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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Perros truferos

“El miedo, como ocurre con las trufas, crece en las raíces, escondido del sol”

Clara Diez
Plató S Moda

“La trufa es un hongo que crece pegado a la raíz de ciertos árboles, como la encina o el roble. El hongo y la raíz desarrollan una relación simbiótica para crecer”. Así se inician los apuntes que tomé en una mañana gélida turolense; por suerte, mientras los escribía aún me encontraba al abrigo del fuego, café en mano, durante la formación previa al ritual de arañar la tierra en busca de las preciadas joyas gastronómicas que allí yacen ocultas. Nunca había sentido especial interés en el universo trufero (dedicándome al queso, el reino fungi ya tiene la suficiente presencia en mi día a día, en exceso podría resultar indigesto), sin embargo, la actividad me cautivó: había desestimado el poder sanador que una jornada al aire libre, pala en mano y un perro sagaz como acompañante, tendrían sobre cualquiera. ¿Detox urbano exprés? Sí, gracias.

Mi aventura micológica ocurrió hace ya meses y yo no había vuelto a pensar en ella hasta ayer domingo. Reflexionando sobre el origen del miedo como sentimiento (si están pensando que quién, en su sano juicio, dedicaría su última tarde libre de la semana a algo así, apiádense de mí por vivir con tal nivel de intensidad), las trufas y su particular modus operandi volvieron a mi cabeza. Reconozco no haber visto este paralelismo venir. La razón por la que me encontraba pensando en el miedo era que lo tenía pegado a la cara, a razón de un viaje largo e inesperado que reunía algunas de mis más preciadas ansiedades: vuelos largos con escalas, un destino alejado del confort europeo (aquí estamos tan calentitos…) y unos cuantos días lejos de mi casa, mi marido y mi rutina, tres de los pilares de mi apego. Si tú también eres eso que llaman control freak, sabrás que salir de la zona de confort siempre implica tener que afilar las herramientas de gestión (emocional).

Y así, merodeando el miedo mi mente, en un alarde de pensamiento mágico empezó a tomar forma la pregunta: ¿De qué se alimenta el miedo? ¿Cuál es su fruta favorita? ¿Qué pide en un afterwork este monstruo incapacitante, que vive en cada uno de nosotros, que se bebe nuestras certezas de un trago y que engulle, porque no sabe de mesura ni de protocolos ni de formas a guardar? ¿Cuál es el sustrato que sirve de alimento a este animal carnívoro? Empecé a verlas llegar, las semejanzas: el miedo, como las trufas, crece en las raíces, escondido del sol. Nuestros pensamientos le sirven de sustrato, se alimenta de ellos: le proporcionan los nutrientes necesarios para seguir creciendo, para expandir su presencia soterrada. La simbiosis que se establece entre el hongo y las raíces (las segundas segregan compuestos que sirven de alimento al hongo, mientras que este descompone materia orgánica que, de otra forma, la planta no podría asimilar) es semejante a la dichosa conexión que se establece entre el miedo y la mente. Curiosamente, la más codiciada de las virtudes de la trufa, su aroma, es su perdición, pues es su olor lo que guía a los perros truferos hasta el lugar exacto en el que yacen escondidas. Una vez arrancadas de la tierra, después de una batalla campal entre dedos humanos y tierra mojada, se exponen a la luz para calibrar su valor real.

El miedo, como las trufas, también se huele: identificarlo, ubicarlo en el terreno, es la primera fase para su extracción. Por tanto, solo un consejo: familiarízate con el aroma del miedo, imprégnate de él, incluso. Hasta que no lo percibas, porque como ocurre con todos los aromas, la exposición constante hace que empiecen a pasar desapercibidos. Y entonces, sabrás que le has ganado la batalla.

*Clara Diez es activista del queso artesano.

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