La ‘hollywoodización’ de Silicon Valley
El cine y la tele sacan tajada de la fascinación que genera la meca de la tecnología.
“Silicon Valley es como el instituto. Pero sólo con los chicos listos. Y todo el mundo tiene un montón de dinero”. Eso dicen en las promos de Silicon Valley, el reality que la cadena Bravo estrenará en otoño, coproducido nada menos que por la hermanísima Randi Zuckerberg.
Hasta ahora la leyenda de la meca tecnológica era la de un lugar donde la vida social dejaba mucho que desear (el Timeline de Facebook Mark Zuckerberg revela que en 2006 asistió a un torneo de Piedra, Papel y Tijera), el dress code consiste en conjuntar tus chanclas con tus calcetines y tocan a diez hombres por cada mujer. Pero nada de eso impide que el valle, muy para disgusto de algunos de sus habitantes, esté sufriendo un proceso de glamourización, o de abaratamiento, según se mire. Los perfiles de los jóvenes genios tecnológicos ya venían alimentando las revistas económicas y los suplementos de los diarios, que tienen un apetito creciente por estas historias feelgood que casi siempre tienen la misma estructura (dos o tres jóvenes amigos tienen una idea de manera casi casual, anecdótica y biográfica, deciden montar algo al respecto, defienden su idea contra viento y marea y contra la opinión mayoritaria, aparece alguien que cree en ellos, tienen su primer éxito, crecen desorbitadamente, aparecen en alguna lista de Forbes, imberbes y confiados, todo ello antes de los 26). España tampoco es ajena a ese tipo de mitología: los periodistas nunca se cansan de preguntar a Pau García Milà, el fundador de Eye OS y Bananity, que explique eso de que inventó el cloud computing porque le daba pereza subir la cuesta que separaba la casa de la de su amigo. Les encanta. Nunca tienen suficiente.
Entre tanta épica tecnológica (casi porno financiero en tiempos de recesión, igual que se llama porno alimenticio a las fotos de comida en Instagram o porno inmobiliario a ciertas películas y revistas) y tras el éxito de La red social y la beatificación social de figuras como la de Steve Jobs, era inevitable que la industria del espectáculo mirase hacia sus vecinos de Silicon Valley.
El reality de Randi Zuckerberg sigue a varios jóvenes forrados o en proceso de forrarse con alguna que otra idea innovadora. Entre ellos están Marcus Lovingood, el fundador de Futureleap, la web que promociona proyectos de cine con técnicas virales; Ben Way, de quien Bravo dice que “lleva fundando empresas desde que tenía 15 años” y que “ya ha aparecido en realities como The Secret Millionaire”; su hermana Hermione, de The Next Web y Newspepper, que permite hacer vídeos baratos optimizados para internet; Dwight Crow, de Carsabi, un buscador de coches usados; y Kim Taylor, de Ampush Media. En teoría, el programa tratará de explicar lo que cuesta fundar una empresa. En realidad, lo más probable es que veamos líos sentimentales guionizados y muchas escenas de gente gastando mucho dinero, a lo Kardashian.
A Silicon Valley se le sumará, también en otoño, otro reality, titulado Huh? y que seguirá a Ben Huh, el coreano propietario de IcanHazCheezburger, todo un imperio levantado sobre una idea: la gracia que hacen las fotos de gatos. Huh es el creador de los LOLcats y los Fails, dos memes que, para bien o para mal, forman parte del humor y del léxico global contemporáneo. Sus 50 webs, que reciben 375 millones de visitas al mes (entre ellas The Daily What o Know your meme) podrían resumirse sucintamente como “chorradas que pasan en internet”. Chorradas muy lucrativas, huelga decir.
No todo el mundo está contento con lo que ven como una bastardización del término “Silicon Valley”. Francisco Dao, de la web Daily Pando, escribía en un artículo que los protagonistas de estos realities no son auténticos emprendedores sino “groupies tecnológicos” y “hipsters con ínfulas”. O peor, “blogueros” (no auténticos programadores) y ni siquiera son de Silicon Valley, sino de San Francisco. “En nombre de los empresarios que lo arriesgaron todo para construir algo, en nombre de los ingenieros que saben que los conocimientos técnicos son más importantes que dar bien en cámara, este programa me ofende”, escribía Dao.
Los críticos como él pueden desgañitarse pero el fenómeno surge también desde dentro, desde las mismas entrañas de Silicon Valley. Ahí está, por ejemplo, Jesse Draper. Los Draper son al valle lo que los Barrymore a Hollywood, según el New York Times, que acaba de dedicarle un extenso perfil a Jesse, una ex actriz de 28 años que encarna a la cuarta generación de una familia de inversores en startups y que presenta y dirige The Valley Girl Show. Su programa, que cuelga en internet y en webs tan populares como Mashable, se rueda en un plató que es como el sueño húmedo de un Pequeño Pony, todo rosa y lleno de plumas y purpurina. Allí entrevista (con un estilo más cercano a El Hormiguero que a Iñaki Gabilondo) a los titanes del valle. En su sofá se sientan desde Eric Schmidt, uno de los capos de Google, a Dennis Crowley, el fundador de Foursquare. A Adam Goldstein, el fundador de la web de viajes Hipmunk, le hizo dialogar con dos hamsters enanos y a Sheryl Sandberg, la nueva jefa de operaciones de Facebook y seguramente la mujer más poderosa de la meca de la tecnología, le sorprendió interrogándole por su trabajo como profesora de aerobic en los ochenta. Draper admite en el Times que le cuesta mucho llevar mujeres a su programa. No sólo porque hay pocas en el escalafón más alto de las empresas sino porque las que hay no quieren o no pueden permitirse perjudicar su imagen rodando un vídeo en el que hablan con un hámster.
“Existe una hollywoodización de Silicon Valley”, asegura la presentadora. Y muchos, como ella, quieren sacar tajada. Quizá quien más esfuerzos ha hecho por presentarse como un híbrido de ambos mundos es Ashton Kutcher, el actor, que invierte desde hace años en varios proyectos relacionados con el entretenimiento online y las redes sociales. Kutcher, no hay que olvidarlo, interpretará a Steve Jobs en uno de los dos biopics que se preparan sobre el fundador de Apple. El otro, producido por Scott Rudin, cuenta con Aaron Sorkin como guionista. Eso sí es hollywoodización.
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