Ian Griffiths: el director creativo que además es profesor universitario
Además de director creativo, de la firma italiana, Ian Griffiths es docente. Coincidiendo con su desfile en Lisboa, el británico impartió un seminario universitario en el que desveló a los estudiantes las claves de lo que significa ser un buen diseñador en el siglo XXI.
En un aula de la facultad de Arquitectura de la Universidad de Lisboa, Ian Griffiths, director creativo de Max Mara, les pide a los oyentes, varios alumnos del grado de diseño de moda (que allí es público), que cuenten una historia. Están allí porque la marca italiana, que presentó su colección resort en la ciudad portuguesa el pasado junio, ofrece un contrato de seis meses prorrogables en el equipo de diseño al alumno que mejor plantee una colección cápsula de ocho looks. Pero no, Griffiths no les pide bocetos perfectos ni largas fichas técnicas, solo que cuenten una historia, con la música, el moodboard y la localización imaginaria. “Da igual que cuenten o no con el dinero para esto. Obviamente sin dinero no hay colección, pero sin historia, por mucho dinero que haya y por mucha pericia técnica, no hay nada”, explica más tarde a esta periodista. Ian les cuenta la importancia del certamen: “Yo salí de aquí”. En la veintena era un club kid de Manchester en plena efervescencia del pospunk, que decidió sentar cabeza estudiando un curso de moda (antes había cursado arquitectura) y después un máster en el Royal College of Art de Londres. “Al fin y al cabo, estaba acostumbrado a hacerme mi propia ropa con lo que encontraba, era parte del movimiento”, afirma. Su idea de ropa utilitaria, casi de trabajo, trasladada al lujo de los materiales nobles le hizo ganar el contrato de seis meses en Max Mara.
De aquello han pasado casi 35 años. En los noventa, se convertía en el primer director creativo permanente de una enseña por la que han pasado nombres como Karl Lagerfeld o Jean-Charles de Castelbajac pero que, hasta su llegada, siempre ha preferido mantener un perfil bajo a lo que portavoces se refiere. “Cuando llegué allí, no tenía ni idea de cómo funcionaba una marca, en aquel momento casi nadie lo sabía, la moda era otra cosa, algo más creativo”, rememora. Pero siempre tuvo claras dos cosas: la primera, que siempre querría contar historias a través del diseño “como cuando iba a los clubes y cada noche jugaba un rol diferente con mi aspecto”, dice. Ahora en su despacho cuelgan imágenes de mujeres célebres que rompieron esquemas y cada colección que realiza para Max Mara se basa en la historia y el aspecto pionero de alguna de ellas. La segunda, que quería seguir dando oportunidades en las escuelas de moda. “Antes lo hacíamos casi siempre en escuelas británicas, porque no sabíamos cómo funcionaba en otros países, ahora lo hacemos por todo el mundo. Si vamos a algún país a desfilar, investigamos con qué escuelas podemos colaborar: a veces con seminarios, otras con becas, pero tengo muy claro que los diseñadores del futuro están ahora en las aulas”, explica.
Por si quedaba alguna duda, además de convertirse en uno de los diseñadores más influyentes del presente, Ian Griffiths sacó tiempo para hacerse profesor por pura vocación: “Fui durante 10 años y hasta hace poco el director de la escuela de moda de Kingston y enseño en la de Manchester y en Westminster”, afirma, “para mí enseñar es increíblemente reconfortante, también agotador, porque tienes que repetir lo mismo a 29 alumnos, uno a uno, pero no puedes sonar cansado. Aún así, me compensa, porque pienso que hago crecer o inspiro la creatividad de algunos estudiantes”. Entre sus alumnos aventajados estuvo Felipe Oliveira Baptista, ex director creativo de Lacoste y Kenzo y el diseñador portugués más famoso en la actualidad: “Le di clase tres años y luego lo llevé a Reggio Emilia (sede de Max Mara). Lo he invitado al desfile. Después de años juzgando su trabajo es el momento de que él juzgue el mío”.
Historias ocultas en el armario
“Cuando yo estudiaba, vivíamos en la edad de la inocencia. Ahora el mundo es de las marcas, no solo de las de moda, por eso, ya trabajando en Max Mara, busqué la manera de seguir siendo creativo, de seguir sorprendiéndome”, afirma. Lo encontró en los relatos de mujeres pioneras: músicas, diseñadoras textiles, arquitectas, escritoras, que en su día “jugaban el papel de musas, cuando en realidad eran autoras revolucionarias”, opina. Ian se obsesiona con sus vidas durante meses. Fue así como, en una antigua librería lisboeta, encontró varios libros de Natália Correia, poeta, activista e icono intelectual en el Portugal de los setenta, “que no tenía reparos, en una sociedad como aquella en hablar abiertamente de su sexualidad y de vestir de forma sensual y libre”, explica. Una visita a una galería, días más tarde, le hizo encontrarse con un cuadro en el que Correia aparecía retratada junto a Amalia Enriques, una de las fadistas más importantes y una de las renovadoras de la indumentaria tradicional portuguesa. Decidió que iba a montar un gran desfile en Lisboa contando su historia. “Ninguna otra gran marca ha desfilado aquí nunca, es importante para la visibilidad de la ciudad y, sobre todo, para que el mundo conozca las historias de estas mujeres”.
Este año ha viajado cinco veces a la ciudad acompañado de Giorgio Guidotti (director global de comunicación de la enseña), y visitaron librerías, museos, teatros, bares, recalaron en el club Finalmente (“un sitio de drag queens y cabaret que conserva la decadencia y la autenticidad”) y, poco a poco, fueron bocetando la historia. Un relato que Ian narra a los estudiantes durante dos horas reparando en cada detalle, de fotografías personales a bocetos y notas iniciales. “Sé que ellos, que son de aquí, saben de quién hablo, pero querían que supieran de primera mano cómo es el proceso de una colección para que puedan reproducirlo”, explica más tarde. “Yo sé que estoy en una gran empresa y por eso me puedo permitir hacer esto, pero quiero que se den cuenta de que las buenas ideas no siempre vienen del dinero, y que basta con que una historia te inquiete para que de ahí salga una buena idea. No hay historias pequeñas”. Por eso el diseñador no les pide patrones ni planes de negocio, les insta a buscar algo que les mueva y desarrollarlo a modo de relato visual.
Entre medias, proyecta una diapositiva con una frase de Naomi Klein, la ensayista reconvertida en icono antilogo: “Tienes que vestir diferente para hacer la revolución”. “Pero con esto no me refiero a ser extremadamente creativo, sino diferente y, sobre todo, práctico. Con el tiempo he visto que las mujeres que se arriesgan para cambiar la sociedad llevan ropa clásica y a veces hasta básica, porque bastante tienen con sus agendas y sus inquietudes”. Y continúa: “Ser clásico no es aburrido, al contrario. Ser clásico es ser complejo. A mí no me interesa la belleza por la belleza, me interesa vestir la inteligencia. No hay nada más reconfortante que saber que una mujer crítica, feminista y libre lleva tu ropa”. Por eso, su consejo final para el alumnado es contundente: “A veces en las escuelas os pedirán que seáis muy imaginativos, y está bien, pero de un tiempo a esta parte se ha creado el prejuicio de que debéis diseñar cosas delirantes para ser tenidos en cuenta Yo os pido lo contrario, que penséis en ropa que se lleve a diario y que penséis en quién queréis que la lleve puesta”.
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