Más allá del vino: seis razones para reservar en La Rioja
La región esconde tantos monumentos, historias y sabores, que cada escapada supone una nueva oportunidad para abordarla, sentirla y redescubrirla.
Desde sus prestigiosas bodegas –algunas, auténticas joyas arquitectónicas firmadas por Zaha Hadid o Ignacio Quemada–, a sus monasterios repletos de leyendas y lenguajes propios; pasando por sus platos de autor y sus idílicos paseos entre valles y montañas. Puede que La Rioja sea la comunidad autónoma más pequeña del mapa, pero alberga tantas historias y sabores que cada escapada supone una nueva oportunidad para abordarla y descubrirla. Postales de tonos verdes, azules y marrones, cada una totalmente distinta de la otra, como las que se agolpan bajo el hashtag #ReservaLaRioja, tres palabras cargadas de significado que La Rioja ha convertido en lema e invitación. Reserva, en un guiño a su famosa cultura vinícola, pero también a la riqueza natural que esconden los valles del Leza, Jubera, Cidacos y Alhama. Reserva, como una petición o un reto, para disfrutar del ecosistema que nos ofrece en cualquier época del año.
Porque hay otra forma de vivir la cultura del vino
Cuando se trata de La Rioja cuesta saber qué fue antes, si el vino o la región. Los extensos viñedos definen parte de su paisaje, del mismo modo que el vino ha moldeado la cotidianidad de sus pueblos. Visitar una de sus bodegas es obligatorio, –hay aproximadamente 400 bodegas dentro de la Denominación de Origen Calificada Rioja, la más antigua del país–, y en el enoturismo experiencial está la clave para transformar un plan típico en una experiencia única. Porque aquí la cultura del vino es una aventura inmersiva: podemos remontarnos al origen, visitando los viñedos con un experto viticultor o sumarnos a los vendimiadores cuando llegue el tiempo de la cosecha; pero también podemos pasear a caballo o en bici en un mar de viñedos, adentrarnos en los calados subterráneos de una bodega centenaria o sobrevolar la región desde un globo aerostático. Existen dos rutas, la Ruta del Vino de La Rioja Alta y la Ruta del Vino Rioja Oriental, en las que podemos elegir el plan que mejor se adapte a nosotras.
El valle de la lengua
Resguardados entre los bosques y montañas de la localidad de San Millán de la Cogolla, están los monasterios de Yuso y Suso, declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, por albergar las primeras palabras escritas, tanto en castellano como en euskera. Ambas aparecen en las Glosas Emilianenses, unas anotaciones en romance que los copistas del siglo XI hicieron a los márgenes de los textos en latín, con el fin de facilitar su estudio. El de Suso, en lo alto de la ladera, emergió de las cuevas que habitaban los discípulos de San Millán, y sus paredes son una auténtica lección de arquitectura: visigótico, mozárabe o románico son algunos de los estilos que le han dado forma, una sublime construcción en la que se resguarda una importante colección de manuscritos y códices. En la parte baja de valle, el monasterio de Yuso, impone por sus dimensiones: el claustro, la iglesia, el salón de la lengua, o el refectorio son espacios de especial interés dentro de esta joya cultural riojana. Aunque si tenemos que quedarnos con un único rincón, sería su biblioteca de estilo veneciano, conservada exactamente igual que a finales del Siglo XVIII, llena de valiosos manuscritos y rarezas.
La improvisación de camino a Santiago
Se suele decir que hay tantos caminos de Santiago como peregrinos, y tan solo en La Rioja confluyen a lo largo de kilómetros tres de ellos: el Francés, el Jacobeo del Ebro y el Vasco de Interior. Tres oportunidades para conocer rincones insólitos sin salirse mucho de la ruta. ¿Algunas ideas? Entrar en el monasterio de Santa María la Real de Nájera para apreciar su enigmático y abovedado Claustro de los Caballeros; visitar un museo totalmente diferente, como el Museo de las Verduras en Calahorra, un espacio interactivo en el que reivindican la importancia de la huerta, tanto en su gastronomía como en su cultura, como demuestran unos espectaculares vestidos confeccionados de hortalizas; u observar a las icónicas cigüeñas blancas de Alfaro mientras nos tomamos uno de sus famosos pasteles rusos.Porque La Rioja está hecha para pasearla, sentirla y degustarla.
Una gastronomía de estrellas Michelin
La Rioja se disfruta a bocados. Y no nos referimos a la famosa calle Laurel de Logroño y sus pinchos estrella, sino a que es la región con más estrellas Michelin por habitante: El Portal de Echaurren (Ezcaray) con la cocina creativa y valiente de Francis Paniego con la que acumulan dos estrellas; Venta Moncalvillo (Daroca de Rioja), con unos platos que ensalzan los productos de la huerta; o los refinados Ikaro y Kiro Sushi en Logroño y el palaciego Nublo en Haro. Aunque también hay Bib Gourmand, como La Cocina de Ramón y La Vieja Bodega, en los que comer bien sin excederse de precio, y una amplia lista de Soles Repsol.
La Rioja vive una auténtica revolución gastronómica, donde la cocina con estrella se entrecruza con la tradicional. Se puede recorrer siguiendo tan solo los orgullosos platos de cada localidad: el bacalao y las patatas a la riojana, los famosos mazapanes de Soto, los ahorcaditos de Santo Domingo de la Calzada, los fardelejos de Arnedo… y, por supuesto, el exquisito queso camerano, otra delicia con Denominación de Origen Protegida.
El destino perfecto para desconectar del ruido
De todas las maneras que existen de viajar, solo hay una que deberíamos evitar: ser un turista al uso. En La Rioja todavía quedan lugares por descubrir, como los que integran los valles del Leza, Jubera, Cidacos, Alhama, Linares y Ocón, ajenos al turismo de masas. Sitios en plena naturaleza, para desconectar del ruido y conectar con las raíces. En el sentido más literal, las Rutas del Silencio de la Reserva de la Biosfera, son perfectas para redescubrir el paisaje a través de los sonidos que lo integran.
Vivir una aventura jurásica
En La Rioja se puede viajar al pasado siguiendo las pisadas de los dinosaurios, en ningún otro lugar hay una concentración tan grande y tan bien conservada. Lo mejor es ponernos en contexto en el centro de interpretación de Enciso e Igea, al lado de El Barranco Perdido, en donde nos llevarán al Cretácico Inferior para explicarnos las dinámicas de la época. Porque con los conocimientos básicos, disfrutaremos aún más de esta fascinante ruta de icnitas.En total, hay 11.000 huellas perfectamente conservadas y al menos 170 yacimientos: la Era del Peladillo en Igea es un yacimiento que contiene 1.766 huellas estudiadas y catalogadas.
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