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Mujer contra mujer

Decirle a las mujeres lo que tienen que hacer y, sobre todo, recordarles todo lo que hacen mal ha sido un éxito para la prensa en 2012. Lo curioso es que son ellas, las periodistas, las críticas más duras.

Mujer contra mujer
D.R.

El periodismo vive un momento de transición, pero hay un género reporteril que parece revigorizado con nuevos bríos y al que los medios, nuevos y tradicionales, se aferran como una tabla de salvación que ha de procurar circulación y tráfico: el género que consiste en decirle a las mujeres lo que hacen y, concretamente, lo que hacen mal. Casarse, esperar demasiado para casarse, dejar de trabajar, pretender tenerlo todo, no amamantar a sus hijos, hacerlo durante demasiado tiempo… Las posibilidades son casi infinitas. Junte una foto vistosa y un titular polémico y tendrá un hit en los quioscos, tanto físicos como virtuales. Es una fórmula que las revistas generalistas estadounidenses, en plena reconversión –Newsweek acaba de imprimir su último número en papel–, se han aplicado con ganas en 2012 y de la que los medios on-line hacen bandera. Lo vemos en las nuevas secciones que han implantado en sus webs el New York Magazine y The Atlantic, llamadas respectivamente Love&War y The Sexes: los despachos desde la trinchera de la guerra de sexos venden.

The Atlantic, de hecho, es el líder de este neogénero, que de nuevo, en realidad, tiene poco. La venerable revista, fundada en Boston en 1857, volvió a presentar notables beneficios económicos en 2010, cuando empezó a potenciar su estrategia digital y –no casualmente– también se lanzó a publicar sus polémicos y muy comentados artículos sobre «temas de mujeres». La revista les ha dicho a las féminas que la menopausia las volverá rabiosas (Vuelve la perra, Sandra Tsing Loh, octubre 2011), que se emparejen con cualquiera sin esperar al hombre perfecto (Cásate con él, Lori Gottlieb, convertido en libro en 2010), que tampoco hace falta casarse (Todas las chicas solteras, Kate Bolick, octubre 2011), que abandonen la utopía feminista (Por qué las mujeres siguen sin poder tenerlo todo, Anne-Marie Slaughter, junio 2012) y que aquellas que no trabajan traicionan la causa (Las mujeres ricas que están matando el feminismo, junio de 2012). Como señala el agudo titular del último número de la revista literaria N+1, «Estos artículos intentan aterrorizar a las mujeres solteras, también conocidas como mujeres tituladas de veintitantos y treinta y tantos […]. Los problemas que describen sus autoras, siempre mujeres, son distintos, pero su visión final es la misma, que las relaciones tradicionales de género están aquí para quedarse y que cualquier cambio social progresista es una causa perdida». Una de las que más ha criticado esta visión de las cosas es la columnista británica de The Times Caitlin Moran, que en su libro How to be a Woman partía de una dato que le había parecido escalofriante: solo el 29% de las norteamericanas se considera feminista. «¿Es que estabais todas borrachas cuando os hicieron la encuesta?», se pregunta.

Pero al juego de criticar a las mujeres también se han sumado Time, cuya portada más recordada del año pasado será aquella del niño de cuatro años y su madre dándole el pecho, con su provocador titular (¿Eres lo suficientemente madre?); Newsweek, que, a rebufo del éxito de 50 sombras de Grey, aseguró que la fantasía de la mujer moderna es ser dominada por un hombre; y The New Republic, cuyo número de diciembre ataca la maternidad tardía. Estos artículos suelen ser informativos, entretenidos y contener ese equilibrio propio del periodismo anglosajón entre memoria personal e interés público. Lo cual es muy encomiable. Solo que, a veces, como señala la profesora Caryl Simon, de la Universidad de Boston, en su libro Selling Anxiety: How the News Media Scare Women (Vender ansiedad: cómo los medios asustan a las mujeres), «la pseudociencia, los hechos dudosos y el sexismo institucional inundan la información sobre asuntos de género». Es decir, que asustar vende, sobre todo a las propias asustadas. Rebecca Traister, que suele abordar estos asuntos en la web Salon.com, cree que estos artículos se multiplican porque «las mujeres son las protagonistas de un relato apasionante ahora mismo, el del cambio de circunstancias, y, por supuesto, les interesa cómo se cuenta esa historia». Y añade: «Nos obsesiona hacerlo todo bien porque el mundo publicó nuestro éxito diciéndonos todo lo que hacemos mal». Traister le augura un próspero futuro a este género periodístico y está dispuesta a seguir con curiosidad sus nuevas entregas, aunque hay ciertas frases que desearía no volver a leer jamás, como la consabida «tenerlo todo» a la que se refería el artículo de Slaughter. Esta profesora de Princeton, y antigua estratega del Departamento de Estado estadounidense, escribió sobre lo que ella entiende como la falsa promesa del feminismo y sobre cómo se sintió un fracaso mientras tomaba decisiones políticas que afectaban a millones de ciudadanos, pero no podía ayudar a su hijo adolescente con los deberes.

El artículo arrastró a la web de The Atlantic un tráfico inusitado de 1,7 millones de visitas únicas. La portada de papel estaba ilustrada con una foto muy ochentera de un bebé embutido en un maletín de madre trabajadora. Esta, por cierto, provocó quizá la reacción más creativa al artículo, por parte de la escritora y activista Jessica Valenti, quien colgó en su web una galería de fotos de recurso, de las que utilizan los medios para ilustrar cualquier tema atemporal, de «bebés blancos tristes y malas madres feministas». Sobre el famoso «tenerlo todo», Traister dice: «Fue útil para una generación previa de feministas que querían más de lo que se les había permitido hasta entonces, dadas las limitaciones de su libertad pública, económica, social y sexual. Pero ahora me parece que la noción de tener de todo confunde la lucha por ampliar derechos con un espíritu de consumismo y de completismo imposible. ¿Quién lo tiene todo? Nadie».

Es cierto que algunos medios hacen lo posible por democratizar la ansiedad. The Grayest Generation, el artículo de The New Republic sobre las «temibles consecuencias de ser padres tarde», intenta también meter el miedo en el cuerpo a los hombres que pretenden reproducirse a los 50 y a los 60. La autora, Judith Shulevitz, que habla desde su experiencia personal de madre tardía de un niño concebido con tratamiento de fertilidad que nació con retraso sensorial, dedica la mitad de su artículo a ellos –¿sabían que un hombre de más de 50 tiene el triple de probabilidades de tener un hijo esquizofrénico?–. Aun así, hubo quien lo interpetó a su manera, como la escritora y polemista Katie Roiphe, que escribió en Slate sobre «el mito feminista de la fertilidad». ¿Será que al escribir la-palabra-que-empieza-por-f en un titular la expectación se multiplica?

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