TikTok, déjame vestir como Adam Sandler
La aplicación de vídeos cortos populariza formas de vestir donde abundan el rosa, los lazos o la vida de campo en las que encasilla tendencias femeninas, pero que en el fondo esconden otros mensajes
Un día decidí rebuscar en el armario de mi padre para encontrar las chaquetas deportivas más cool que teníamos en casa. Eran suyas, no mías, pero había varios modelos de Adidas Originals que ahora se venderían por cuantiosas cantidades en las aplicaciones de segunda mano. Decidí decantarme por una con los colores de la bandera de Brasil, pero me dijeron que iba “muy machorra” (como si las prendas de ropa tuvieran la capacidad de designar el género, la edad o cualquier otro término que apele a la identidad).
Ahí comprendí que, para una madre, todo lo que no fuese llevar vestidos, lazos y prendas de marcado carácter ‘femenino’ era una batalla perdida en la confección y creación de una mujer. Una ‘derrota’ que hablaba de una rebeldía que no lo era tanto. La trampa de la feminidad ha encontrado un renacimiento fuera de la educación religiosa clásica (quien haya ido a un colegio de monjas conocerá de primera mano la intensidad con la que éstas empapan sus preceptos a la juventud). Lo sorprendente es que haya sido en TikTok.
La aplicación que ha sido hogar de lo viral comenzó siendo una fuente de inspiración para las mujeres que buscábamos tener una identidad distinta a la mostrada en los escaparates de la Gran Vía madrileña (o cualquier otra ciudad). Su revolución se oponía a las prendas que Zara agotaba en horas. Sus trends parecían orgánicos e inofensivos. ¿Qué daño puede generar la popularización del lip liner de Nyx que Rosalía emplea para perfilar sus labios?
El problema se produce cuando el juego del I’m just a girl (una referencia sacada de una de las canciones más punkis de No Doubt) se convierte en una jaula que encierra las mismas exigencias estéticas que las barreras que queríamos derivar. Estoy segura de que a Gwen Stefani no le hará nada de gracia que su canción se haya convertido en el himno de la tontuna generacional y, además, para hacerlo con un mensaje completamente opuesto al que la banda pretendía. Quítame esta cinta rosa de los ojos, entonaba la líder del grupo en un himno que rechazaba las etiquetas que, ya en el año 1995, se le ponían a la mujer que quería salirse del cubículo impostado desde el nacimiento.
Las cintas que Stefani quería quemar son una tendencia que acapara escaparates y que habla de una dulzura tendenciosa que amedrenta el carácter. Que una letra que habla explícitamente de eliminar las etiquetas implementadas sistemáticamente a la mujer sea, ahora, el himno de un feminismo bimbo (un término anglosajón que, de forma despectiva, llama tontas a las féminas) sustentado por una red centennial de suntuoso poder es, ante todo, un escenario apabullantemente terrorífico.
Hemos pasado de celebrar las actividades femeninas clásicas (pintarse las uñas, ir de compras, gastarse seis euros en una bebida de dudosa procedencia y alto contenido lácteo, hacer una rutina de skincare y reapropiarse del color rosa para generar comunidad) a exigirlas como elemento indispensable de la experiencia de ser una chica o una adolescente.
La red social ha comenzado, pasito a pasito, a promover contenido de dudosa ética y moral (obviamente dependiendo del usuario, seguramente a Vito Quiles le aparezcan vídeos sobre las batallas más sangrientas de la colonización). En ellos, algunos miembros admiten que lo pasarían mal si sus futuras hijas no les piden dinero para hacerse el láser, para comprarse modelitos o para depilarse las cejas. “¡Por favor, que no sea un yeti!”, pensarán algunas. Seamos honestas, no todos los días tenemos el tiempo necesario para ir sin entrecejo al trabajo y no siempre nos apetece combinar las gamas cromáticas existentes en nuestro armario para ir monas a la guerra capitalista. Habrá días buenos, días malos y otros en los que Adam Sandler se convierta en una fuente de conocimiento impagable (con sus outfit oversize con sandalias o deportivas). Cómodo, fresco y unisex, como el futuro que nos vendieron y del que, ahora, la aplicación parece estar retractándose.
‘Ozempificadas’
La sumisión a la presión estética ha sido paulatina, pero contundente. TikTok empieza recomendándote los mejores looks de la tendencia coquette y acaba pasando por el aro a mujeres jóvenes que cocinan platos para sus novios desde cero (hacen el queso, la pasta y, si hace falta, hasta la leche) con voz de niña pequeña. Las tradwife, un término acuñado entre sus vídeos, parecía una obra relegada a los mormones y otro tipo de corrientes religiosas estadounidenses, pero la viralidad es lo suficientemente válida como para que en España se traslade a su versión cañí. Todas a la cocina porque lo dicta el algoritmo (y no siempre porque la moral familiar haya sido trasladada a sus valores no paganos).
Por no hablar de la infinidad de clips que promueven una alimentación deficiente en pro de tener una cintura de avispa. Nos preguntamos por qué nadie se escandaliza con la glamurización de Ozempic, pero llevamos meses viendo cómo una aplicación accede a las inseguridades más profundas de nuestra cabeza.
El último caso ha sido el de Barbie Ferreira, la actriz estadounidense que saltó a la fama con la serie Euphoria y que se rebeló ante su director, Sam Levinson, por quererla maniatar a un guion en el que su personaje comenzaba a desarrollar un trastorno alimenticio. Ferreira, con un cuerpo no ligado a la hegemonía de la talla XS, no quería que su aspecto fuese el grueso de su trama, abandonando así la serie por sus diferencias con el creador. Fue aplaudida entonces, pero ahora ha aparecido en redes sociales con un aspecto distinto. Más delgada y con la cara que tienen todas las actrices de Los Ángeles: la de Mario Vaquerizo.
Las chicas que vieron en ella un referente alejado del canon estético muestran, ahora, una confusión ligada a la idea de que el fenómeno del body positive se disipa en cuanto la báscula muestra un valor más bajo. Nuestro cuerpo siempre es el debate. Nuestros hábitos dependen de la mano invisible de un mercado que sigue odiando a las gordas, a las curvys y a aquellas que emplean su feminidad siempre y cuando la imposición no sea grotesca.
La aplicación que se presentó en sociedad como un espacio de trends asociados al baile y la música se ha convertido en un vertedero de desinformación que recuerda a los peores años de las revistas femeninas. La presión por la perfección, por tener un abdomen plano y por consumir alimentos proteicos está a la orden del día. Vuelve a estar de moda estar muy delgada, pero no tenemos a un perfil como Kate Moss para que lo haga todo más divertido. Aunque la consecuencia de no usar Tik Tok sea que nos quedemos fuera de la ola de términos disidentes (y con un marcado carácter generacional) que en su aplicación se acuñan, ha llegado el momento de usar cada vez menos una herramienta designada para asesinar la conciencia y el sentido común. El auge de la hiperfeminización impostada en sus vídeos no es otra cosa que un renacimiento en clave cuqui y centennial de un pensamiento que persigue a la mujer desde hace siglos.
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