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Peter Lindbergh, el fotógrafo de las estrellas de Hollywood

El blanco y negro rugoso de sus imágenes cambió la moda para siempre. A punto de cumplir los 70 años, el fotógrafo alemán sigue en plena forma y no tiene intención de retirarse.

Peter Lindbergh
Peter Lindbergh

La fotografía de moda era lujo trasnochado y glamour obsoleto. Pero entonces llegó Peter Lindbergh. De su cerebro saldría la ocurrencia de introducir la estética del cine expresionista y la textura de la fotografía documental de los años 30 en un mundo tan aparentemente impropio como este. Él fue el único capaz de transformar, con su inconfundible blanco y negro, a Helena Christensen en un personaje de Fritz Lang y a Kate Moss en otro de Dorothea Lange. Lo más sorprendente es que ni siquiera se lo tenga creído. Con casi 70 años, el legendario fotógrafo, gigante bonachón de mirada benevolente, atendió a nuestras preguntas en exclusiva en París, la ciudad donde ha vivido desde finales de los años 70. Lo hizo durante la presentación de su campaña para la marca de gafas Silhouette, que cuenta con la actriz Cate Blanchett como protagonista.

Desde el principio, su idea de la belleza tuvo poco que ver con la de los demás fotógrafos de moda. ¿De dónde venía esa aspereza y ese gusto por la imperfección?

Crecí en Duisburgo, una pequeña ciudad alemana cerca de la frontera holandesa, donde no había más que fábricas. Debe de ser el lugar más feo del mundo, pero a mí siempre me ha parecido bellísimo. Cuando vienes de un lugar así, tu imagen de la belleza es distinta a la de alguien que haya crecido en Venecia. Es como tener una madre feísima, pero que a ti te parece la más guapa del mundo.

Lo interesante es que aplicara esa estética al mundo del lujo. ¿Sus clientes no se opusieron?

Eso es lo que creía que pasaría, pero no. A la gente de la moda le gusta simular que es muy abierta, aunque en realidad sea mentira [risas].

¿Nunca le pusieron problemas?

Cuando en 1988 me llamaron para trabajar para Vogue USA les respondí que ni hablar. Lo que hacían en aquella época era todo lo que no me gustaba: reflejar un modelo de mujer con esposo millonario y residencia en la Quinta Avenida. Me convencieron al decirme que podría hacer lo que quisiera. Así que contraté a modelos desconocidas y las fotografié sin maquillaje. No supieron qué hacer con aquello. Pero entonces llegó Anna Wintour y todo cambió. Me dio su primera portada y me dejó hacer lo que me gustaba. En menos de un año, el canon tradicional había cambiado.

Patrick Dempsey también se ha puesto ante el objetivo de Peter.

Peter Lindbergh

No duraría mucho. A mediados de los 90, la misma Wintour decretó el retorno al glamour y la ultrafeminidad.

En esa primera serie que hice para Vogue había modelos como Linda Evangelista o Christy Turlington vestidas con camisa blanca y sin maquillaje. Lo que pasó es que la industria de la belleza las corrompió. Las vistieron y maquillaron porque necesitaban seguir vendiendo tacones y pintalabios, y les ofrecieron contratos de 20 millones de dólares. Al final, esas chicas frescas e independientes se acabaron pareciendo a las mujeres de antes. No me gustó. Para mí, la fotografía de moda no es solo vender ropa o hacer fotos bonitas. Tiene que definir un modelo de mujer.

Todas las tops, de Naomi Campbell a Kate Moss, dicen que las hace sentirse cómodas en menos de 10 segundos. ¿Cómo lo consigue? 

Soy simpático con ellas. La mayoría de los fotógrafos de moda son auténticos idiotas, con tres o cuatro excepciones. Es por eso que a veces me cuesta que me cuelguen esa etiqueta, porque no quiero tener nada que ver con ellos. El otro día un cliente vino a una de mis sesiones y me dijo, sorprendido: «Es el primer shooting al que asisto donde no hay gritos y la gente no se odia». Este trabajo no es un campo de concentración. Hay que escuchar y respetar a los demás.

Su nueva especialidad son las estrellas de Hollywood. ¿Cómo se desarrolla su colaboración con ellas?

Solo una decena de ellas son distintas a las demás. Por ejemplo, Cate Blanchett o Kate Winslet, que son personas modestas e inteligentes. La mayoría de ellas llegan rodeadas de sus publicistas gritando: «¿Dónde están las velas aromáticas que pedí?». Cuando me preguntan que escoja a un icono, siempre elijo a mi asistenta. Es una mujer maravillosa que trabaja duro y no se queja nunca, que hace el trabajo bien y quiere a mis hijos. Ya sé que creerá que estoy intentando parecer un tío majo, pero la admiro de verdad.

¿Qué le sigue inspirando? 

Cualquier cosa, menos abrir una revista de moda. El problema es que hoy la gente abre cualquier publicación y se dice: «Esto es genial, hagamos algo exactamente igual». Por eso todas se parecen tanto entre sí y la originalidad ya casi no existe.

La estética de sus fotos se inspira en el cine alemán y en las escenas berlinesas de los años 20.

Stefan Rappo

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