Llamar a la acción, pero sin comprometerse en firme: el papel de la moda en el cambio climático
La industria instó enérgicamente al cambio. Pero de reducir ingresos, ni media palabra.
Lo que pasa en Glasgow, se queda en Glasgow. El traje alquilado con el que Boris Johnson compareció la jornada inaugural de la COP26, un Oliver Brown 100% lana, en gris Eaton, de casi 600 euros que puede apañarse por solo 40 al día, gentileza del portal My Wardobre HQ. La camiseta con la leyenda “Optimista climática cabezona” que lució la periodista Dana Thomas, celebrada autora de Fashionopolis. El precio de la moda rápida y el futuro de la ropa (editorial Superflua, 2019), en selfies de guardar. El mercadillo de intercambio que montó la ecoconsultora Global Fashion Exchange del muy viajero activista Patrick Duffy, que a la semana estaba luciendo palmito en las Galápagos (unos cuantos aviones mediante). Los champiñones de la diseñadora Stella McCartney. Las buenas intenciones y los propósitos de enmienda.
No hay mucho que rascar en las conclusiones de la última cumbre del clima de Naciones Unidas, ni para la industria en general ni para el sector de la moda en particular. Si acaso, más de lo mismo: llamamientos a la acción, pero ningún compromiso firme. Queremos que. Instamos a. Louis Vuitton Moët Hennessy ha rubricado, por fin, la Carta de la Industria de la Moda para la Acción Climática, establecida durante la COP24 de Polonia, en 2018, que pretende el impacto cero en 2050. Los abajofirmantes, 40 entidades y 130 marcas, entre las que ya se contaban Chanel, Burberry, Inditex o los diferentes activos del grupo Kering, se han dado cuenta de que con los primeros objetivos fijados para dentro de nueve años no van a parte alguna. Resulta que en 2030, las emisiones de carbono del textil habrán alcanzado los 2.700 millones de toneladas y sus desechos, un 60% más. Así que ya no vale aquel 30% de recortes previsto: hay que reducir a la mitad, de acuerdo a criterios estrictamente científicos, para llegar a la meta. La actualización de la Carta también recoge de repente la necesidad de incluir a productores y proveedores en el empeño. Pero como expuso en uno de los paneles de debate la empresaria (y poeta) Rubana Huq, la que fuera presidenta de la Asociación de Productores y Exportadores Textiles de Bangladesh, “o cuentan de verdad con nosotros para desarrollar una estrategia conjunta o esto no va a funcionar”.
Al parecer, uno de los nuevos términos favoritos de los agentes de la moda presentes en la cumbre fue ‘proximidad’. Confeccionar más o menos en cercanía a tu país, esto es. Que una cuestión semejante de la que se viene hablando al menos desde un par de años antes de la pandemia, haya sonado novedosa en Glasgow es un poco para rasgarse las vestiduras.
Lo mismo ocurre con la reventa y la segunda mano: ya estábamos enterados. Pregúntenle a los consumidores, esos a los que Stella McCartney considera deliberadamente ajenos al impacto ecológico de sus hábitos de compra compulsiva. “Creo que la gente no quiere identificar tan bonita y escapista industria con el daño medioambiental”, dijo en otro de los encuentros. Ella diseña bonitas y ensoñadoras prendas sostenibles no aptas para todos los bolsillos. La hija del Beatle —Lagerfeld dixit— aprovechó para estrenarse en la COP con una exposición en una galería de arte dedicada a los materiales bioalternativos, entre ellos el Mylo, falsa piel conseguida a partir del champiñón. Desarrollada por la startup Bolt Technology en 2018, la fibra protagoniza la nueva versión del bolso Frayme de la creadora, accesorio estrella de su colección primavera-verano 2022 (en la anterior, se vieron un top y unos pantalones que nunca se comercializaron). Precio de venta al público: más de 1.000 euros. Las Stan Smith de Adidas en Mylo, adelantadas en abril, saldrán a finales de diciembre. Precio aún por confirmar.
“Culpar al consumidor es peligroso. Existe esa idea de que industria, o quienes la hacemos, y comprador son entidades separadas, que no se tocan. Eso no tiene sentido para mí. Los que estamos en el negocio de la moda nos equivocamos igual que el resto, pero es nuestra obligación liderar el cambio que la sociedad desea”, concede a S Moda el diseñador británico Patrick McDowell. El joven director creativo de sostenibilidad de la marca italiana Pinko (solo tiene 25 años), ahora mismo nombre de referencia sociopolítica para abordar las nuevas dinámicas que se le exigen al sistema, no estuvo en Glasgow —y eso que el British Fashion Council aprovechó la oportunidad para desplegar en formato showcase lo último en economía circular de sus asociados, como parte de su programa verde GREAT—, pero lo tiene claro: “Creo que debemos tener cuidado con el lenguaje y cómo nos referimos a la situación climática. Hay mucha ansiedad por intentar decir lo correcto, y eso a veces conduce a no hacer nada al final. En realidad, la COP26 me ha parecido interesante, no por los resultados, sino porque allí se han encontrado las distintas partes del problema para ver cómo aunar fuerzas ante la misma causa. Para mí, el futuro pasa por la polinización cruzada entre industrias, profesiones y antecedentes que aseguren soluciones medioambientales inclusivas”. Para el caso, McDowell advierte: “El gran problema es que el de la moda es un modelo de negocio basado en el incremento, que mide su éxito por el aumento de ventas y unidades de producto. Se crea sin saber si se va a vender, de ahí tanto desecho. Mientras ese elefante siga en la cacharrería, no rediseñemos la experiencia de vestir y cambiemos el sistema educativo, poco hay que hacer”.
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