¿Apocalipsis o redención? La moda reacciona ante el hipotético «fin del mundo»
La crisis del coronavirus, la catástrofe climática y la futura recesión económica son la gran inspiración de estas semanas de la moda. No es la primera ni será la última vez que las marcas se inspiran en el apocalipsis
Sea desde el pesimismo o el optimismo, desde la profundidad o la ligereza, lo cierto es que la semana de la moda de Paris refleja un panorama social lleno de interrogantes. La sostenibilidad y el consumo responsable son el elefante en la habitación para una industria que, hasta ahora, se ha nutrido del deseo desenfrenado de compra. Quizá por eso esta temporada los recursos fáciles para azuzar consumismo (logomanía, gadgets y camisetas) brillan por su ausencia en favor de una estética mucho más rigurosa e infinitamente más contenida. A eso hay que sumarle el que ya es un hecho incontestable: la consultora Bain and Co. cifra en 43.000 millones de dólares las pérdidas que sufrirá este año el mundo del lujo debido al coronavirus (recordemos que casi el 40% de su clientela está en China), una pandemia que anuncia una recesión económica a escala global.
“La moda es una buena forma de entender el tiempo en el que vivimos y, a la vez, funciona como ejemplo para comprobar que nuestra forma de responder a los problemas es cíclica”. Así explicaba el pasado jueves Andrew Bolton, comisario jefe del Constume Institute del museo metropolitano de Nueva York, la motivación tras la próxima exposición del MET, ‘About time’, una reflexión sobre cómo afecta el tiempo (circular, líneal y elástico) a la historia del traje.
72 horas después de aquella presentación, se probaba la tesis de Bolton: en una enorme nave industrial en Saint Denis, Balenciaga ejemplificaba su día del juicio final con modelos caminado sobre las aguas y visuales del mundo en llamas; con trajes, esencialmente en color negro que, pasando por el filtro de la desproporción marca de la casa, recordaban en ocasiones a sotanas, túnicas y otras prendas sacadas del contexto religioso, que también obsesionó a Cristóbal Balenciaga.
Pocas horas después de Balenciaga, Thom Browne daba su particular versión del fin del mundo en un muy onírico bosque durante una tormenta de nieve en el que los complementos tomaban la forma de animales bíblicos; y días antes, Marine Serré abría la semana de la moda de París con un desfile inspirado en ‘Dune’, la mítica novela de Frank Herbert. La diseñadora francesa, que siempre se ha inspirado en entornos distópicos, se adelantó al presente con su colección anterior: la narración de un mundo devastado por el cambio climático en el que la mitad de las modelos llevaban mascarillas como único accesorio. Esta vez había cierto optimismo en su desfile (inspirado en las comunidades que se crearán cuando nos mudemos a otros planetas), aunque las mascarillas no solo adornaban a las modelos, también a buena parte del público, asustado por la expansión del coronavirus.
Las nuevas formas de crear comunidad en tiempos de individualismo extremo también dieron forma a la colección de Issey Miyake. Su director creativo, Satoshi Kondo, finalizó su desfile con los modelos unidos a través de las mismas prendas; un modo metafórico de proponer alternativas titulado, muy acertadamente, ‘Crear hablando; Hablar creando’. El mismo mensaje esperanzador vehicula la filosofía de Stella McCartney: no solo porque su desfile ha contado con la ‘colaboración’ de personas disfrazadas de animales para denunciar, desde el humor, el uso y abuso de las pieles por parte del sector textil, también porque la diseñadora británica ha compartido un listado de sus logros en materia de sostenibilidad durante los últimos 20 años, demostrando que es posible hacer lujo transparente.
Como mencionaba muy pertinentemente Bolton en su disertación sobre la creación y el paso del tiempo, la respuesta de la moda a la incertidumbre social no es nueva. Ya ha habido otros (muchos) apocalipsis: lo fue el debut de Comme des Garçons en 1982, que bajo el título Destroy proponía un modo de entender la estética inspirado en la tragedia de Hiroshima. Lo fue, también, el desfile póstumo de Alexander McQueen en la primavera de 2010, basado en seres acuáticos que dominarían el mundo tras la autodestrucción de la humanidad. McQueen ya puso a sus modelos a caminar sobre el agua en varias ocasiones (y mucho antes que en Balenciaga). En el año 2000, ante el inminente cambio de siglo, imaginó una pasarela cubierta de aguas y agujas por la que se paseaban mujeres con mascarilla y velo islámico. Ese mismo año John Galliano, aún en Dior, basó su polémica colección en los vagabundos que poblaban las orillas del Sena y Hussein Chalayan celebró un icónico desfile/performance que versaba sobre la crisis de los refugiados.
Mucho más cerca en el tiempo, en 2018, cuando la emergencia climática se convirtió en una realidad plausible, Prada diseñó una colección de indumentaria postnuclear (tarjetas identificativas incluidas), Undercover habló de un éxodo hacia el espacio, Raf Simons (en Calvin Klein) vistió a sus modelos con pasamontañas y uniformes protectores y Gucci simuló trasladarse a un quirófano para inspirarse en los cyborgs. Dos años después, el fin del mundo (y sus posibles alternativas) vuelven a ser tendencia. De forma, además, muy insospechada, porque las referencias de Balenciaga quizá sean literales, pero ¿qué es si no la vuelta al Barroco de Loewe, a la Edad Media de Paco Rabanne o al hedonismo de los ochenta de Dries van Noten sino una huida hacia el pasado para soportar el presente?
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