realidad por un producto; y, con el abaratamiento de los mecanismos de representación (de la tecnología), la sociedad de consumo nos persigue hasta nuestros últimos céntimos. La gente llega a representar lo más íntimo en mensajes de Twitter, representa su vida en fotos que muestra a los demás… Ahí estábamos antes de la crisis, cuanto más se alargue la situación, tal vez, más probabilidades habrá de que se abandonen estos mecanismos.
Ray Loriga fuma un cigarrillo detrás de otro, y con su actitud reconcentrada y su ropa oscura y cerrada (camisa de manga larga, botas, aunque aún es verano) recuerda a un personaje atormentado del cine hipster americano. No es casual que para ilustrar esta entrevista se haya optado por la recreación de Buffalo ‘66, en la que Ray encarnará al personaje de Vincent Gallo.
Conoce bien la cultura norteamericana, vivió algunos años en Nueva York y es un autor apreciado por la crítica de allá. ¿Por qué decidió situar la acción de El Bebedor de Lágrimas en la costa este de Estados Unidos?
Me apetecía jugar con lo ajeno, a través de un género que no había practicado como escritor y de un lugar que existiese lejos de aquí y de mí mismo. No quería anclar la acción en algo demasiado cercano, sino buscar un lugar inventado, y me basé en referencias cinematográficas y en el entorno de universidades que he visitado.
Cristina lleva vestido de Philosophy by Alberta Ferretti. Ray, cazadora de cuero de Zadig & Voltaire. Sobre la mesa, bolso de Miu Miu.
Andrea Varani
En la novela hay una oposición interesante entre un mundo masculino muy limitado, de deducción y de visión macro, frente a uno femenino mucho más amplio, de intuición y de detalle. Además, todos los personajes adoran a sus madres. ¿Qué aporta el universo femenino a la novela?
La novela está escrita desde el punto de vista de las mujeres, que además tienen más peso como personajes, mientras que los hombres (que son bufones o leyendas) están retratados con cierta distancia. Las mujeres cuentan desde dentro del libro lo que viven, lo que sienten y lo que piensan, esto es un juego de la literatura romántica y femenina. La relación de la madre del detective Warden con su hijo es la más rica de toda la historia, aunque todos los personajes, incluido el Demonio, participan de relaciones basadas en la confianza y el entendimiento mutuo, sin distancias generacionales (en la novela incluso conviven personajes de distintos siglos). No hay choques de unos contra otros, sino que las vidas, los comportamientos y las derrotas de todos están alambicadas.
El final de la novela da paso al humor. ¿Será menos dramática la siguiente entrega?
Cuando me puse a manejar literatura de este género para informarme –no era lector de este tipo de obras antes–, una de las cosas que más me sorprendió fue su falta de humor. Así que, sin traicionar las convenciones básicas, mi intención fue llevar mi historia a zonas más crueles. Mi idea en esta primera entrega ha sido presentar una novela de género con unas coordenadas más o menos anticipables en la que el lector conozca a los personajes. A partir de ahí, progresivamente, aprovecho para llevarlo todo hacia la oscuridad, la ironía y el humor. Y ese será el modo en que evolucionará la saga.
Tan pronto como termina la entrevista, la maquilladora comienza a convertir a Ray Loriga en Billy Brown, el personaje de Vincent Gallo en Buffalo ‘66. Alrededor del escritor está la modelo Cristina Tosio, caracterizada como Layla (encarnada en la película por una joven Christina Ricci), una cama y una bañera. Ray pregunta: «¿Para qué es la bañera?». La encargada de la producción le muestra al autor una imagen: «Vamos a recrear este fotograma en el que Vincent Gallo está en la bañera con la chica». «No. Si lo llego a saber, me habría pasado el verano levantando pesas, en vez de comiendo pasta. Así que mejor hacemos otra foto».
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