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La sorpresa de la literatura negra

Conocen la realidad de la que proceden y los códigos occidentales. Una nueva generación de autoras combate los tópicos y aspira a definir a la nueva mujer del continente africano.

La sorpresa de la literatura negra

Ni americana, ni africana, ni ciudadana del mundo. El término afropolita, impulsado por la escritora Taiye Selasi, equivale a una realidad: ser africana del mundo, que es la suya propia. Esta ghanesa residente en Berlín –cuyo Lejos de Ghana ha editado Salamandra– hace alusión a «una noción más flexible de identidad». Forma parte de una generación de narradoras nacidas en el continente y educadas en Occidente, lanzadas al mundo desde Canadá, Estados Unidos o Reino Unido, que muestran la otra cara de su sociedad. «Las representaciones occidentales reducen a todo un continente al cliché que les conviene», nos comenta Selasi, que ha visto cómo las traducciones al italiano y al alemán de su libro suprimían en su título la alusión al país. «Y desprovista de sus complejidades culturales, políticas, religiosas, lingüísticas y económicas –añade–, la historia se convierte en una tragedia, sin más. Tengo una gran fe en mis lectores y confío en que vean más allá».

Se reveló con La vida sexual de las chicas africanas, un texto entre el ensayo y la ficción que publicó la prestigiosa revista Granta. Taiye Selasi duda sobre «si el talento se repatriará» alguna vez.

Nancy Crampton

Si sus personajes mantienen una complicada relación con su procedencia, ella vive la paradoja de contar África sin residir ni publicar allí. «Me parece anticuado reducir el problema a los novelistas locales y los lectores occidentales. Un escritor alcanza el mundo entero», asegura. Está de acuerdo Aminatta Forna, de la que Alfaguara acaba de traducir Donde crecen las flores silvestres. Criada entre Escocia y Sierra Leona y orgullosa de su «herencia dual», Forna rehúye los estereotipos: «Muchas actitudes de las mujeres del este de África resultan más progresistas que las occidentales. Las sierraleoneses trabajaron y mantuvieron sus apellidos mucho antes que las europeas».

Todos deberíamos ser feministas, de la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie (publicado en versión digital por Vintage Books), sostiene que el feminismo es una lucha también para los hombres.

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De hecho, países como Ruanda (56%), Sudáfrica (45%) o Mozambique (42%) poseen una representación política femenina igual o superior a la de muchos Estados europeos. Los esfuerzos de estas autoras «pueden modificar la idea imperante sobre la mujer africana», explica Izaskun Legarza, responsable de la Librería de Mujeres de Canarias. «Las revoluciones tienen que generarse desde abajo y no venderse desde fuera», añade. A ello contribuyen nuevos personajes como Ifemelu, la protagonista de la novela Americanah (Literatura Random House, 2014), de la nigeriana Chimamanda Ngozi. Tras pasar por la universidad en Estados Unidos, se aparta del éxito para recuperar su vida en Nigeria y decide con quién y cómo quiere amar, vivir y trabajar. El destino reserva infelicidad a aquellas que se someten a los hombres; también a Ifemelu, cuando reniega de su pelo afro y, sutilmente, de su raza.

Aminatta Forna insiste en el error de pensar que «un escritor es desconocido por no ser popular en Occidente», y defiende que hay rasgos de la mujer africana que se desconocen aquí.

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Nueva hornada. Otros nombres destacados son el de la combativa NoViolet Bulawayo, de Zimbabue, que acaba de ganar el Premio PEN/Hemingway por su novela Necesitamos nuevos nombres; el de Carole Enahoro, hija de nigeriano y británica, que comparte editores con Alice Munro y analiza en Haciéndolo peligrosamente bien la conversión capitalista de Nigeria desde la ironía; Chinelo Okparanta, también nigeriana y premiada en Estados Unidos por sus novelas y libros de relatos, que aborda temas como el lesbianismo en África o la religión católica en su país de origen; o la ugandesa Jennifer Nansubuga Makumbi, ganadora por La saga Kintu del Premio Kwani al mejor manuscrito –uno de los pocos certámenes en África para obra inédita–, en un viaje a contracorriente: ella reside en Manchester, Reino Unido, aunque publica en Nairobi, la capital de Kenia.

Toni Morrison, la única mujer negra que ha ganado el Nobel de Literatura.

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¿Qué repercusión tiene en África este nuevo feminismo promovido desde la literatura? «Quizá haya una sensibilización, pero a menudo es una ilusión. No se puede hablar de derechos cuando no tienes dinero para la educación de tus hijos, o para ir al médico, cuando tu opinión no importa», sostiene la escritora madrileña María Ferreira, que trabaja en Nairobi. «Además, no es una sociedad homogénea. En mi ciudad, por ejemplo, las mujeres optan a puestos de responsabilidad, van a la universidad… pero en las zonas rurales muchas no han asistido a la escuela».

«El término feminismo es controvertido por su sesgo occidental», dice Soledad Vieitez, profesora de la Universidad de Granada, que trabaja en su libro Revoluciones de género en África. «Sin embargo, una nueva generación de autores (también varones) está reinterpretando estos conceptos».

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