Melania Trump, la modelo de bañadores que podría ser primera dama
Mientras su marido padece exceso de verborrea, la esposa del candidato republicano otorga con su silencio. Analizamos qué tipo de primera dama sería si aterrizase en la Casa Blanca.
Para entender qué espera Donald Trump de sus esposas/compañeras sentimentales sólo hay que echar mano de la hemeroteca. En 1997 lo dejó claro cuando lamentó profundamente en las páginas de su libro The art of comeback haber permitido que su esposa dirigiese alguna de sus empresas. La mujer, por aquel entonces, era Ivana Trump y las empresas de las que se hizo cargo, por el abundante salario de un dólar anual, fueron el Trump Castle (uno de los casinos del magnate en Atlantic City) y el Hotel Plaza de Nueva York. «Mi gran error con Ivana fue sacarla de su papel de esposa y permitir que dirigiera mis negocios», escribió en el libro. «El problema es que solo quería hablar del trabajo. Cuando llegaba a casa por la noche, en vez de hablar de temas más íntimos, quería comentarme lo bien que le estaba yendo al Plaza o el grandioso día que había tenido el casino», rescataban hace unos días en un más que clarificador artículo del New York Times sobre la relación del candidato republicano con las mujeres.
Después de Ivana, Donald no aguantaría conversaciones interminables sobre la letanía del día a día con sus compañeras de cama, y dejaba claro que la siguiente quedaría relegada a satisfacer esas necesitades «íntimas» tan apremiantes del empresario. Marla Maples, la segunda esposa (1993-1999) pasaría a ostentar el cargo de copresentar Miss Universo y Melania Trump, la tercera y actual cónyuge, creó sus propias líneas de joyería y belleza. Aunque él ya ni se inmuta ni se inmiscuye con esto. «¿Qué es lo que hace en televisión, con eso de las ventas?», llegó a decir públicamente sobre los negocios de Melania. Una mujer que, irónicamente por esa campaña plagada de tics y planes racistas del candidato republicano, podría ser la primera dama de EEUU que no ha nacido en suelo estadounidense desde Louisa Adams. Una inmigrante sin inglés como lengua materna en la Casa Blanca. Noticia que no despertaría ningún tipo de interés si no fuese porque podría ser la Casa Blanca del hombre que pretende construir un muro con México para, precisamente, tratar de repelerlos.
Melania Knauss nació en 1970 cuando Sevnica todavía pertenecía a Yugoslavia y no a Eslovenia. Hija de un gerente de un concesionario de coches y de una costurera (o diseñadora de moda, en función de la fuente que lo especifique), su biografía oficial indica que se profesionalizó como modelo después de ganar un concurso mientras estudiaba arquitectura en Liubliana y de que el fotógrafo Stane Jerko se fijase en ella. Después llegarían los contratos en agencias de Milán y su salto a EE UU. Para cuando el magnate le echase el ojo en el Kit Kat club de Nueva York en 1998 (y ella le rechazase en primera instancia), Melania ya había aparecido en el especial bañadores de Sports Illustrated y había sido fotografiada por Testino o Demarchelier. No era una top, pero jugaba en primera línea de la moda. Poco importó que Trump mantuviese una relación con Celina Midelfart, una rica heredera noruega de una empresa de cosméticos. El magnate se quedó prendado y no cesaría hasta conquistarla. Se declaró en la fiesta más pija de Nueva York, la Gala Met de 2004, y se casaron unos meses después en la iglesia episcopal de Palm Beach. Entre el millar de invitados: Heidi Klum, Shaquille O’Neal, muchísimos políticos republicanos y sí, Bill y Hillary Clinton, que posaron así de sonrientes con la recién estrenada pareja. Ella tenía 34 años. Él, 58.
Como si fuese una premonición de lo que estaba por llegar en su tratamiento mediático, Anna Wintour optó por cosificarla y despojarla de personalidad al etiquetarla con mayúsculas como «la nueva novia de Donald Trump» en su portada de Vogue dedicada a la boda. Su nombre ni siquiera aparecía en la primera plana. El apellido Trump barrería con todo su pasado. Con varios negocios de joyería y cosmética a su nombre desde que se casara, Melania se autodefine en su web como una «presencia cautivadora frente a la cámara», «una belleza de mirada cristalina», una esposa y una madre de espíritu filantrópico (en 2006 nació el hijo de la pareja, Barron). Una «neoyorquina»(consiguió la ‘green card’ en 2001 y la ciudadanía en 2006) «cuya generosidad y ganas de ayudar al prójimo son más que notables».
La exmodelo ha pasado a un efectista (y planeado) segundo plano en la campaña presidencial. El New York Times la ha apodado como la «compañera silenciosa» de Donald Trump. Despojada de voz y voto en la carrera hacia la Casa Blanca, Melania ha transferido a la hija de Donald Trump, Ivanka (33 años), el rol de aliada política femenina del candidato republicano. Fue Ivanka, y no su mujer, la que le acompañó en su polémico Saturday Night Live. También fue su hija la que habló con la prensa cuando Trump anunció oficialmente que se presentaba en junio de 2015. «Si se diese el caso, será muy interesante ver qué papel juega Ivanka en la administración Trump, teniendo en cuenta la cantidad de responsabilidades que ha asumido en la campaña y en la organización empresarial», apunta Susan Swain, ejecutiva de C-SPAN y autora de la serie de televisión First Ladies así como del libro First Ladies: Presidential Historians on the Lives of 45 Iconic American Women (Public Affairs Books). Para esta experta en primeras damas, en caso de que Melania llegase a Washington, su rol sería «muy similar» al de Jacqueline Kennedy. «Ella ha dicho públicamente que se ve a sí misma como una primera dama ‘tradicional’, lo que significa que daría énfasis a la vida familiar, los aspectos sociales de la vida política de la Casa Blanca y temas más tradicionales en la esfera de la mujer». Temas a los que extrañamente decidió dedicarse Michelle Obama, una reputada abogada de Chicago que se ha centrado en la obesidad infantil, la importancia de comer verduras, que las niñas escriban código o por ganarse al público bailando con Jimmy Fallon en televisión. Curiosamente, Swain ve más similitudes que diferencias entre Michelle Obama y Melania Trump, a la que también acerca posiciones con Laura Bush. «Las dos aman a sus esposos, pero no fueron atraídas instintivamente por la política; las dos han enfatizado en la protección de su familia mientras han vivido en la Casa Blanca y han tendido a tratar con temas que afectan a la mujer. No es sorprendente que la señora Obama buscase consejo en el equipo de Laura Bush cuando accedió a la Casa Blanca».
Que nadie espere un papel revolucionario y de influencia política evidente como Hillary Clinton, Rosalyn Carter o Eleanor Roosevelt si Melania llega a la mansión presidencial. De hecho, tal es su distanciamiento con los votantes que algunos analistas, como Lauren Collins explicaba en un extenso perfil en el New Yorker, aseguran que la mujer de Trump ni siquiera ostenta el ‘efecto Melania’. Ese nosequé de las mujeres en primera plana política que consigue enganchar a la masa. Collins dice que Palin fue capaz de agotar su modelo de gafa de ver (Kazuo Kawasaki 704s) y el labial de Monica Lewinsky arrasó en ventas (Club Monaco Beauty Sheer), pero ni la ropa o el estilo de la posible futura dama ha hecho mella en el gran público. «Sus prendas parecen meramente incidentales. Su conjunto más memorable fue cuando posó con una alfombra de oso y diamantes para la portada del GQ británico en Enero del año 2000″.
Para Swain, el papel de la mujer de Donald Trump quedará relegado al de algo así como «consultora de almohada: las primeras damas son las primeras y las últimas personas en hablar con el presidente cada día». Aunque Swain tampoco cree que siga en la sombra como hasta ahora. «Adoptará un equipo numeroso y tendrá la oportunidad de marcar la diferencia en las causas que le importen». Y aquí vuelve a recordar sus similitudes con Jackie O: «Como Jacqueline Kennedy, Melania Trump atrae la atención internacional, tiene fluidez hablando otros idiomas que no sean el ingés y una apreciación por el estilo y el glamour en la agencia presidencial».
¿Por qué les cuesta tanto a las primeras damas contemporáneas influir en la agenda política? «Las esposas presidenciales retroceden públicamente si llegan demasiado lejos en temas muy controvertidos por una razón importante: el pueblo no elige a las primeras damas. Cualquier Casa Blanca moderna quiere controlar al máximo su mensaje y tener el trabajo de la primera dama como un complemento, y no detractor, de la agenda del presidente». Algo que han respetado todas las consortes del presidente de EE UU, menos la ficticia y ambiciosa Claire Underwood, claro. Aunque puestos a especular, si el El ala oeste de la Casa Blanca predijo la campaña de Obama, ¿no podría House of Cards hacer lo propio con la de Trump?
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