¿Qué busca una mujer cuando compra un muñeco sexual hiperrealista?
La proporción de féminas que eligen estos juguetes crece y los motivos para hacerse con un muñeco son variados y no siempre sexuales.
Sabíamos ya que algunos hombres prefieren las muñecas sexuales a mujeres de carne y hueso; que el negocio de este tipo de juguetes se ha sofisticado hasta el punto de que el realismo de estos avatares empieza a ser desconcertante, y que la industria trabaja por conseguir modelos cada vez más perfectos. Las amantes de silicona tienen ya una piel con un tacto muy similar al humano, cuerpos que pueden almacenar temperatura y órganos sexuales con una consistencia y acabado que emulan a los de una veinteañera. Además, es posible que dentro de muy poco estas máquinas de placer puedan hablar, emitir gemidos o adelantarse a los deseos de sus amos.
Pero en esta sección de juegos de cama desconocemos el otro lado, el mundo de los muñecos sexuales masculinos y sus usuarias, por eso la bloguera de sexo norteamericana Karley Sciortino –con mucho más presupuesto que yo y un parecido notable con la protagonista de Sexo en Nueva York– viajó hasta Los Ángeles, donde Sinthetics, seguramente la mejor fábrica de muñecas/os sexuales del mundo, satisface las demandas de su exigente clientela y produce seres de silicona cuyo valor empieza a partir de 5.510 € y puede multiplicarse dependiendo de los atributos con que queramos adornarlos: tono de piel, pelo, vello púbico, penes -flácidos o erectos-, color de ojos o manicura.
El vídeo que Sciortino publica en su página web, Slutever, enseña el proceso de creación de Gabriel, uno de los hombres actualmente disponibles en el catálogo de esta empresa, y desvela algunos secretos sobre sus posibles compradoras. Según Bronwen Keller, copropietaria de Sinthetics y encargada de la atención al cliente, la mayor parte de sus demandas provienen de los estados de Texas, Minnesota y Míchigan. La venta de muñecas estaba siempre por encima de la de hombres sintéticos, pero en los últimos tres meses han empezado a igualarse. Claro que no hay que olvidar que el público gay, y no solo las mujeres, puede haber contribuido al incremento de la demanda de amantes de látex.
Generalmente, los compradores de muñecos sexuales toman parte activa en el proceso de creación del mismo, eligiendo sus rasgos físicos, desde el color de la piel hasta la forma del lóbulo de las orejas y pueden ser sumamente quisquillosos. Si los hombres dejan volar su imaginación a la hora de diseñar a su amante de goma, y no tienen reparos en si el modelo final existe o no en el mundo real; ellas son mucho más modestas en sus peticiones. En palabras de Keller, “la mujer que quiere un muñeco busca, casi siempre, la naturalidad, el chico de enfrente. Un buen cuerpo pero con las imperfecciones inherentes a cualquier individuo. La mayoría pide que se le pongan pecas, marcas, cicatrices, tatuajes. La demanda de pelo en el pecho es también bastante común, al igual que la de vello en los genitales y happy trail (ese sendero de pelo que va desde la cintura al pene y que puede subir también hacia el torso)”.
La historia de las muñecas hinchables se remonta a las “damas de viaje” que acompañaban a los marineros en las largas travesías para hacer sus noches más llevaderas; pasa por la leyenda que decía que Hitler las mandó fabricar para que los soldados alemanes evitaran aparearse con mujeres no arias durante la Segunda Guerra Mundial y llega hasta la aparición de la primera muñeca hinchable comercial, en 1950. Ésta era alemana, se llamaba Bild Lilli y estaba inspirada en un personaje de comic, aunque no era todavía penetrable. Se dice que la primera Barbie debe mucho a este prototipo.
Creadas para situaciones extremas, en las que el género femenino brillaba por su ausencia, estos juguetes han contribuido a generar una nueva sexualidad, la que prefiere objetos a personas. Es probable que a la sociedad todavía le cueste digerir que alguien compre uno de estos monstruos de Frankenstein sexuales. Sin embargo, como apuntaba Matt Krivicke, un escultor que dejó su trabajo como creador de máscaras para Halloween y ahora forma parte del equipo de Sinthetics “la gente no pone muchas objeciones a un dildo porque se le ha amputado el cuerpo entero. No hay cara, ni brazos, ni piernas, ni seis paquetes de abdominales, ni barriga cervecera. Es solo un pene y eso es lo último en lo que pondríamos excusas”. Las palabras de Krivicke, salidas de una entrevista a The Independent, no están exentas de cierta lógica.
No solo con fines sexuales
Los amantes de los seres sintéticos son ya objeto de estudio y Sarah Valverde, una psicóloga de la Cal Pol State University en San Luís Obispo, California, los ha convertido en protagonistas de su tesis doctoral. Según expone Valverde en su trabajo, muchas de estas personas sienten vergüenza por poseer este tipo de juguetes pero, contrariamente al estereotipo que la sociedad les ha adjudicado, no se sienten menos satisfechos que el resto de la población y no sufren más depresiones o enfermedades mentales que el resto de los mortales. “Poseer una muñeca es, ciertamente, un comportamiento sexual que se desvía de la norma”, apunta Sarah en su tesis, “pero mientras no se convierta en un comportamiento obsesivo ni afecte a otras áreas de la vida, no podemos definirlo como desorden”.
Como apuntaba un artículo de The Atlantic, gran parte de las mujeres que compran este tipo de juguetes lo hacen en compañía de su pareja y no siempre con propósitos sexuales; como Bárbara, una empresaria californiana de 61 años que, junto a su marido, poseen cuatro muñecas a las que fotografían y poco más. Bob y Lizzie es un matrimonio británico que ha ido algo más lejos. Su colección de muñecas hiperrealistas contiene 240 ejemplares con las que pasean, toman el té, ven la televisión o discuten sobre las consecuencias del Brexit en la ya maltrecha economía inglesa. Un vídeo en Youtube escenifica la dura vida de esta pareja, que se pasa buena parte del día acarreando y moviendo a sus pesados maniquíes.
Pero si una quiere saber las razones que hay detrás del hecho de que una mujer compre un muñeco sexual y lo utilice para sus auténticos propósitos, lo que hay que hacer es hablar con sus dueñas. Existen ya diversas webs en las que los amantes de las muñecas comparten sus experiencias, fotos y hasta vestuarios, como iDollators o Our doll community, en las que me inscribo para tratar de hablar con las pocas chicas que, tímidamente, empiezan a aficionarse a estos foros. Jessica es una actriz porno norteamericana que lo utiliza con fines laborales. “Últimamente se están poniendo de moda los vídeos de mujeres que se lo montan con muñecos. Es lo que yo llamo un trabajo fácil porque eres tu la que lleva las riendas en todo momento y haces lo que quieres”. Lady R es otra mujer a la que le gusta jugar con muñecos, en este caso no por trabajo sino por placer. Poco amiga de la charla se limita a señalar que “me gusta dormir acompañada, por lo que algunas veces decido sustituir la almohada por ‘mi chico’. Si fuera algo puramente sexual me hubiera bastado con un vibrador. Es algo diferente y, seguramente, tiene más que ver con los afectos que con el sexo. Se pueden sentir cosas por un objeto y éste, a su vez, puede hacer que nos sintamos algo más arropadas, confortables”.
Si veneramos el iPhone, ¿de qué nos extrañamos?
Según el libro The Erotic Doll de Marquard Smith, cualquier relación sexual no reproductiva era vista como perversa antiguamente, aunque a día de hoy es perfectamente aceptable. “Actualmente, sin embargo, nos sentimos menos cómodos con lazos emocionales que son ‘socialmente improductivos’, por eso vemos como raros a los hombres que mantienen relaciones afectivas con sus muñecas, en vez de utilizarlas exclusivamente para el sexo. Esperamos que las relaciones envuelvan un consentimiento mutuo, un cierto grado de ecuanimidad y reciprocidad que es imposible con un objeto inanimado”. Según Smith, el amor por la creación de uno mismo tiene siempre algo de narcicismo y, según apunta en el artículo de The Atlantic este autor, “en la era de la tecnología las relaciones íntimas con los objetos son bastante comunes. Solo hay que pensar en la forma en que muchos utilizan el iPhone. Pero ser dueño de una muñeca sexual puede tener sus consecuencias sociales y psicológicas. Personas que quieren desarrollar sus relaciones íntimas y eróticas con objetos inanimados, aunque con forma humana. No quiero patologizar a nadie pero hay cierto peligro respecto a la manera que estos comportamientos restringen una auténtica inteligencia emocional”.
Según la socióloga, sexóloga y terapeuta de pareja Delfina Mieville, en Madrid, “detrás de esta aparente hipersexualidad asistimos a una desexualización de la sociedad en la que lo virtual y lo simbólico han sustituido a lo carnal. La pérdida de la erótica, la seducción y el encuentro con otro ser sexuado se han sustituido por el fast sex, que tienen que ver más con los genitales, las sensaciones y su consumo. Hemos confundido rebelarnos contra el tabú con una saturación de palabras e imágenes, la mercantilización de la verborrea erótica; y, como se dice en Gestalt, la palabra nos aleja de la experiencia”. En cuanto a las diferencias de género entre los aficionados a los amantes de silicona y látex, Mieville señala que las mujeres “nos legitimamos y erotizamos a través de lo empático, por lo que el ingrediente afectivo puede ser más imprescindible para las féminas. Ahora bien, todo depende de cómo se tome. Si el muñeco es solo un juguete erótico, una herramienta más como pueden ser los vibradores o el cine; pueden cumplir una función. La pregunta es, ¿estamos haciéndonos con amigos, amantes y familia de plástico porque no sabemos que hacer con la de carne y hueso? Esta claro que al mercado le conviene nuestra soledad para, así, poder vendernos más cosas”.
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