Traje monocolor, perlas y zapato salón: el significado del uniforme aparentemente sencillo de Kamala Harris
La candidata demócrata a la Presidencia de Estados Unidos ha optado por un estilo no-estilo de una simpleza engañosa: traje pantalón de color liso, perlas, zapato de salón y peinado y maquillaje impecables
Hablar del estilo de Kamala Harris (Oakland, 59 años) quizás sea poco Kamala Harris. La primera vicepresidenta de los Estados Unidos tiene 100 días para convencer a muchos millones de ciudadanos de que la voten. En esta carrera contrarreloj, la ropa no es la protagonista: ella está ocupada escribiendo la Historia. Por eso, ha decidido crear un uniforme que, como tal, repite día tras día. Ha optado por un estilo no-estilo de una simpleza engañosa: traje pantalón de color liso, perlas, zapato de salón y peinado y maquillaje impecables. Que sea rígido y algo aburrido no significa que carezca de potencia; al contrario: está ampliando su mensaje y afianzando su relato de mujer confiable de clase media que sabe cómo devolver al país a la senda de la cordura y el progreso social.
El ejemplo más claro está en un acto reciente. El lunes apareció, por sorpresa, en Chicago durante la primera jornada de la DNC, la Convención Nacional Demócrata. Esta cita ha sido clave. Ha sido un “aquí estoy yo”, ha oficializado su candidatura, mostrado sus apoyos (y qué apoyos) y ha sido una demostración de fuerza y espectáculo. Sobre el escenario, Kamala Harris se mostró, ante una audiencia enfervorecida, vistiendo un tan suit, un traje pantalón de Chloé color camel, bronceado (la misma firma, pero en versión traje oscuro, fue la que eligió para dar el discurso de aceptación de la candidatura unos días después, el jueves). Su elección del tan suit es todo menos inocente y puramente estética, ya que esta prenda fue objeto de controversia hace 10 años exactos al ser vestida por Obama durante una conferencia de prensa sobre la situación con respecto a ISIS en Siria. Los sectores conservadores la acusaron de demasiado informal y el tan suit se convirtió en un símbolo de la presidencia demócrata y en un recurso recurrente para enfrentar a los dos grandes partidos del país; ya había sido llevado antes por Reagan, Clinton y Biden. Aparecer con un presidencial tan suit, un poco más oscuro que el que visten los hombres, también hay que decirlo, el primer día de convención es una declaración de intenciones, y una provocación y un troleo a Trump. Es una elección tan Obama, tan irritante y tan significativa. Las formas son el fondo. “Yes, we tan” dice, sin hablar, Kamala Harris. Y esos son todos los guiños que se va a permitir: lleva esperando años esta ocasión y no piensa arriesgarla.
Gravitas. Esa es la palabra elegida por Florie Hutchinson, una estratega de prensa basada en San Francisco, para definir lo que esta política, que concentra muchos símbolos a la vez, debe transmitir. Según ella, “Harris se encuentra en una posición única para hacer historia en múltiples frentes, siendo el menor de ellos convertirse en la mujer electa más poderosa en el campo geopolítico. Las elecciones de vestuario de su campaña destacan por su corte preciso, funcionalidad y, estéticamente, por evocar esa elusiva gravitas”. La vicepresidenta sabe que es una metáfora andante: es mujer, hija de inmigrantes, multicultural, racializada, profesional, exitosa, antiTrump y profundamente norteamericana. También sabe que intentar interpelar a todos los colectivos a través de la imagen puede ser confuso, tanto como hacerlo a uno solo; por tanto, la solución es, a la vez, sencilla y compleja. Igual que otras mandatarias como la reina Isabel o Angela Merkel, Kamala Harris ha perfilado una silueta propia y, por ahora, apenas la altera. Frente al disparatado Trump, ella debe transmitir seguridad y consistencia. En consecuencia, se ha construido una armadura, porque la necesita ocupar un puesto que, en 248 años, han ostentado 44 hombres blancos.
Harris se distancia también de las vicepresidentas y presidentas de la ficción, como Selina Meyer en Veep o Claire Underwood en House of Cards. En él no hay vestidos rojos ni faldas lápiz que requieran Spanx; de hecho, apenas hay faldas ni vestidos. También de las decisiones carismáticas de Michelle Obama, del atrevimiento de Gretchen Witmer y de la paleta multicolor de Hillary Clinton y Nancy Pelosi. Tampoco hay logos ni marcas reconocibles: no es el momento de tomar partido, aunque en los mentideros de la moda se identifican las firmas. Su imagen es una evolución de la usada durante su etapa como fiscal y esto es importante porque ella se muestra como tal: su misión es perseguir a los malos. Ha optado, entre las muchas decisiones posibles, por llevar traje pantalón (con uno blanco, homenaje recurrente de las políticas estadounidenses a las sufragistas, inició su mandato como vicepresidenta y con otro apareció ayer en la DNC), zapatos de tacón o Chuck Taylors y perlas, siempre perlas.
Este uniforme es conservador y un tanto aburrido (más de lo que se intuye que es ella) pero cada uno de sus elementos tiene su sentido. Si no hay nada al azar en el aspecto de cualquier político español de segunda fila lo hay menos en la de una candidata a sentarse en el Despacho Oval. Un traje pantalón es un clásico del lenguaje corporativo: es un uniforme de trabajo y con él está diciendo que tiene mucha tarea por delante. Los suyos son de chaqueta larga y hombros marcados, neutros y difíciles de identificar, aunque se dice que en su armario hay marcas como Akris y Altuzarra. El calzado suaviza lo masculino de la ropa: hasta cuándo estaremos las mujeres tomando prestado del armario de los hombres sus códigos. Sus zapatos, a los que llaman power pumps, son de tacón de centímetros de Manolo Blahnik y, con frecuencia, de color beige, que estiliza la figura. Aunque este sea lo que calza en el día a día, si hay un complemento que retrate a Harris es el modelo Chuck Taylor de Converse. Con estas zapatillas ha construido también su relato: son su forma de mostrarse accesible. ¿Quién no tiene unas en el armario? Con ellas apareció en una criticada portada de Vogue y con ellas ha realizado el tour previo a la Convención Demócrata. Ella confesó a The Cut que las tiene de varios modelos y su marido, Doug Emhoff, escribió en 2020 en X (cuando era Twitter): “La Kamala Harris que conozco lleva jeans y Chucks”. Por grietas como estas se cuela su personalidad.
Las perlas son otro de sus estilemas y, como todos, lanzan un mensaje. Además de un aspecto práctico, iluminan la piel, y de su cariz elegante sin excesos, son una manera de mostrar su vínculo con la hermandad a la que pertenece, Alpha Kappa Alpha, fundada en la Universidad de Howard, de Washington. Sus miembros, entre los que están mujeres como Maya Angelou y Rosa Parks son conocidos como “perlas”. En la foto de su graduación ya llevaba al cuello un collar de ellas. Su joyero está lleno de ellas: algunas son de Tahití, otras de marcas como Irene Neuwirth, que usa con frecuencia, o Wilfredo Rosado, quien diseñó la que luce en el retrato oficial actual de la Casa Banca. Además, son una joya común en el sur de la India, país de donde procede su madre. Por lo demás, no suele añadir a su imagen más joyas además de un reloj Ballon Bleu de Cartier, que también llevaba Jackie Kennedy y que usa Kate Middleton, con el que transmite estatus y estilo; es una mujer exitosa y está orgullosa de serlo. Con estas decisiones, Kamala Harris lo tiene claro: ahora es el momento de dirigir la atención a su rostro, a sus palabras. Por eso, además, lleva siempre el mismo peinado. El año pasado, en el podcast Baby, this is Keke Palmer, confesó que no usaba planchas (“demasiado calor”), sino el clásico sistema de cepillo redondo. Estas declaraciones se viralizaron, como era de esperar y hoy, TikTok, el termómetro del interés banal o no, está repleto de videos para aprender a peinarse como ella. Que una mujer racializada lleve su cabello tan trabajado es también un mensaje: Michelle Obama llevó la melena lisa hasta que dejó de ser primera dama, momento en que vimos su melena afro. Su maquillaje es impecable y aquí va un poco de salseo cosmético: Sam Fine, que ha trabajado para ella, ha declarado que ha usado en su piel el multistick The Multiple, de Nars y los papeles absorbentes de Tatcha. Todo es una manera de mostrar control y coherencia. Puede que cambie de color de traje pero la imagen de su rostro no lo hace. Kamala quiere ser siempre Kamala.
Es coqueta, pero no frívola, femenina, pero lo justo, seria, pero no dramática, exótica pero sin pasarse. ¿Negra? Sí, más de lo que dice Trump. ¿Moderna? Lo normal. ¿Accesible? A ratos y esto es una elección: ha sacrificado cercanía para ganar poder; la candidata necesita ser tomada muy en serio. Lo compensa con una risa abierta que también es motivo de chanza por parte de los republicanos y con su comunicación gestual, más espontánea que su imagen. Su energía no se traduce a su armario y esa es una decisión consciente. Vanessa Friedman escribió en The New York Times el pasado julio: “De repente, todo en torno a ella parece haberse electrificado excepto una cosa: su ropa”. En cada aparición repite la fórmula y ese gesto construye la consistencia del mensaje. Cuánto recorrido tiene un guardarropa tan estructurado como el de Harris es otra cuestión. Veremos qué ocurre si llega o no a la Casa Blanca ahora no es momento de experimentos.
Hutchinson piensa que su estilo está alineado con su mensaje: “La suya es la historia de los inmigrantes. Las señales que emite su vestuario de campaña indican éxito, pero lo hace sin florituras que distraigan. Ella va en serio”. Para transmitir campechanía ha elegido como compañero de ticket a Tim Walz, gobernador de Minnesota y antiguo profesor de instituto y coach que gusta hasta a la izquierda norteamericana más quejica. Ambos forman un dúo excelente que funciona por contraste: ella conoce los pasillos de Washington, él los colegios y las pequeñas ciudades, ella es contenida, él viste, (casi) como quiere, ella es más seria, él se puede permitir no serlo, él parece un padrazo, ella la mujer independiente que aspiran a ser muchas norteamericanas, el representa la América más rural y ella la urbana.
El estilo de Harris ha evolucionado en los últimos meses de manera tan sutil que cuesta apreciarlo. La paleta de color de sus trajes es poco previsible y alterna los burdeos, berenjenas y azules oscuros con el celeste y los empolvados; además, se ha aclarado el cabello y añadido mechas. Hace meses que no aparece con ropa de deporte, como la vimos cuando Biden le comunicó su nombramiento como vicepresidenta, en uno de esos vídeos que tan bien producen los equipos de comunicación de los candidatos. Ella pronunció su “We did it, Joe”, con el pelo recogido y una prenda de Nike, la primera marca de moda que se benefició de la era Biden-Harris. Durante su mandato como vicepresidenta, las únicas variaciones aparecen en los eventos y fiestas de la Casa Blanca, como las cenas de estado o la de los Corresponsales. Es ahí cuando acude a marcas como Chloé, Celine, Valentino o Rodarte para su vestidos de gala. En esos aparece, por pocas horas, una mujer que reivindica su poderío y conocimiento de la moda y abandona su uniforme. En las ocasiones informales en las que se aparta del uniforme diario no tiene miedo a brillar; de hecho, suele brillar. Cuando asistió a un concierto de Beyoncé del Rennaisance Tour eligió una chaqueta de lentejuelas de LaQuan Smith y cuando participó en el desfile del Pride de San Francisco con una cazadora vaquera de Levi’s con los colores del arcoíris. Harris, que juró su cargo eligiendo a diseñadores como Sergio Hudson, Christopher John Rogers o Pyer Moss, ahora no quiere cargar su discurso con información extra. Ya habrá tiempo para eso. Este esquema de 90% ropa previsible y 10% ropa espectacular ya lo conocemos: se lo vemos a C. J. Cregg, la jefa de prensa de The West Wing que vestía a diario con eficientes trajes de chaqueta grises y beiges y, en ocasiones deslumbraba como la diva oculta que era. Ojalá, en este momento clave de la historia, esté Aaron Sorkin ante un Word.
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