La gabardina de la derrota: cómo Albert Rivera construyó con su ropa el discurso de la derecha emprendedora
El estilo del candidato de Ciudadanos ha sido como su propia política: conservador con un ‘twist’.
Ayer por la mañana apareció exultante en el colegio electoral vestido con una gabardina verde en la que era imposible no fijarse: para empezar, no era una elección de vestuario que pareciese muy coherente con la climatología de Madrid, pues había amanecido un día encapotado, pero muy seco y muy frío, de esos que presagian nieve en la Sierra.
Para seguir, esa gabardina, a medio camino entre la ciudad y el safari, con sus grandes solapas, su doble fila de botones y su color caqui, contenía ciertas indudables referencias a aquellos abrigos elegantones y espigados que llevaban los milicianos republicanos durante la Guerra Civil o aquellos trench pesados y elementales que usaban los soldados de la Primera Guerra Mundial.
Para terminar, era esta una gabardina rara, no solo porque no formaba parte de su repertorio habitual, sino sobre todo por su largura de tres cuartos. Esos tres cuartos son eso que en moda se llama un «twist”.
El “twist” es ese giro estilístico inesperado que se aplica sobre una prenda clásica en concreto o sobre un look más conservador para darle una vida nueva y añadirle un toque de modernidad.
Como representante de una derecha centrada que sostiene que el Estado mete las narices demasiado donde no le llaman y que cree en única la responsabilidad de cada individuo en su triunfo personal, su forma de vestir ha transmitido siempre un claro deseo de preservar algunas esencias del uniforme de las derechas contemporáneas (las americanas oscuras, los zapatos de caballero) pero siempre con detalles supuestamente “frescos” (los vaqueros, las zapatillas innovadoras, las súbitas apariciones de ‘sport’).
Él siempre ha sostenido que la fuerza motora del país son los emprendedores y a él nunca le ha faltado iniciativa, también en lo que se refiere al armario: se toma la libertad de emprender con respecto a su estrategia electoral y a su propio aspecto. Por eso en la recta final de esta campaña corta pero intensa, decidió aparecer con un caniche entre los brazos: para aportar su personalísimo toque. Y en esa apuesta estaba también incluía la declaración de intenciones que hacía al no ponerse camisa debajo del jersey, sino solo camiseta, y al vestir unos jeans con unas zapatillas New Balance. No faltaba el reloj oversize que trasmite dos valores claros: puntualidad y masculinidad. No distaba mucho su aspecto del que caracteriza los domingos a cualquier cabeza de familia residente en ampliaciones urbanas. Con ese uniforme de padre postindustrial (y con el perrito Lucas) Rivera quería acercarse precisamente a su votante más fiel: el que vive en los polígonos residenciales.
Si uno piensa en el Albert Rivera oficial vienen tres cosas a la cabeza: trajes de hombro anchos pero talle más estrecho que siempre daban la sensación de ser ligeramente pequeños, cinturones más bien gruesos con hebillas cuadradas que remitían al ‘look’ de comercial y camisas blancas sin botones en el cuello, que se disparan hacia fuera cuando al candidato también se le disparaba el ánimo (esto último fue especialmente patente durante los debates electorales).
Pero luego está el Albert Rivera del “twist”: el que de pronto quiere hacer ver que tiene un lado salvaje, o divertido, o pícaro, o imprevisible. Ha estado ahí desde que el político catalán consiguió dar el salto a la política nacional. Él nunca se ha conformado con parecer un burócrata o un hombre de partido. Albert Rivera ha demostrado, desde el principio de su carrera política, que él se consideraba de alguna forma también un enérgico empresario. Su start-up se llamaba Ciudadanos. Y como buen start-upper se dejó ver desde muy temprano disfrutando de esas aficiones «peligrosas» que no dejan que el nivel de adrenalina baje ni en fin de semana.
El líder de Ciudadanos siempre ha querido transmitir que siente mucho más cómodo con Dainese, vestido de cuero de la cabeza a los pies que con corbatas en los cuellos. Hay en el uniforme de motero la sombra del de un superhéroe. Albert Rivera a lomos de su Ducati es un hombre de carne y hueso, sí, pero también un poco Iron Man. Y esa estética se da la mano con otra que también ha sido muy importante para él a la hora de construir su imagen pública: la de hombre deportista. El candidato sabía que los dinámicos votantes de los PAUS son fieles al mens sana in corpore sano y que muchos de ellos incluso corren maratones.
¿Hay algo que haya caracterizado más a la forma de hacer política de Albert Rivera que el «twist»?
Como si de una metáfora se tratara, en su gran último día no iba a renunciar a uno de esos giros que intentan convertir lo clásico en moderno y lo atemporal en actual. Fue a votar (suponemos que a su propio partido) con jersey de cuello vuelto negro, vaqueros y unos zapatos deportivos inspirados en los que han hecho multimillonaria a Miuccia Prada y esa gabardina tres cuartos que le hacía especial pero al mismo tiempo gritaban a sus votantes: «Yo también voy a comprar a Zara Man y Springfield». Solo quedaban unas horas para la debacle.
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