Lucía Taboada: «A un chico no le piden que demuestre saber qué es un fuera de juego. A mí sí»
La periodista dice que más de una vez le han pedido que «demuestre» que sabe lo que es un fuera de juego. Hablamos con ella sobre su pasión por el balompié, tema central de su nuevo libro: Como siempre, lo de siempre.
Micro en La Ser, periodista en papel en numerosas cabeceras, experta en sacar petróleo a los 280 caracteres de Twitter —125.000 followers dan fe— y 11 de honor en el Celta de Vigo, Lucía Taboada (Vigo, 1986), tiene nuevo libro nuevo. Como siempre, lo de siempre (Libros del KO) da fe, justamente, de su conocida pasión futbolera. De eso va fundamentalmente esta charla.
Lucía, ¿cómo va tu equipo?
En primera, que no es poco. Saliendo de la UCI, recuperando constantes vitales tras una temporada calamitosa.
¿Lo tuyo es con el fútbol o con el Celta?
Lo mío empezó con el Celta y se ha extendido como la cepa de un virus a todo el fútbol. Además, llevo años jugando a Biwenger con mis amigos (una liga virtual de fútbol), así que me veo tranquilamente un Getafe-Leganés un domingo a las 12 de la mañana porque tengo en mi equipo a El Zhar, por ejemplo (tengo en mi equipo a el Zhar, porque tener al zar —Mostovoi— ya no es posible). Ver el fútbol, en general, me relaja, salvo cuando juega el Celta, que entonces pierdo todo, incluida la tranquilidad.
Hooligans ilustrados, nombre de la colección donde se edita tu libro, ha mutado a Hooligans ilustradas con tu incorporación (eres la segunda mujer que publica ahí, por 19 hombres). ¿Justicia de género?
Los 19 libros restantes son magníficos pero la mesa estaba coja. Espero que sean muchas hooligans más.
¿Y tú con cual de las dos palabras, hooligan o ilustrada, te sientes más identificada?
Con ninguna por separado, pero sí con ambas juntas.
Eres socia del Celta desde los cinco años; tu afición nace, pues, por motivos sentimentales y familiares. ¿Pero cómo continúa, cuando ya eres mayor? ¿Crees que hubieras desarrollado la misma pasión en una familia que tuviera otros gustos?
El fútbol es un sentimiento normalmente compartido. Casi siempre te llega por alguna parte. Si mi padre no me hubiese llevado de la mano cada domingo en Balaídos cuando apenas entendía lo que pasaba con el campo, si no me hubiese recitado partidos antes de dormir como una nana, si no me hubiese hablado de Nené Suárez o de Pahíño como si de héroes de guerra se tratase, supongo que no habría desarrollado un vínculo tan fuerte. Mi afición al fútbol se nutre de la relación con mi padre y con mi hermana. Ha incorporado a muchas personas por el camino pero siempre termino volviendo a ellos dos, siempre hay una llamada telefónica antes de un partido importante, o un abrazo después.
Escribes: “Mi percepción del fútbol hubiese sido distinta si hubiese nacido niño, si hubiese jugado en campos desvencijados como mi padre”. ¿Cuál hubiera sido?
Más completa. De haber practicado fútbol seguramente sabría interpretar mejor lo que pasa sobre el terreno de juego. Es como el rosco de Pasabalabra: desde casa puede hasta parecer fácil pero hasta que te metes dentro no eres capaz de ver su dificultad. ¿Cómo de difícil será hacer (o intentar hacer) una chilena? Entiendo que mucho, pero no lo sé.
“Mi primer contacto con una pelota no fue jugándola, fue viéndola”, escribes también. ¿Nunca quisiste jugar, mejor que ver?
Sí quise jugar, muchas veces, pero no lo hice. No tenía ninguna amiga que lo hiciese y era demasiado tímida como para meterme yo sola en ese campo del partido del colegio en el que mandaban ellos. Creo que también influyó el hecho de que por aquel entonces no tenía figuras masculinas de mi edad en mi entorno familiar. Si hubiese tenido primos, o si mi hermano hubiese nacido antes —nació ocho años más tarde que yo—, seguramente hubiese dado patadas a la pelota con ellos.
Para compensar mi histórico sinsabor, hace unos años me hice ‘entrenadora’ de un grupo de amigos en una liga municipal de Madrid. Básicamente, mi función era conseguir despertar a siete de ellos cada domingo. Si había siete despiertos, enfilábamos el camino hacia El Retiro. Creo que sólo en un par de ocasiones conseguí reunir a ocho, así que sólo en un par de ocasiones pude hacer algún cambio. La experiencia no cambió mi vida, pero sí me hizo llegar a una conclusión: debe de ser infinitamente mejor jugar al fútbol que entrenar.
¿Has tenido que aguantar mucho ‘¿niña qué haces tú aquí?’ en el estadio del Celta o, en general, en el mundo del fútbol? ¿Cómo te mueves en ese ámbito tan marcadamente masculino, o incluso machista?
Nunca he sentido el machismo en un campo, por fortuna, al menos no de forma explícita. Balaídos es un campo bastante familiar, nada hostil. Pero sí he sentido que hay machismo cuando en la tele, en los descansos, enfocan a aficionadas guapas, por ejemplo. O cuando veo a la reportera de turno arregladísima sobre el campo y a su compañero de lo más informal. Si hay algún ámbito en el que persiste el machismo es en el periodismo deportivo.
¿Notas condescendencia o discriminación (negativa o positiva) por ser mujer y escribir de fútbol?
A veces hay un poco de condescendencia, como si tuvieses que demostrar algo. Si un chico dice “a mí me encanta el fútbol” nadie le va a mirar con gesto de escrutinio. Yo sí me he encontrado con esa mirada en alguna ocasión. “Así que te gusta el fútbol, eh. A ver, explícame qué es el fuera de juego posicional, explícame cuando un jugador interfiere o no en una jugada”. ¿A algún chico que afirma que le gusta el fútbol le han preguntado alguna vez si entiende el fuera de juego?
¿Te apetecería indagar, como periodista de investigación, en las cloacas del fútbol? Últimamente vivimos en un permanente futbolgate fiscal…
Y a qué periodista no le gustaría remover en cualquier cloaca.
Si el fútbol fuese una actividad mayoritariamente seguida por mujeres, ¿qué cambiaría en los estadios? ¿Se apelaría a los mismos instintos en un fútbol femenino de masas? ¿Cambiaría el lenguaje corporal? ¿Sería menos violento? ¿Se insultaría igual?
Difícil saberlo y generalizarlo. Yo creo que con el fútbol todos sacamos a relucir una comunicación verbal y no verbal más agresiva de lo habitual. Yo he escuchado insultar por igual en un campo de fútbol. Pero creo que sí hay comportamientos más netamente masculinos que enmarco no tanto en los aficionados como en los ultras, como peleas programadas. Y en este caso es que ni siquiera hay un objeto deportivo detrás, normalmente es político o social. Cuando un hincha escribe un insulto machista en redes a Shakira, por ejemplo, no lo hace únicamente como aficionado al fútbol: lo hace porque es machista en todos los ámbitos de su vida. El fútbol actúa como catalizador.
¿Sigues el fútbol femenino? Sorprende un poco que no toques el tema en tu libro, sobre todo considerando que la junta directiva del Celta ha manifestado hace poco su intención de crear un equipo femenino, cosa que sigue sin llegar.
El libro es mi memoria sentimental con el Celta y el Celta nunca ha tenido equipo femenino, así que no lo abordo sencillamente por ese motivo. Con el anuncio del Real Madrid vamos camino de convertirnos en el único club de primera sin equipo femenino, lo que me parece un atraso mayúsculo si pretendes ser una entidad de referencia. Con el agravante de que en Vigo hay cantera, hay jugadoras que han salido a equipos grandes, y hay ganas. Ojalá algún día pueda escribir la segunda parte de este libro contando mi memoria sentimental con ese otro Celta que está por llegar, porque tiene que llegar.
A propósito del fútbol femenino, algunas cifras. Uno: se ha dicho que la Asociación de Futbolistas Españoles pretendería fijar un salario mínimo en 20.000 euros. Dos: la FIFA paga casi 18 veces más por los deportistas masculinos que por los femeninos en la Copa Mundial. ¿Qué opinas?
Podemos hablar de sueldos pero todo pasa por la profesionalización. No existe un convenio colectivo que establezca vacaciones de las futbolistas, ni un salario mínimo, ni garantías. No se puede ejercer un trabajo sin una relación contractual, sencillamente. Hay que empezar la casa por los cimientos.
Tu radiografía del Celta presenta al lector a un equipo tan bueno como para rozar la final de la Europa League pero tan gafado como para pasar temporadas en Segunda División. Al final, con todos los sinsabores de seguir a un equipo pequeño, abrazas cierta épica de los perdedores románticos, un rollo loser que uno reconoce como tradicionalmente masculino. ¿Cómo lo ves tú?
Es que muchas veces hay más épica en las derrotas que en las victorias. Y ser de un equipo como el Celta es el resultado de tratar al fútbol como un sentimiento. Yo siempre he pensado en qué pasaría si el Celta ganase un título, si los aficionados llegaríamos a desintegrarnos como en la foto de Marty en Regreso al Futuro. En el fondo hay algo bonito en eso de rozar la épica pero nunca llegar a abrazarla: esa sensación, ese vértigo del está por llegar. Como un niño en la noche de Reyes.
Mostovoi, Mido, Makélélé, Aspas… van pasando en tu libro las estrellas del balón y parece que hablaras de un personaje colectivo, de una misma camiseta que va cambiando de dueño temporada a temporada. ¿A ti qué te fascina, si puedes decir una sola cosa, de los futbolistas?
Me fascina los jugadores que dan identidad a un equipo, como Aspas o como Mostovoi. Son esos los futbolistas que trascienden, que aparecerán dentro de años en las conversaciones entre padres y madres e hijos. A mí no me des a una estrella si no elije siempre lo que es mejor para el club, no me des al máximo goleador de la liga turca si no entiende que trabaja en una entidad que trasciende y mucho a un cheque a final de mes. Vamos, dame a Aspas, que lo tiene todo.
Tu libro añora el fútbol que viviste en los 90 frente al ‘fútbol moderno’. ¿Puedes explicar la diferencia?
No añoro el fútbol de los 90, añoro cosas del fútbol de los 90. No me gusta romantizar en exceso el fútbol de antes porque no hay peor nostalgia que la de algo que nunca sucedió. El fútbol de los 90 era menos inclusivo, más machista, había ultras campando por las gradas porque “daban ambiente”, se les pagaban viajes, se les consultaba sobre decisiones de los clubes, etc. Lo que sí echo mucho de menos es la naturalidad, que un jugador se presente en rueda de prensa y suelte una burrada y no una frase encorsetada. Echo de menos esos domingos con diez partidos solapados y el transistor pegado a la oreja. Y, sobre todo, echo de menos que no todo gire en torno al beneficio, beneficio de todos menos de los aficionados.
Vamos terminando. ¿Tu próximo partido?
Pues ojalá una final de Copa del Rey. Porque, como dice el dicho, a la cuarta va la vencida, o algo así.
¿Bar, sofá o estadio?
Bar, estadio y bar. En ese orden.
¿Con amigos? ¿Con amigas? ¿Con desconocidos? ¿Sola?
El fútbol siempre es mejor con compañía, ayuda a relativizar. Y a fin de cuentas el fútbol es eso, una experiencia colectiva. Pero sí que hay partidos que prefiero ver sola, por ejemplo, los partidos finales de esta temporada.
Visto en Instagram: el Celta te ha hecho una camiseta con el número 11. ¿Cuál es el cargo más importante del Celta —incluyamos jugadores— del que tienes el teléfono? ¿A quien le mandas un whatsapp si estás en Vigo y quieres ir a Balaídos?
En mi agenda tengo el número de varios jugadores del Celta por motivos de trabajo, pero jamás les llamaría salvo para eso, para trabajar. La frontera entre periodista e hincha está clara. A Balaídos voy siempre con mi hermana porque no entendería hacerlo con otra persona.
¿A quién someterías al VAR por sospechoso/a?
Sometería al VAR a Javier Tebas. Él creó eso de “la mejor liga del mundo” y dista mucho de serlo por su culpa.
Hace unos meses murió Héctor del Mar, ‘El Hombre del Gol’. ¿Para cuando una ‘Mujer del Gol’? ¿Y si —como cuando agarrabas el micrófono con cinco años para entretener a la familia en las sobremesas— fueras tú?
Faltan todavía muchísimas voces femeninas míticas en el periodismo deportivo. Se avanzará mucho cuando una mujer consiga narrar una final de importancia en España, como ya ha sucedido, por cierto, en otros países.
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