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Así es un día de compras con la extraordinaria Iris Apfel

Pasamos una jornada con la rara avis de la moda, abanderada de la autenticidad y de un estilo único, aprovechando el cálido homenaje que le rindió la pasarela 080 Barcelona Fashion.

Iris Apfel

«¿Hay alguna tienda en Barcelona que tenga joyas grandes y raras? Ésas son las que me gustan, ¿por qué no me llevas a alguna?». Iris Apfel quiere ir de compras. Es sábado por la mañana, estamos en su suite del Mandarin Oriental y, aunque el aire acondicionado ejerza agradecidamente su función, Barcelona pasa por una ola de calor histórica. A Iris (y a sus 93 años) poco le importa el bochorno y el sol abrasador. Ella insiste en pasar el día de tiendas. «Me encanta buscar cosas, creo que en otra vida fui cazadora-recolectora, pero ahora siempre ando liada y comprar se ha convertido en un placer esporádico». La rara avis de la moda (mote que se ganó gracias a la exposición con 80 de sus excéntricos looks en el museo Metropolitan de Nueva York en 2005) visita por tercera vez la capital catalana, invitada y homenajeada por la pasarela 080 Barcelona Fashion.

«Primero vine en el 53 y luego en los 70. La ciudad ha crecido muchísimo, ahora es mucho más internacional, aunque solo veo las mismas tiendas que en EE UU», lamenta mientras indica a la maquilladora que ella con un poco de labial y polvo bronceador se apaña, porque anda con molestias en sus ojos. Apfel lleva desde el lunes en la ciudad, y ya le ha dado tiempo a recorrerse Els Encants Vells («un mercadillo fantástico, compré unos botones y unos bolsos que me vienen fenomenal»), ir al desfile de Custo, emocionar a los 200 espectadores que acudieron a su encuentro en la Fundación Miró para visionar Iris (el último documental de Albert Maysles, inolvidable director de Grey Gardens), comer dos veces en La cuina d’en Garriga y comprar en Uterqüe. La firma de Amancio Ortega la tiene fascinada. «Me ha encantado: los precios están bien y sus joyas son fantásticas. Recomiéndame algo similar», dice, en su ánimo infinito por descubrir nuevos tesoros.

Ximena Garrigues y Sergio Moya

 ‘It-girl’ a los 84. Precisamente su ecléctica colección de joyas es la culpable de que se haya convertido en un icono de moda idolatrado a escala global. Tenía 84 años cuando se transformó en la «anciana debutante de la moda». Fue cuando a Harold Koda, comisario del MET, le chivaron que había una neoyorquina que tenía una de las colecciones de alta joyería más interesantes de Estados Unidos. Pertenecía a una interiorista que había trabajado como decoradora para nueve presidentes en la Casa Blanca (desde 1950 hasta 1992) y era propietaria junto a su marido, Carl Apfel, de la reputada firma de telas Old World Weavers. Koda pronto comprendió que esos collares arquitectónicos no podían disociarse de unos looks que desbordaban personalidad, así que le dedicó una exposición a parte de su increíble armario. Nina Ricci, Balenciaga, Armani… Apfel tiene una colección de ensueño, sin formalismos, que abarrota sus tres pisos de propiedad y que combina prendas de alta moda con ropa de mercadillos de sus viajes por todo el mundo. De cuando buscaba de sol a sol rarezas para decorar los hogares de una exigente clientela como Jacqueline Onassis o Esteé Lauder. «Ahora vivimos la peor década de todas. Estos diseñadores jóvenes de hoy en día están obsesionados con los medios de comunicación y no saben cómo coger un patrón ni cómo cortar una tela. El mercado de masas lo ha matado todo. Ya lo advirtió Balenciaga cuando se retiró y dijo que la moda había muerto. No sé si es el final, pero estamos muy cerca», cuenta.

Dedicatoria especial. «Para mi querido Toni, que vende lo mejor y más bonito de Barcelona». Apfel dedicó su libro a Toni Estruch, propietario de Azul Tierra y fan declarado de la interiorista.

Ximena Garrigues y Sergio Moya

Vestirse «con las entrañas». «¿Quién es la dueña de estos trajes que desprenden tanta fantasía y alegría de vivir? ¿Cómo vive para vestir así?» Tal y como recuerda Harold Koda en Iris, eso es lo que se preguntó sin cesar la gente que visitó la exposición del MET. El colorido del armario de Apfel provocó un inesperado interés por su vida. Entonces llegaron las portadas de las revistas de moda, las entrevistas y charlas por todo el mundo. Ha posado para & Other Stories y ha tenido su campaña de moda para Alexis Bittar con Tavi Gevinson («una de las chicas más inteligentes que he conocido»). Ha colaborado con la firma de belleza MAC y hasta ha creado su propia marca de joyas voluminosas, Rara Avis. Una década después de erigirse en leyenda viva de la moda, sigue sin entender por qué la prensa tiene tanto revuelo con ella. «Soy una persona que lo hace todo movida por sus entrañas. Cuando me visto, también. Improviso y no hago estrategias. Igual para otra persona no funciona, pero yo jamás juzgo a la gente. Si funciona para ti, no agonices, sé feliz. Es mejor ser feliz que ir bien vestida».

Hay algo que nunca contesta: «No hablo de política, no me siento bien haciéndolo». En la foto, posando en uno de los rincones de Passage.

Ximena Garrigues y Sergio Moya

Alergia a ‘lo bonito’. Con Iris Apfel uno no habla de ropa o de las maravillas de tal o cual diseñador (exceptuando a su idolotrado Balenciaga, «él sí era un creador auténtico, cuando vi su trabajo pensé que había muerto y estaba en el cielo»). Charlar con ella es asistir a una lección continua de lógica vital aplastante. «Hoy es durísimo ser una persona única y con estilo. Todo el mundo quiere conformarse y seguir las normas. Las revistas están diciéndote continuamente lo in y lo out o lo que toda mujer debería tener. ¡Es ridículo! La gente ya no quiere destacar, porque destacar implica tiempo, a menos que quieras parecer un freak. Conocerse a uno mismo lleva esfuerzo y si quieres ser alguien, debes tener opiniones y actitud. Pero parece que para todo el mundo es mucho más fácil obedecer y seguir lo que otros le ordenan». Su discurso, eso sí, se acallará en pos de la concentración en cuanto pise una tienda. Porque tal y como nos indica Bernat Buscato, escudero de Apfel en Barcelona: «Aquí se le pasan todos los males». Lo certificamos: es capaz de estar hora y media de pie, sin necesidad de su andador, probándose joyas de todos los rincones del planeta en Azul Tierra, nuestra primera parada. Allí comprará seis collares, un chal y una cartera. Viéndola elegir, sabemos que huye del minimalismo. «No me gusta lo bonito, sino lo atractivo, lo que te conmueve. Cómo podría explicártelo: o te gustan ciertas cosas o no. A mí lo dulce y lo bonito me da alergia».

Selección de algunos de los collares que Iris Apfel adquirió en Azul Tierra. ¿Minimalismo? Eso nunca.

Ximena Garrigues y Sergio Moya

Envejecer no es un pecado. La silla de ruedas de Apfel se queda aparcada toda la jornada en el maletero del coche. Para la segunda parada, en Sarrià, en el local Passage, sigue igual de enérgica. Ella defiende el paso de los años y reniega de la cirugía. «Cuando las chicas son jóvenes y bonitas tienden a confiar únicamente en cómo lucen. Cuando esas pobres jóvenes que no se han cultivado se hacen mayores, su belleza desaparece y no les queda nada. Yo me di cuenta de que si quería ser atractiva, tenía que hacer algo más. Ser más lista. Si quieres resultar cautivadora, primero tendrás que interesarte por algo. Me dan pena todas estas mujeres que viven obsesionadas, como si envejecer fuese un pecado o significase el fin de todo. ¡Menuda estupidez!».

«Es una pena, pero es muy duro y difícil ser único hoy en día. Todo el mundo se conforma y sigue las normas»

Ximena Garrigues y Sergio Moya

Ella confía en el legado de sus alumnos de la Universidad de Texas, donde da clases desde hace unos años, aunque reconoce que «los jóvenes de hoy en día están tan absortos en sí mismos que creen que tienen derechos porque sí, pero se equivocan. En esta industria no llegas y te dan la oficina con vistas, la gente que realmente lo ha hecho bien empezó fregando suelos, y no hay nada malo en ello». Ella no fregó los de la Casa Blanca, pero asegura que cuando trabajaba decorándola, la única primera dama con la que pudo entenderse fue Pat Nixon. «Al menos se preocupaba por el legado histórico, al resto le importaba todo un carajo y no tenían gusto. Fíjate en la señora Clinton [Bill Clinton fue el último presidente para el que trabajó], ni siquiera se interesa por cómo luce».

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