Su extravagancia nunca pasa de moda: Cher, inesperada estrella publicitaria a los 75 años
La cantante y actriz protagoniza anuncios de Ugg y Mac que celebran su originalidad. Ella inventó un lenguaje y una forma de ejercer la celebridad que conecta especialmente con la actualidad.
Antes que las Kardashian, hubo una armenia-americana que redefinió lo que se consideraba “icono de belleza” para el gran público, melena negra y excesos estilísticos incluidos. Hablamos de Cherilyn Sarkisian, que se quedó en Cher, porque las otras letras le sobraban.
A los 75, la actriz, cantante y tuitera empieza el año protagonizando dos campañas potentes para la primavera de 2022, la de Ugg, que ha buscado un elenco de seniors excéntricos –están también el exeditor de Vogue André Leon Talley, la modelo Iman, el baloncestista Kareem Abdul Jabbar y Susanne Bartsch, una suiza promotora de fiestas que se hizo famosa en la noche neoyorquina durante los ochenta–, y la de los cosméticos MAC, junto a la rapera Saweetie.
Las dos marcas han coincidido en pedirle lo mismo: que haga de sí misma elevada a la máxima potencia. Ugg ha lanzado un corto que muestra a la artista en su casa de Malibú, viendo películas y hablando con su madre por teléfono. La madre de Cher, Georgia Holt, tiene 95 años y fue cantante, actriz (aparece en varios capítulos de I Love Lucy) y coleccionista de maridos. “Mi madre me dijo que no podía ser un dibujo animado”, recuerda Cher, que se mueve por unos interiores como de un hotel de lujo que se hubiera inspirado en Las mil y una noches (un hotel de Dubai, por ejemplo), y dice cosas como: “Nunca entiendo a qué se refiere la gente cuando dice que soy un icono. He pasado por muchas cosas y quizá empatizan conmigo, como yo empatizo con ellos”. Y también: “Tengo estilo, eso seguro”.
En el anuncio de MAC, más corto, Saweetie trata a Cher con la deferencia debida. Tras un videoclip que muestra a la cantante entrando arrebatadora a varios escenarios, la mayoría de cuando tenía su propio programa de televisión, The Sonny and Cher Comedy Hour, la rapera le pregunta: “¿Cómo lo hiciste?” y ella contesta: “Soy como este pintalabios. Cuando estoy, estoy”. Aunque la campaña de Ugg muestra a una Cher más casera, nadie pretende ver a la cantante en chándal. En las dos aparece como se espera de ella, con todo su aparataje y artificio, que son justo las cualidades por las que está tan demandada ahora. Lo que hacen actualmente todas las estrellas y aspirantes cuando van a la gala del MET, a los MTV Awards e incluso a alfombras rojas más conservadoras, inventarse un avatar que les ayude a permanecer en los reels y en la memoria de internet el máximo tiempo posible, ya lo inventó Cher en los sesenta, lo pulió en los setenta y lo sublimó en los ochenta.
Su influencia en este tipo de eventos no es solo una cuestión de inspiración, a veces es literal. Del vestido que Cher se puso en la primera gala del Met que se celebró, en 1974, con temática hollywoodiense, beben todos los naked dresses que se han puesto después Beyoncé, Dua Lipa, Kendall Jenner, Kim Kardashian y Jennifer Lopez. Era, en efecto, un vestido desvestido formado por lentejuelas y plumas estratégicamente colocadas en una malla transparente que creó para ella su colaborador habitual, el diseñador Bob Mackie, inspirándose en el trabajo de Jean Louis, el creador del vestido desnudo primigenio, el que llevó Marilyn Monroe cuando cantó Happy Birthday, Mr. President.
Esa tendencia a no pasar nunca desapercibida, a entender el disfraz como una de las bellas artes, es también la que explica la ascendencia de Cher en la cultura drag. “Cuando me muera, lo sabréis. Las drags de todo el mundo quemarán sus lentejuelas”, tuiteó la cantante en una ocasión –seguido de otra frase menos comprensible, porque el Twitter de Cher se emite en su propio idiolecto–. Aunque ella, incomprensiblemente, no ha ido nunca al programa Drag Race (sí que lo han hecho varias veces su madre y su hijo, Chaz Bono, un pionero de la lucha por los derechos trans), las concursantes le han rendido homenajes en todas las temporadas y en 2018 incluso grabaron un musical completo titulado Cher: The Unauthorized Rusical, siete minutos de extravagancia musical en los que van apareciendo todas las Chers: la Cher de la era disco, la Cher estrella de cine, la Cher estrella del rock, la Cher de los sesenta, la Cher de su regreso triunfal a finales de los noventa, cuando volvió a emerger con el disco Believe, y la Cher que tenía su propio programa de variedades. Este último, un spin off del programa que compartió a mediados de los setenta con su entonces marido Sonny Bono, funciona como cueva del tesoro de YouTube y va alimentando internet de clips para cada ocasión. Con el estreno de la West Side Story de Spielberg, por ejemplo, ha vuelto a circular la versión del musical de 12 minutos que Cher hizo en un especial de televisión en 1978. Los vídeos de sus programas son también evidencia de que, como ocurre con las folclóricas en España, no hay tendencia que Cher no haya llevado antes. ¿Vestido guirnalda a lo Pedroche? Ella ya lo llevó. ¿Cut-outs? Los lucía en el 72. ¿Pendientes de un palmo de largo? Por qué no. Ella fue, al fin y al cabo, la primera mujer que mostró el ombligo en televisión (y tras hacerlo una vez, lo repitió otras 200, convirtiendo ese detalle en su sello) y hasta en 1989, cuando ya superaba los 40, su vídeo Turn Back Time fue censurado en MTV porque el body de rejilla que lucía se consideró demasiado indecente.
La propia Cher ha explicado en varias ocasiones que su carrera cinematográfica se resintió de su imagen extravagante. “Me costó mucho conseguir trabajo en el cine porque la gente creía que yo no era seria debido a mi ropa. Tenía amigos, conocía a todos los jefes de los estudios de Hollywood, pero no me daban trabajo”, dice en una entrevista reciente con el Vogue estadounidense. Su carrera en el cine, relativamente corta, también se ha revalorizado. Hechizo de luna, sobre todo, la película por la que Cher ganó el Oscar en 1988, está considerada una de las mejores comedias románticas de todos los tiempos. En un artículo en The New Yorker de 2020, la crítica B.D. McClay la compara con las obras ligeras de Shakespeare y explica así por qué es tan rara y maravillosa: “Es una comedia, pero está profundamente obsesionada con la muerte, hasta el punto que empieza en una funeraria. Es un romance, pero en lugar de tratar de promover a la pareja central, se toma su atracción repentina y total como un acto de Dios. Nadie en la película actúa de manera racional o normal”.
Además de campañas de moda que celebran su aspecto glamazónico y atemporal –Cher ha dicho que le parece muy bien que otras se dejen las canas, pero que con ella no cuenten para abandonar su melena azabache–, estaría bien que lo ofreciesen proyectos en el cine y las series que le permitiesen lucirse también en esa faceta.
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